El mito de que en España la izquierda
perdió la guerra en las trincheras pero ganó la batalla cultural es eso: un
mito, una mentira. La realidad no solo está llena de matices sino del hecho
oscurecido por años de que esa cultura reprimida, censurada y cómplice del franquismo
fue el fundamento de lo que ocurrió después. Que unas cuentas figuras
brillantes, extremadamente brillantes —Lorca, Machado el bueno, Hernández—
opacaran a los demás fue una respuesta justiciera pero incompleta; que unas
cuantas imágenes deslumbrantes —Capa— nos llevara a pretender que eso era todo
no deja de ser nuestra culpa.
En un libro ejemplar, Las armas y las letras, Andrés Trapiello
traza un panorama de esa complejidad que tendemos a pasar por algo. En un
conflicto que desembocó en una represión feroz durante la paz, y tras décadas
donde el pasado se ha tratado de superar, resulta difícil mantener una mirada
comprensiva y abarcadora. Pero es imprescindible, al menos para escapar de las
dicotomías.

Queda también una realidad más amplia,
donde más allá del terror, la censura y el hambre se abren vertientes
privilegiadas, y a estas alturas el origen y las ventajas de una posición privilegiada
no deben llevar a una condena ideológica de los logros. De lo contrario,
resultaría imposible romper el fanatismo que yace en la república y la
contrarrevolución resultante.
Una de esas figuras, a las que no hay que
despojar del rasgo amable que las caracterizó, es Edgar Neville.
Aristócrata, escritor, autor de teatro, realizador cinematográfico e
incluso pintor, Neville fue amigo de Federico García Lorca, Manuel de Falla,
Salvador Dalí y otros miembros de la Generación del 27. Introdujo a Luis Buñuel
en Hollywood, escenario difícil en que sin embargo disfrutó de la amistad de
Charles Chaplin y Mary Pickford. Aparece incluso en Luces de la ciudad, de Chaplin, haciendo de extra en una papel de
policía.
De las películas realizadas por Neville
una de las más conocidas es La torre de
los siete jorobados (1944), que el Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía ofrece en función continua en una de sus salas. Muestra algo tardíamente
la influencia del cine expresionista alemán y se considera uno de los pilares
del cine de horror español. Más notable es su documental póstumo sobre el
flamenco, Duende y misterio del flamenco
(1952).
Neville, que fue corresponsal de guerra
del frente franquista a partir de 1937, filmó la batalla de Brunete y la toma
de Bilbao. También se destacó como guionista de cortos propaganda a favor de
las tropas de Franco, que incluso se exhibieron en las trincheras rebeldes que
rodearon a Madrid.
Amante del buen comer, Edgar Neville murió
en Suiza mientras llevaba a cabo un plan de adelgazamiento, en 1967. Su obra
literaria es menor, pero sus cuentos aún aparecen en antologías y sus libros no
son difíciles de encontrar en las librerías españolas.