El último debate del año de los
aspirantes a la nominación republicana mostró nuevamente su incapacidad para
gobernar al país. Ni en liderazgo, conocimiento, inteligencia y carisma se
acercan a Barack Obama. Aunque a veces da la impresión que afirmaciones de este
tipo no caen muy bien en esta ciudad, donde defender al actual presidente
estadounidense es considerado casi un acto subversivo por ciertos sectores, muy
poderosos y nada ponderados.
Llamados al derribo de aviones rusos,
menciones impúdicas a la Tercera Guerra Mundial, proclamación del imperio de la
censura y el espionaje hacia cualquiera que navegue por internet. Aislacionismo
y garrotazos por todas partes. Todo ello servido en medio de advertencias y
lamentos. Que si Estados Unidos está al borde del precipicio, donde el Apocalipsis
toca a las puertas, las fronteras están más desprotegidas que nunca y los
cuerpos militares tienen un armamento obsoleto. Exageraciones, despropósitos,
mentiras.
En ocasiones resultó difícil, durante las
dos horas y media que duró el debate, reconocer si se asistía a una discusión
en un bar o a un encuentro de aficionados a juegos de videos, donde aviones y
guerreros se despachurran sin conmiseración y hay bombas y explosiones por
todas partes.
Durante la contienda electoral que
culminó con el primer triunfo presidencial de Obama, Peggy Noonan, columnista
conservadora de The Wall Street Journal, definió
los discursos de campaña de la entonces gobernadora Sarah Palin, como propios
de quien no piensa en voz alta, sino que apenas “dice cosas”.
Hoy el estilo de Palin ha crecido y se ha
multiplicado, extendiéndose a todos los aspirantes republicanos, quienes vuelven
a emplear en esta campaña los recursos que permitieron la reelección de George
W. Bush: el miedo a un ataque terrorista, que Karl Rove supo explotar a la
perfección, y las apelaciones a la extrema derecha evangelista.
Piensan convertir al temor ante la
amenaza terrorista y la incertidumbre respecto a la situación económica en sus
dos cartas de triunfo. En este sentido, consideran que la mejor manera de
enfrentar la casi segura nominación de la senadora Hillary Clinton es volver a
los esquemas que llevaron a la derrota de John Kerry. Obama quedaría así como
un capítulo, desagradable para ellos pero no repetible. Se busca así la
posibilidad del triunfo republicano.
La renuencia clásica en la política
norteamericana de sacar a la luz los enfoques ideológicos en las discusiones —y
mantener el discurso limitado a los aspectos prácticos que se derivan de estos
principios— fue un obstáculo que Obama logró superar en las dos votaciones en
que salió triunfador. Nunca ha negado ser un liberal pragmático y no ha temido asumir
esa etiqueta que desde hace años se usa y abusa en este país.
Pese a la polarización política extrema
que caracterizaba a la sociedad norteamericana en los meses anteriores a la
elección del 2004, no hubo evidencias de que estuvieran en juego dos filosofías
opuestas frente a los acontecimientos internacionales. Las campañas destacaban
más aspectos personales que los enfoques ideológicos.
Ahora los aspirantes republicanos no
niegan las diferencias políticas, pero enfatizan los aspectos personales, chapoteando
en los alardes de tipos duros y chica mala, como en este último debate. Sin
embargo, a la hora de la lid electoral definitiva se impondrán las definiciones
ideológicas.
Entonces será el momento en que Hillary
Clinton debe echar a un lado las críticas de aferrarse en la repetición, y
reclamar la continuación y la grandeza de Obama como presidente, el mejor
mandatario que este país ha tenido en los últimos 50 años. Este país necesita
la continuidad de un gobierno que sepa guiar, en que mentirosos, buscapleitos y
fanfarrones no tengan cabida.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 21 de diciembre de 2015.