Jaime Camino realizó una película en
1963, Los felices 60, que Roberto
Madrigal considera interesante pero fallida. Luego vendría España otra vez (1968), que es francamente mala, y solo vale la
pena ver hoy por la presencia de Manuela Vargas, a la que el cine le reservó
solo una actuación meritoria —casi postrera— en la cinta de Almodóvar La flor de mi secreto (1995). Años
después Camino hizo la que para mí es una de sus mejores obras o la mejor, el
documental Los niños de Rusia (2001).
Los títulos mencionados intentan mostrar, entre otros, una filmografía corta y menor.
El escritor, guionista y realizador catalán ha muerto, a la edad de 79 años, en
Barcelona.
Camino formó parte de lo que la década de
1960, se conoció como la Escuela de Barcelona en el cine, pero que formaba
parte de un movimiento cultural mucho más amplio: música popular, pintura,
literatura. El tema fundamental, que desarrolló toda su vida, hasta que la
enfermedad le impidió seguir trabajando tras Los niños de Rusia, fue la Guerra Civil. Fue el primer realizador
español en llevar al cine de ficción la figura de Francisco Franco, en Dragón Rapide (1986).
Pero en ese trayecto de presentar los
años de guerra y dictadura hubo también otros temas, como Un invierno en Mallorca (1969), sobre la relación de Frédéric
Chopin y Georges Sand, que vi en Cuba y recuerdo como una película más (o mejor
será decir, menos) y Mi profesora particular
(1973), con Joan Manuel Serrat como actor.
Con menor fortuna aún Camino intentó la literatura.
Su primera novela, La coraza, escrita
en 1960 y que presentó al Premio Nadal, permanece inédita. No fue hasta 1996 en
que publicó otra novela, Moriré en Nueva
York, que iba a ser originalmente un guión cinematográfico.
La muerte de Camino, casi a finales del
año, es la segunda pérdida de la Escuela de Barcelona en 2015. El 25 mayo
falleció en Madrid el barcelonés Vicente Aranda, cuya obra es superior no solo
en cifras sino en poder creativo. Aranda, que se destacó por lo que lo que uno
toscamente llama el “fuerte” erotismo sus películas, fue mucho más inventivo
—para no hablar de su veta invectiva— y audaz en sus películas, mientras que
Camino en el mejor de los casos es un buen cronista de una época, y como tal
será recordado y visto. Ambos enfrentaron la censura, las intrigas políticas y
compartieron esperanzas en un momento en que el cine español mantuvo una
alianza feliz con la literatura nacional del momento. Escritores y cineastas no
solo fueron amigos sino compartieron intereses en dos profesiones, que en más
de una ocasión se unieron en uno y otro: el cineasta escritor o el escritor
cineasta tras el mismo destino.