“Les vamos a hacer lo mismo que ustedes
nos hacen en Siria”, gritaron los terroristas al entrar a la sala parisina
Bataclan. Pero lo dijeron en un francés perfecto, sin acento. Es posible que
algunos terroristas vinieran de fuera, pero otros fueron alimentados dentro.
Ya se conoce que uno de los autores del
ataque al Bataclan, identificado por la huella digital de un dedo amputado, es
un ciudadano francés, nacido en 1985 en la periferia sur de París. El domingo la fiscalía francesa dio a conocer la identidad de otros dos, también ciudadanos franceses, residentes en Bélgica.
Por otra parte, se cree que algunos de
los participantes en los atentados terroristas, perfectamente coordinadas,
pueden incluso ser refugiados llegados en las últimas oleadas de inmigrante
procedentes de Siria, que tanta compasión despertaron en Occidente.
Al parecer existe una variación en
lugares de nacimiento, pero un elemento común de origen árabe. Y ello nos
devuelve de pronto a una época que Europa parecía superada, pero que en los
últimos años, cada vez con mayor fuerza, los hechos nos han demostrado que no
es así.
En el mejor de los casos estamos de
vuelta a los años sesenta o setenta del pasado siglo. En el peor, asistimos a
una vuelta al medioevo, a los inicios del colonialismo europeo.
Por ese sentimiento de vuelta al pasado
es que tras conocer la noche de terror en Francia volví a ver La Batalla de Argel. No hay nada
novedoso en ello. Desde antes de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva
York, la película se ha convertido en una referencia en el Pentágono. Tampoco
es la primera vez que ocurre. Pero no deja de resultar algo difícil de visionar
a las pocas horas de conocerse la masacre de París. Por dos razones fundamentales. Una, y hay que dejarla clara
desde el inicio, porque la cinta justifica el terrorismo árabe. La segunda, que
también se debe destacar, es que tras los años continúa siendo una excelente
película.
Para partir de un hecho elemental: La Batalla de Argel fue financiada entre
un 40% y un 60% por las autoridades argelinas, que le brindaron un apoyo total
al realizador Gillo Pontecorvo durante la filmación en Argelia.
Se calcula que la película costó solo $800,000,
gracias a ese permiso de filmar en donde mismo habían ocurrido los hechos y el
uso de actores no profesionales. Desde el punto de vista cinematográfico, el film
se ajusta a un estilo semidocumental y
una estética similar a la postulada por Roberto Rossellini, que en última
instancia es muy cercana al Neorrealismo italiano. Fue fotografiada en blanco y
negro y ganó diversos premios internacionales. Incluso recibió tres
postulaciones a los Oscar (mejor guión y mejor director en 1969 y mejor
película extranjera en 1967).
Según Pontecorvo, a lo único que se opuso
el gobierno argelino fue a la inclusión de las imágenes de un niño disfrutando
de un helado momentos antes de una explosión en el local donde se encontraba.
Pese a ello la escena permaneció en el filme.
El
punto de vista del FLN argelino
Tras un contacto inicial con Pontecorvo
—de reconocida filiación de izquierda—, los miembros del Frente de Liberación
Nacional (FLN), que habían llegado al poder en Argelia, le expresaron el deseo
de realizar una película con proyección internacional que les permitiera
celebrar el nacimiento de la nueva nación. El director rechazó un guión
propagandista hecho por quien fuera un líder guerrillero, Saadi Yacef, y
propuso en su lugar otro hecho por él y Franco Solinas.
En
la década de los sesenta del pasado siglo, la exhibición de La Batalla de Argel coincidió con el
período de las guerras de liberación nacional y la lucha anticolonial. En Cuba
se convirtió en una especie de “película de culto” para el Instituto Cubano del
Cine y la Industria Cinematográficas (ICAIC) y fue celebrada por los
partidarios de la lucha armada en todo el mundo.
Con los años, pasó a disfrutar de una audiencia
selecta, aunque con una motivación contraria. Los cursos de adiestramiento de
contra insurgencia la incluyeron en su currículo, desde la tenebrosa Escuela
Superior de Mecánica de la Armada, en Argentina, hasta el Pentágono, que a
partir de 2003 comenzó a mostrarla como una ilustración de los futuros y
posibles problemas a encarar en Irak.
El aspecto más controversial de La Batalla de Argel es la ya mencionada
justificación del terrorismo. Cuando en la cinta llega el momento en que las imágenes
muestran de forma descarnada las consecuencias de las bombas colocadas en
lugares públicos, como cafeterías y salones de viaje (algo que acaba de ocurrir
en París), el espectador ha visto tantos actos de represión, racismo y
terrorismo de Estado, efectuados por los franceses y los pied-noirs, que ve las explosiones como una conclusión cruel, pero
inevitable, creada por los colonialistas. Algo similar a lo que se escuchó en
la sala Bataclan en París.
De hecho, la mayor crítica que se presenta
al terrorismo en el filme no es desde el punto de vista moral y humanitario,
sino como una táctica insuficiente para alcanzar el triunfo.
“Las guerras no pueden ganarse con
ataques terroristas. Ni las guerras ni las revoluciones. El terrorismo es útil
para iniciar un proceso, pero luego tiene que actuar toda la población”, le
dice Ben M'Hidi, el líder político del FLN en Argel a Ali la Point, un joven
marginal y analfabeto, preso en varias ocasiones por delincuente, que se une al
movimiento insurrecto y es no solo uno de los protagonistas de la película sino
que simboliza una representación del guerrillero urbano y rural glorificado
durante las décadas de 1960 y 1970.
Una
visión actual
Ver ahora La Batalla de Argel sirve a la vez para constatar tanto las repeticiones
como la transformación de ese movimiento de ideología islámica, que entonces
figuraba como un ideal nacionalista pero en la actualidad representa un
extremismo religioso en su forma más burda. Si ayer la batalla era en contra
del colonialismo, hoy es simplemente un afán de destruir la civilización
occidental.
La
Batalla de Argel presenta un escenario donde, en
última instancia, el terrorismo es derrotado en la ciudad por las tropas paracaidistas
francesas, pero donde al final los árabes logran la independencia. Francia gana
la batalla de Argel, pero pierde la lucha en Argelia. Solo que en ese epílogo
que presenta la película la conquista final se logra, aparentemente, por una
insubordinación popular en donde solo se ve a los argelinos danzando y cantando
en las calles, reprimidos pero invencibles.
En un paréntesis se podría añadir que ese
epílogo debió ser de especial gusto a los funcionarios del ICAIC, ya que el
Movimiento 26 de Julio se sirvió del terrorismo en las ciudades, pero en igual
sentido consideró siempre la lucha en las montañas y el campo —la que se menciona en La Batalla de Argel, pero nunca aparece
en imágenes— como el objetivo fundamental.
Fue en la revista Cahiers du Cinéma, que dedicó un dossier a la película, donde en su momento se supo alertar sobre
esta justificación del terrorismo presente en el filme. Y es que en la cinta Pontecorvo
nunca individualiza ni a los pied-noirs
ni a los franceses en general, salvo en los casos de algunos representantes de
la maquinaria represiva. Así, antes de los atentados con explosivos, vemos a
europeos bailando, comiendo y disfrutando de la buena vida en un país sometido
al colonialismo. Antes los hemos visto demostrando su racismo y deprecio a los
naturales. De esta manera se pretende brindar al espectador la visión de una
clase parásita cuya inocencia es cuestionada. Curiosamente, el recurso es similar
al empleado en aquellos western de Hollywood donde los indios solo se
individualizan en jefes sanguinarios y las muertes las sufren seres sin individualización.
Más
allá del colonialismo
Lo que viene ocurriendo en las últimos
años en Europa resiste a la explicación simple del pasado colonial —aunque el
componente no deja de estar presente—, sino representa un desafío mucho más
profundo.
Tampoco las referencias a Argelia en este
post apuntan a una vinculación
directa entre los atentados ocurridos en París y esa nación. Es del vecino Malí
desde donde la amenaza yihadista hacia el suelo francés se ha hecho pública en
los últimos años, en especial luego de que los militares franceses acabaron con
un bastión de ese grupo en el norte del país en 2013. Ahora todo apunta hacia
la responsabilidad del Estado Islámico (ISIS) en la masacre, así que más que de
un país se está hablando de una organización terrorista que trasciende
fronteras. Lo que se intenta destacar son los aspectos comunes entre cierto
islamismo, el fanatismo en contra de Occidente y las tácticas terroristas que
emplean sus miembros, así como los medios—acertados o no— de enfrentar el
fenómeno.
Particularmente difícil es la situación ahora, cuando crece el temor de que algunos de los terroristas hubieran llegado a Francia entre los refugiados procedentes de Siria. ¿Terminarán por cerrarse los países europeos, no solo a los inmigrantes sino restableciendo controles fronterizos que se creía ya superados? ¿Se impondrá la unidad sobre el terror? Vale entonces volver a ver La Batalla de Argel, porque en estos días, el pasado está cada vez más cercano.
Particularmente difícil es la situación ahora, cuando crece el temor de que algunos de los terroristas hubieran llegado a Francia entre los refugiados procedentes de Siria. ¿Terminarán por cerrarse los países europeos, no solo a los inmigrantes sino restableciendo controles fronterizos que se creía ya superados? ¿Se impondrá la unidad sobre el terror? Vale entonces volver a ver La Batalla de Argel, porque en estos días, el pasado está cada vez más cercano.