domingo, 29 de noviembre de 2015

¿Fanatismo religioso o drogadictos y narcos?


Radicales y fundamentalistas. Lucha entre civilizaciones. Religiones milenarias. Barbarie y democracia. Libertad e intransigencia. Lo moderno frente a lo arcaico. Judaísmo y cristianismo frente al islam. Los conceptos y categorías se repiten una y otra vez cuando se analiza la situación actual, en que Occidente se enfrenta a diversas organizaciones terroristas. Las referencias son válidas, ¿pero suficientes?
Enfocar este conflicto solo en sus aspectos ideológicos, geográficos e históricos permite asumir una posición hasta cierto punto cómoda frente al terror, aunque parezca paradójico.
En primer lugar porque opaca un factor determinante: la pobreza. A ello acaba de referirse el Papa Francisco.
“La experiencia demuestra que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimentan del miedo, la desconfianza y la desesperación nacen de la pobreza y la frustración”, afirmó el Pontífice durante una recepción del presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta.
Muchos, no todos los participantes en los asaltos recientes en París, habían nacido y se habían criado en suelo europeo y hablaban francés porque era su lengua original. Uno de ellos, Samy Amimour, había trabajado durante 15 meses como conductor de un autobús público de la capital francesa.
No es tampoco una visión de conjunto. Los investigadores consideran que al menos dos de los participantes en los atentados entraron a Europa entre los refugiados en Grecia y Serbia.
Esta mezcla de naturales y extranjeros tienen en común la frustración y la desigualdad. Ello no justifica sus crímenes, pero ayuda a explicarlos, y por supuesto debe servir de instrumento para combatirlos mejor.
Frustración y desigualdad que en muchas ocasiones lleva a la delincuencia. De delincuentes siempre se alimentaron los llamados “movimientos de liberación nacional”, como muestra La Batalla de Argel, una película que mantiene su vigencia y excelencia cinematográfica, más allá del punto de vista político de su realizador. Ahora la guerra es en otros términos, pero muchos de los participantes en el bando contrario surgen de similares condiciones emocionales, aunque se manifiestan bajo una ideología diferente, o similar y cercana.
Delincuencia que en la actualidad se menciona, pero no se recalca bajo el mantra ideológico y religioso, salvo para caracterizar a uno que otro enemigo.
Sin embargo, este aspecto delictivo es fundamental para explicar lo que está ocurriendo.
¿Se lanzan al combate y al suicidio los yihadistas impulsados por un fanatismo religioso despiadado o bajo los efectos de una droga?
Sin duda hay un componente religioso, pero la droga también existe.
El consumo de Captagón es muy común en los países árabes. En Occidente suele conocerse como “la droga de los yihadistas”, por el uso que hacen de ella los combatientes en Siria.
Un medicamento que se empezó a producir en 1963 para tratar la hiperactividad, la narcolepsia y la depresión, el Captagón fue prohibido en la década de 1980 por la falta de potencial terapéutico y su parecido a las anfetaminas, según la BBC.
Las cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) reflejan que en el 2010 Arabia Saudita recibió cerca de siete toneladas de Captagón, un tercio de la producción a nivel mundial.
“Siria ha sido durante mucho tiempo un punto de tránsito para las drogas procedentes de Europa, Turquía y Líbano hacía los países ricos del Golfo”, agrega la UNODC.
Al igual que ocurre al enfrentar a los talibanes, donde Afganistán es el primer productor mundial de opio, el narcotráfico es un componente fundamental en la oposición al Estado Islámico.
Tras el aspecto religioso, hay otro más lucrativo y vulgar. No es una lucha contra el islam en abstracto, sino contra el narcotráfico en concreto. 
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 30 de noviembre de 2015.

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