A 17 años de la primera victoria del
difunto presidente Hugo Chávez, la oposición venezolana obtiene un triunfo
significativo en las elecciones legislativas del domingo, pero además del momento
de entusiasmo es la hora de la cautela.
Hasta dónde el chavismo se estaba
preparando para el fracaso y hasta dónde esperaba el triunfo resulta de momento
algo difícil de responder. La llegada al país de exmandatarios extranjeros para
presenciar el proceso —de diversas tendencias políticas e invitados por
distintas vías— fue un indicador de que la votación no se limitaría a un fraude
simple y burdo. Más allá de no permitir observadores internacionales —solo
“acompañantes” y de Unasur—, hubo una intención manifiesta, por parte del
Gobierno, de no romper por completo el marco de las normas democráticas. El
hecho de que se le permitiera ejercer el voto al preso político más importante
del país, Leopoldo López, apuntó igualmente hacia el objetivo de brindar una
fachada de tolerancia.
Aquí el cálculo puede haber sido que el
gobierno de Nicolás Maduro cuenta con el control y los recursos suficientes
para gobernar durante los próximos dos o tres años con una nueva ley
habilitante —aprobada por la Asamblea Nacional saliente en los pocos días que
le quedan—, lo que podría permitirle resistir la caída de los precios del
petróleo y la grave crisis económica.
La prórroga de la hora de votación
muestra por otra parte el apelar a un recurso de última hora, pero no hay que
verlo como un signo de desesperación sino como la repetición de un recurso
provechoso en otras ocasiones. Solo que ahora quizá no lo fue tanto.
Maduro llamó a la “ofensiva popular” para
que nadie se quedara en casa. El chavismo intensificó la presión sobre su
electorado cuando quedaban dos horas para el cierre de las urnas, a las seis de
la tarde. Entonces comenzaron a escucharse mensajes por televisión que daban a
entender que los colegios seguirían abiertos pasada la hora de cierre, lo que
luego confirmó el Consejo Nacional Electoral.
El mecanismo había sido planeado con
anterioridad para su puesta en marcha. Una especie de Plan B que entra en
funcionamiento si aumentan las sospechas de que los resultados no van a ser
favorables. Nada nuevo en Venezuela.
El fallecido presidente Hugo Chávez lo
utilizó para obtener 800.000 votos tardíos que fueron decisivos en su última
lid presidencial. Maduro apeló, en la “Operación Remolque”, a los electores de
última hora, y así al parecer se impuso sobre el líder opositor Henrique Capriles
en una elección aún cuestionada.
Hasta qué punto volvió a funcionar esta
táctica, para evitarle al chavismo una derrota aún mayor, o si el domingo esta
sirvió de poco, luego de los pronósticos de unos resultados más ajustados, será
materia de especulación en los próximos días. De momento vale la pena
arriesgarse a tres conclusiones apresuradas:
La
clave está en las cifras
De acuerdo a los primeros resultados
ofrecidos por el Consejo Nacional Electoral (CEN), de los 167 escaños en
disputa la opositora Mesa de la Unidad (MUD) obtuvo 99, mientras que el
oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) solo 46. Quedan por
adjudicar 22.
Con 99 diputados la oposición logra la
mayoría y es muy posible que sume algunos más de los restantes por definir, lo
que la llevaría a superar la cifra de 100, las tres quintas partes del cuerpo
legislativo, y entonces estaría en capacidad de tratar de impedir que Maduro
gobierne por medio de decretos, bajo el mandato de las leyes habilitantes que
ha venido empleando.
De quedarse solo en los 99 diputados, con
los que ya cuenta, la oposición podría promulgar leyes, vetar nombramientos y
ejercer control sobre las arcas del Estado, pero con resultados más limitados.
La clave de un cambio mayor ocurre si la
MUD alcanza más de 111 diputados, algo
difícil pero no imposible. Entonces estaría en capacidad de nombrar o
remover a magistrados del Tribunal Supremo, y a rectores del Consejo Nacional
Electoral, así como convocar a un referéndum.
Con más de 111 diputados de la oposición,
sí es posible afirmar que se ha iniciado el fin del chavismo. Con menos
escaños, no.
De
las “guarimbas” a las urnas
El triunfo electoral en las legislativas
es una victoria que también implica un reacomodo de tácticas dentro de la oposición.
Los partidarios de la lucha electoral han resultado vencedores y ello reivindica
una labor que en ocasiones fue rechazada, incluso desde el exilio venezolano.
Tras el fracaso de una confrontación más directa
en las calles, para poner fin al gobierno de Maduro, realizada a comienzos de
2014 y que se saldó con al menos 43 muertos, la vía electoral pasa de nuevo a
primer plano.
Si bien los enfrentamientos al actual
mandatario venezolano se han enmarcado siempre dentro de la lucha pacífica, en
la oposición se ha debatido —y priorizado en ciertos momentos— diversas
opciones sobre hasta dónde llevar la confrontación y sus posibilidades de éxito
en determinadas circunstancias.
Ahora, y por primera vez, todas las
formaciones opositoras confluyeron bajo un mismo paraguas, el de la MUD, donde
se agruparon los más diversos partidos políticos, desde la centro izquierda
hasta la derecha conservadora.
Sin embargo, esta unidad a la hora de ir
a las urnas no garantiza automáticamente que se mantenga durante los debates
legislativos, y aquí de nuevo entran en consideración las cifras, y únicamente
cuando se conozcan los resultados finales se podrá calcular si es la hora de
lanzarse a objetivos de largo alcance —como un posible referéndum— donde la
unidad opositora podría resultar más fácil de mantener, o simplemente dedicarse
a proyectos legislativos más limitados.
Por lo pronto, es posible que la
prioridad del nuevo cuerpo legislativo sea sacar adelante una amnistía que permita
el encarcelamiento de los opositores injustamente en prisión, entre ellos
Leopoldo López.
Tan conveniente y necesaria como resulta
la lucha en las urnas, para traer un cambio político en Venezuela, no obstante mantiene
abierta la interrogante básica de si ello es posible de alcanzar con el empleo
solo de ese medio: vencer democráticamente a un gobierno que cada vez más se
muestra autoritario.
Porque tampoco el historial de Maduro y
Chávez deja mucho terreno a la ilusión. Si de momento hay que reconocer que el
mandatario aceptó la derrota, no es la primera vez que se produce un revés
electoral dentro del chavismo, para luego ser eliminado paulatinamente su
efecto.
Pero ahora ocurren dos factores distintos
a las situaciones anteriores: una enorme crisis económica y que Maduro no es
Chávez.
Desde que llegó al poder, Nicolás Maduro
ha mantenido a Venezuela en una situación de crispación política constante, que
en parte ha utilizado como una forma de distracción ante su incapacidad para
resolver algunos de los apremiantes problemas que enfrenta al país, desde la
escasez y el deterioro económico hasta la criminalidad y la inseguridad
ciudadana, Pero ese apostar siempre a mantener el país entre el abismo y la
cuerda floja es un juego muy arriesgado. De la posición que adopten las fuerzas
armadas, y una combinación exitosa de protestas, manifestaciones pacíficas y
pasos electorales, junto a la situación política de la región, depende el
futuro tanto de la oposición como del chavismo.
¿El
factor Castro?
A grandes rasgos puede afirmarse que
Fidel Castro fue el líder de las grandes estrategias, mientras que su hermano
Raúl —sin duda el más guerrillero entre ambos—se reduce al hombre de la táctica
diaria.
Ese ejercicio del poder como un acto de
sobrevivencia cotidiana es el que se practica actualmente en La Habana y
Caracas, Raúl con discreción y Maduro con escándalo. ¿No vieron ambos en el
fracaso electoral legislativo que se avecinaba una oportunidad dorada para
quitarse de arriba a ese cómplice incómodo que es Diosdado Cabello, además
sospechoso de involucramiento en el narcotráfico (una línea roja para La
Habana)? Un beneficio colateral, sin duda, pero que es posible sea considerado solo
por los aficionados a las teorías conspirativas.
En cualquier caso, y especulaciones a un
lado, por supuesto que Cuba no quiere la salida del poder de Maduro, ni tampoco
de momento está interesada en un cambio de protagonistas dentro de ese gobierno.
Maduro es el hombre de y para los
hermanos Castro, y desde que Chávez concibió la idea de nombrarlo como su
heredero, el apoyo ha sido incondicional aunque interesado. Demasiado tiempo en
el poder para que no se hubiera considerado con antelación las “ventajas y
desventajas” del heredero, incluso para sospechar la participación directa en
el nombramiento.
Sin embargo, a Raúl Castro no le conviene
que en Caracas se establezca una dictadura a las claras, es decir con un
autogolpe de Estado. Lo que quiere el Gobierno cubano es que no se interrumpan
los vínculos comerciales con Venezuela, y para ello está dispuesto a darle el
consejo a Maduro de ceder en algo para no perderlo todo.
Es posible que la moderación finalmente
mostrada por el mandatario venezolano venga sugerida desde La Habana, donde
siempre se ha impuesto sacrificar algunas piezas del tablero con tal de
continuar la partida. Y la salida de Cabello de la presidencia de la Asamblea
Nacional podría resultar, en última instancia, también un “beneficio” colateral
para Maduro y Castro.
La táctica de ganar tiempo, típica del
mandato de Raúl Castro, podría también resultar beneficiosa a Maduro, si la
oposición no llega a superar los 111 diputados. Los graves problemas que en la
actualidad enfrentan los venezolanos requieren de un cambio drástico en las
instituciones gubernamentales. La situación cotidiana del país no va a cambiar
de inmediato, y es posible que dentro de un tiempo los venezolanos se
encuentren ante un gobierno que no les resuelve sus necesidades y una oposición
legislativa que tampoco encuentra solución para ellas. Entonces se impondrá la
apatía, algo que desde hace décadas viene ocurriendo en Cuba.