El 17 de abril del pasado año salió a la
venta un disco compacto, publicado por Arbiter Records, con interpretaciones de
tres músicos de los que se habla poco en la actualidad. Uno fue director de
orquesta y compositor, el segundo también director y el tercero pianista. Las
obras que interpretan son muy conocidas y forman parte del repertorio constante
de cualquier sala de conciertos: la obertura Leonora de Beethoven, el Concierto
No.2 para piano y orquesta de Brahms y la Sinfonía Fantástica de Berlioz.
No sería nada nuevo en los cada vez
mayores catálogos de hoy, donde constantemente se rescatan piezas que se creían
perdidas. Si acaso a destacar la excelencia de las interpretaciones. Lo demás
quedaría al conocedor o diletante. Pero lo que hace singular este CD, con
grabaciones inéditas hasta ahora, es que dichas interpretaciones se llevaron a
cabo en los años de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) o en fechas cercanas
a la misma, y que el destino de los artistas estuvo tan vinculado a los
regímenes totalitarios en que vivieron —la Unión Soviética de Stalin y la
Alemania de Hitler— que les costó la vida, ya sea de una forma directa o
indirecta. Y que ese precio lo pagaron no por una actitud contraria a tales
mandatos sino por plegarse al sistema o incluso a colaborar con él.
Las
obras
La obertura de Beethoven fue interpretada
bajo la dirección de Oswald Kabasta, conduciendo la Filarmónica de Munich
alrededor de 1944.
El concierto de Brahms por el pianista Alfred
Hoehn y la Orquesta de la Radio de Leipzig Radio bajo la batuta de Reinhold
Merten en 1940.
La sinfonía de Berlioz, con Oskar Fried y
la Orquesta Estatal Sinfónica de la USSR cerca de 1937.
La vida de estos tres artistas, que
vivieron bajo dos dictaduras totalitarias —incluso en un caso en ambas— muestran
otra cara del horror que significaron tales gobiernos absolutos, quizá en ocasiones no tal
espectacular y definitivamente menos heroica, pero igualmente trágica.
Los
intérpretes
El caso de Kabasta es el más “clásico” de
los tres. Se sumó al régimen nazi para satisfacer sus ambiciones artísticas,
pero también por vocación, y terminó suicidándose.
Kabasta (1896 - 1946), de origen
austriaco, era el principal conductor de la Academia de Viena en 1931. En 1938
se hizo cargo de la Filarmónica de Munich. Sus interpretaciones,
fundamentalmente de las sinfonías de Anton Bruckner —compositor favorito de
Hitler—, resultaron especialmente notorias.
Los nazis se apropiaron de la figura de Bruckner
(1824 -1896) no por una antigua afinidad ideológica del compositor, que vivió
en una época anterior y nunca fue antisemita, sino porque lo convirtieron en
ejemplo de una figura artística marginada en su tiempo por el establishment cultural vienés, que
Hitler identificaba con los judíos. Bruckner, austriaco también como Kabasta y
Hitler, representaba para el führer
otro ejemplo de lo que le había ocurrido a él como pintor.
Eso y la grandilocuencia de las obras de Bruckner
lo convirtieron, junto con Wagner, en una referencia musical obligada. Que
Kabasta se destacara como interprete de esta música no es una simple
coincidencia.
No es que Kabasta no fuera un buen
director de orquesta. Lo era. Un conductor de la grandeza del británico Adrian
Boult reconoció públicamente sus méritos. La cuestión radica en que el
entusiasmo del músico austriaco por el régimen nazi lo llevó incluso a firmar
siempre sus cartas con un "Heil
Hitler!".
Tras la guerra, a Kabasta se le prohibió
trabajar como director y en 1945 la ciudad de Munich le retiró su salario. Destruido
por la pérdida de su estatus, se retiró a la ciudad de Kufstein, en Austria,
donde se suicidó en 1946.
El caso del pianista alemán Hoehn (1887 -
1945) es más patético, en el sentido de que no se trata de un colaborador de
los nazis sino de un hombre tranquilo que quiso y no pudo mantenerse al margen
de los acontecimientos.
Uno de los más notables intérpretes del instrumento
en su tiempo, a los 23 años se impuso sobre Artur Rubinstein en el Concurso Anton
Rubinstein, en San Petersburgo, en 1910.
Se destacó especialmente en las obras de
Brahms, aunque también fueron notables sus ejecuciones en las obras de
Beethoven y Chopin.
Hoehn se refugió en el piano y la
enseñanza durante el nazismo y trató de mantenerse encerrado en su mundo
musical. Al parecer la tensión, entre el caos que le rodeaba y el refugio solo
logrado a veces en un mundo ideal y artísticamente hermoso, contribuyó a la
embolia cerebral que sufrió durante un concierto interpretando a Brahms en
1940.
Murió en 1945 de un infarto. Se cree que
al ver a un soldado estadounidense lanzar su piano por una escalera.
Fried (1871 – 1941) es quizá la figura
más trágica de todas. Conductor y compositor alemán y admirador de Gustav
Mahler, fue el conductor que primero grabó una de las sinfonías de este.
También el primer director de orquesta sinfónica en actuar en Rusia tras la
Revolución de Octubre, a la que fue invitado y saludado por Lenin. Pese a ello,
no se le conoce una filiación comunista ni siquiera un simpatizante de
izquierda, más bien alguien que buscaba refugio donde pudiera.
De origen judío, tras el ascenso del
nazismo en Alemania se marchó a la URSS en 1934 y se hizo ciudadano soviético
en 1939. Allí se casó con una descendiente de Glinka. Su actividad de
conciertos comenzó a disminuir debido a su mala salud, hasta su muerte en 1941.
La muerte le llegó a Fried en la misma
semana en que se abolió el pacto Molotov–Ribbentrop y Stalin inició el
asesinato de los alemanes que estaban en la URSS. Demasiada coincidencia en un
país donde, por principio de Estado, se desechaban las coincidencias y donde no
importaba la edad para ser eliminado.
Un informe de la época afirma que su
fallecimiento ocurrió en un hospital y que, al escuchar el sonido de los
cercanos aviones alemanes, lanzó una maldición. Esas fueron sus últimas
palabras de acuerdo a la descripción idealizada. Pero en la actualidad se duda
de ella y se cree fue envenenado. Se desconoce el lugar donde están sus restos.