viernes, 13 de noviembre de 2015

Lecciones de Birmania (I)


El gobierno birmano se equivocó en su percepción de las preferencias del voto en la áreas étnicas, y no calculó que los electores indecisos terminarían apoyando a Aung San Suu Kyi.
Ni siquiera el dinero sirvió a los militares para ganarse el voto en esas áreas. Han aparecido comentarios en la prensa internacional, de participantes en las demostraciones progubernamentales realizadas antes de las elecciones, que muestran que los actos sirvieron para que la ciudadanía empobrecida recibiera un alivio momentáneo y mínimo, pero nada más.
Al parecer, muchos de los asistentes a estas concentraciones se limitaron a ir a los eventos, lanzar algunos gritos y consignas a favor de los militares, y luego cobrar los $10 que les daban a cambio de las asistencia: Pero desde el primer momento asistieron convencidos de que, si el proceso se llevaba a cabo sin intimidación y violencia, ellos iban a depositar su preferencia en las urnas como partidarios del cambio y de Suu Kyi.
“Esta es una situación no esperada”, dijo U Hla Maung Shwe, un asesor de alto rango del Centro de Paz de Birmania, una organización del gobierno que ayuda en la celebración de conversaciones de paz en las áreas étnicas donde existen conflictos y movimientos rebeldes.
“El Gobierno y los militares pueden haber tenido un Plan A, B y C, pero ahora lo que ha ocurrido en el Plan Z”, afirmó el asesor, de acuerdo a un artículo aparecido hoy viernes en The New York Times.
Con anterioridad se consideraba muy difícil que la oposición llegara al poder, ya que los militares, por ley, se reservan el 25 por ciento de los asientos en el Parlamento. Ello se tradujo en que solo necesitaban otro 25 para lograr la mayoría.
Sin embargo, pese a esa considerable ventaja inicial, ahora están en minoría.
Agregó Maung Shwe que el partido gubernamental había contado con forjar alianzas con los partidos étnicos y obtener al menos 130 asientos en el Parlamento para ganar la mayoría.
En su lugar, el partido de Suu Kyi barrió en la votación y recibió un gran número de posiciones en las zonas étnicas, y hasta el momento el partido del Gobierno solo ha conseguido 40 asientos.
Los resultados finales de la votación no se esperan hasta dentro de unos días, pero de momento el partido de Suu Kyi ya cuenta con la mayoría para elegir al nuevo presidente.
Para el viernes por la tarde la comisión electoral nacional había anunciado los resultados electores para 468 de los 491 asientos parlamentarios, La Liga Nacional para la Democracia (NLD), de Suu Kyi, cuenta con 378 asientos, mientras que el partido de los militares solo tiene 40. Partidos más pequeños se ha posesionado del resto.
La victoria no solo ha sorprendido a quienes están aún en el poder, sino también al partido de Suu Kyi, que subestimó su propia fortaleza.
Nyan Win, portavoz del NLD, dijo que ellos esperaban ganar alrededor del 69 por ciento del voto, pero parecen encontrarse en el camino de recibir más del 80 por ciento. Añadió que el enorme margen puede atribuirse al odio aún imperante hacia los militares. Consideró además que el partido gobernante fue afectado por sus luchas internas, que llevaron a la remoción forzosa de su máximo dirigente meses antes de las elecciones.
Pese a estos resultados, persisten los interrogantes sobre el rumbo democrático de la nación. No hay garantías de que los militares y sus aliados van a entregar el mando. En 1990 anularon unas elecciones en que también la oposición había triunfado de forma abrumadora. Suu Kyi no puede ser presidenta, porque una absurda cláusula constitucional lo prohíbe, al tener hijos con una nacionalidad extranjera (británica). Tendría que gobernar entonces a través de una figura interpuesta de su confianza, y las alianzas en Birmania pueden ser inestables y hasta peligrosas.
Sin embargo, los analistas consideran que esta ocasión es poco probable que los militares intervengan, y que van a cumplir lo que han repetido una y otra vez de respetar los resultados en las urnas. La razón son el reconocimiento internacional que han obtenido en los últimos años, debido a las reformas políticas realizadas —incompletas pero meritorias en comparación con la anterior dictadura militar— y sobre todo por el hecho de que se han enriquecido gracias a las inversiones extranjeras.
¿Una lección para Cuba?
Existen algunas semejanzas —así como discrepancias profundas— en una comparación entre la situación en Birmania y Cuba.
Más allá de las notables diferencias en los aspectos étnicos y religiosos —existen en el país asiático y no en la isla caribeña— los puntos de contacto se concentran fundamentalmente en dos: un país gobernado por una dictadura militar durante 50 años, que desde la cúpula de poder declaró el inicio de un cambio de rumbo, y la política de Washington al respecto.
De producirse un verdadero cambio democrático en Birmania será un triunfo para el presidente Barack Obama, que ha visitado el país en dos ocasiones, y mantenido una presión económica al tiempo que una política de contacto y apertura acorde a los cambios. También para la oposición, que ha optado por el diálogo y rechazado la confrontación, pese a sufrir en determinados momentos una represión sangrienta.
Es muy posible que Washington, que tiene la tendencia errónea de repetir en otras partes lo que le ha resultado exitoso con anterioridad, comience a estudiar la forma de repetir en Cuba lo que ha funcionado en Birmania.
No solo en la Casa Blanca, sino también en el Congreso. A diferencia de lo que ocurre con la Ley Helms-Burton y el embargo económico y financiero hacia el gobierno cubano —fundamentado en una opción de todo o nada y en la existencia de un gobierno democrático que anteceda a su levantamiento— el congreso estadounidense desde hace años prefirió la puesta en marcha de sanciones con una revisión periódica, y con una flexibilidad acorde al desarrollo de las circunstancias. Es decir, un ejercicio que apoye y contribuya al establecimiento de un camino hacia la democracia, no como una vía que requiera de una democracia plena antes de ser derogada.
Pero aclarados estos puntos comienzan a saltar las diferencias.
En Birmania la junta militar eligió un proceso de transición bajo el postulado de una “democracia disciplina”, paulatina y controlada, pero que no excluyó la existencia de otros partidos políticos. Los generales dejaron claro que el proceso sería acuerdo a sus términos y al paso que ellos estimaran adecuados, pero al mismo tiempo han cumplido con el objetivo de iniciar una vía hacia la democracia.
Cuba, al igual que China y Vietnam, siempre ha postulado la realización de reformas económicas —ni siquiera reconoce esta palabra, así como tampoco habla de cambios sino de “actualización del modelo”— dentro de una estructura de un sistema de partido único. Incluso estos cambios económicos en Cuba aún distan mucho de semejarse con los realizados en los otros dos países mencionados.
Tanto Fidel Castro como ahora su hermano Raúl siempre se han declarado contrarios a un proceso de elecciones libres o a una consulta popular, así que habrá que esperar a su salida de escena para siquiera plantearse una opción de este tipo —con independencia de lo limitado que pudieran ser los términos en que se presente— dentro del gobierno cubano.
Aunque más allá de los deslindes necesarios, y ante la ausencia de una alternativa mejor, el actual enfoque de la administración estadounidense ha abierto la posibilidad de una serie de perspectivas en Cuba que no se limitan a la simple ilusión. Alternativas que despiertan más temor que entusiasmo en la vieja clase gobernante, pero no así para los más jóvenes. En cualquier caso, lo que está ocurriendo en Birmania podría no ser necesariamente un camino a seguir al pie de la letra, pero no por ello deja de ser una esperanza.

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