viernes, 4 de diciembre de 2015

La clave está en las cifras


Nadie espera que el presidente venezolano Nicolás Maduro esté dispuesto a ceder el poder mansamente —es decir, democráticamente— y para que no quede duda él mismo se ha encargado de decirlo más o menos abiertamente. Pero unas elecciones legislativas no son de cambio de presidencia. Y eso abre un amplio margen a las especulaciones.
Una derrota del chavismo en los comicios legislativos no significa el fin inmediato de Maduro. Por otra parte, que el actual gobierno venezolano está sumido en un abismo de impopularidad no implica automáticamente una aplastante derrota en las urnas.
Dos posibles escenarios ya han sido señalados. Uno es un fraude generalizado, que imponga un triunfo chavista que no es tal. El otro es más traumático aún: imposibilitado de ocultar la votación, Maduro decide imponer una dictadura sin tapujos, ya sea mediante un autogolpe, la anulación de los comicios o la declaración de un estado de emergencia.
Sin embargo, la solución del gobernante venezolano podría venir de otra forma. Y es posible que sea esta tercera vía la que le estén aconsejando desde La Habana.
A diferencia de la época de Fidel Castro, hoy en día su hermano Raúl maneja diferentes tácticas y estrategias. Ello no obedece a una diferencia de personalidades sino a un cambio de circunstancias.
Por supuesto que Cuba no quiere la salida del poder de Maduro, ni tampoco de momento está interesada en un cambio de protagonistas dentro de ese gobierno. Maduro es su hombre y desde que el difunto Hugo Chávez concibió la idea de nombrarlo como su heredero, el apoyo ha sido incondicional aunque interesado. Demasiado tiempo en el poder para que La Habana no hubiera considerado con antelación las “ventajas y desventajas” del heredero, incluso para sospechar la participación directa en el nombramiento.
Sin embargo, a Raúl Castro no le conviene que en Caracas se establezca una dictadura a las claras, es decir con un autogolpe de Estado. Lo que quiere el Gobierno cubano es que no se interrumpan los vínculos comerciales con Venezuela, y para ello está dispuesto a darle el consejo a Maduro de ceder en algo para no perderlo todo.
Aquí es donde se sitúa ese tercer escenario, donde la estrategia es sacrificar algunas piezas del tablero para continuar la partida.
Es por ello que la clave radica en las cifras. Que la oposición alcance la mayoría en la Asamblea Legislativa solo significaría una derrota contundente al chavismo si es una mayoría absoluta. Una victoria por escaso margen no solo resultará fácil de explicar —los bajos precios del petróleo, el capitalismo financiero mundial— sino brindaría una amplia posibilidad de maniobra. Desde el punto de vista propagandístico se saludaría como un ejemplo de democracia.
Con menos de 100 diputados, la oposición no alcanzaría las tres quintas partes del cuerpo legislativo y estaría lejos de obtener la necesaria mayoría de dos terceras partes, para lo cual se requieren más de 111 diputados.
Si se tiene en consideración que la popularidad del gobierno chavista está por debajo del 20 %, alcanzar dicha mayoría es un objetivo real. Pero aquí entran a jugar las posibles trampas de Maduro, que van desde la manipulación de las máquinas de votación, las cédulas falsas y las promesas de beneficios hasta la intimidación.
El gobierno de Maduro pierde, pero no tanto.
Un resultado de este tipo estaría acorde a como se está produciendo ese esperado fin del ciclo de la izquierda radical en Latinoamérica, donde las fuerzas afines a un cambio —a falta de mejor definición hay que catalogarlo hacia la derecha— que cobra fuerza pero no de manera rotunda.
La apretada victoria de Mauricio Macri, y su alianza de centroderecha, en Argentina es hasta ahora el mejor ejemplo de ello.
Si el triunfo de Macri fue visto como el primer eslabón del cambio, los límites que enfrentará su gobierno, con un congreso de oposición, también deben servir para indicar cautela.
En igual sentido cabría situar de momento el posible juicio político a la mandataria Dilma Rousseff  en Brasil. El Congreso de ese país aprobó iniciar un proceso que, de prosperar, podría acarrear el fin del mandato de Rousseff. Pero para lograr ello es necesario que la Cámara de Diputados le dé trámite a la medida, y para proceder la propuesta deben obtenerse dos tercios (342) de los votos de esa cámara.
Así que lo único que parece seguro en la actualidad en Latinoamérica es, más que un cambio total, una época de incertidumbre. Al menos para algunos países, con Venezuela a la cabeza.

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