Nadie espera que el presidente venezolano
Nicolás Maduro esté dispuesto a ceder el poder mansamente —es decir,
democráticamente— y para que no quede duda él mismo se ha encargado de decirlo
más o menos abiertamente. Pero unas elecciones legislativas no son de cambio de
presidencia. Y eso abre un amplio margen a las especulaciones.
Una derrota del chavismo en los comicios
legislativos no significa el fin inmediato de Maduro. Por otra parte, que el
actual gobierno venezolano está sumido en un abismo de impopularidad no implica
automáticamente una aplastante derrota en las urnas.
Dos posibles escenarios ya han sido
señalados. Uno es un fraude generalizado, que imponga un triunfo chavista que
no es tal. El otro es más traumático aún: imposibilitado de ocultar la votación,
Maduro decide imponer una dictadura sin tapujos, ya sea mediante un autogolpe,
la anulación de los comicios o la declaración de un estado de emergencia.
Sin embargo, la solución del gobernante
venezolano podría venir de otra forma. Y es posible que sea esta tercera vía la
que le estén aconsejando desde La Habana.
A diferencia de la época de Fidel Castro,
hoy en día su hermano Raúl maneja diferentes tácticas y estrategias. Ello no obedece
a una diferencia de personalidades sino a un cambio de circunstancias.
Por supuesto que Cuba no quiere la salida
del poder de Maduro, ni tampoco de momento está interesada en un cambio de protagonistas
dentro de ese gobierno. Maduro es su hombre y desde que el difunto Hugo Chávez
concibió la idea de nombrarlo como su heredero, el apoyo ha sido incondicional
aunque interesado. Demasiado tiempo en el poder para que La Habana no hubiera
considerado con antelación las “ventajas y desventajas” del heredero, incluso
para sospechar la participación directa en el nombramiento.
Sin embargo, a Raúl Castro no le conviene
que en Caracas se establezca una dictadura a las claras, es decir con un autogolpe de Estado. Lo que quiere el
Gobierno cubano es que no se interrumpan los vínculos comerciales con
Venezuela, y para ello está dispuesto a darle el consejo a Maduro de ceder en
algo para no perderlo todo.
Aquí es donde se sitúa ese tercer
escenario, donde la estrategia es sacrificar algunas piezas del tablero para
continuar la partida.
Es por ello que la clave radica en las
cifras. Que la oposición alcance la mayoría en la Asamblea Legislativa solo
significaría una derrota contundente al chavismo si es una mayoría absoluta. Una
victoria por escaso margen no solo resultará fácil de explicar —los bajos precios
del petróleo, el capitalismo financiero mundial— sino brindaría una amplia
posibilidad de maniobra. Desde el punto de vista propagandístico se saludaría como
un ejemplo de democracia.
Con menos de 100 diputados, la oposición
no alcanzaría las tres quintas partes del cuerpo legislativo y estaría lejos de
obtener la necesaria mayoría de dos terceras partes, para lo cual se requieren
más de 111 diputados.
Si se tiene en consideración que la popularidad
del gobierno chavista está por debajo del 20 %, alcanzar dicha mayoría es un
objetivo real. Pero aquí entran a jugar las posibles trampas de Maduro, que van
desde la manipulación de las máquinas de votación, las cédulas falsas y las
promesas de beneficios hasta la intimidación.
El gobierno de Maduro pierde, pero no
tanto.
Un resultado de este tipo estaría acorde
a como se está produciendo ese esperado fin del ciclo de la izquierda radical
en Latinoamérica, donde las fuerzas afines a un cambio —a falta de mejor
definición hay que catalogarlo hacia la derecha— que cobra fuerza pero no de
manera rotunda.
La apretada victoria de Mauricio Macri, y
su alianza de centroderecha, en Argentina es hasta ahora el mejor ejemplo de
ello.
Si el triunfo de Macri fue visto como el
primer eslabón del cambio, los límites que enfrentará su gobierno, con un
congreso de oposición, también deben servir para indicar cautela.
En igual sentido cabría situar de momento
el posible juicio político a la mandataria Dilma Rousseff en Brasil. El Congreso de ese país aprobó
iniciar un proceso que, de prosperar, podría acarrear el fin del mandato de Rousseff.
Pero para lograr ello es necesario que la Cámara de Diputados le dé trámite a
la medida, y para proceder la propuesta deben obtenerse dos tercios (342) de
los votos de esa cámara.
Así que lo único que parece seguro en la actualidad en Latinoamérica es, más que un cambio total, una época de incertidumbre. Al menos para algunos países, con Venezuela a la cabeza.
Así que lo único que parece seguro en la actualidad en Latinoamérica es, más que un cambio total, una época de incertidumbre. Al menos para algunos países, con Venezuela a la cabeza.