A un año de ese histórico 17 de diciembre
en que los mandatarios Barack Obama y Raúl Castro anunciaron una nueva época en
las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, el diálogo ha seguido un guión
programado, cumplido con precisión pese a las dificultades que se vaticinaron
ocurrirían, aunque en buena parte distinto a las esperanzas y temores que el aviso
despertó en sus inicios.
Una realidad ha quedado bien clara
durante este tiempo. El acercamiento entre ambos Estados ha sido simplemente
eso: un avance en los vínculos entre dos gobiernos que desde el inicio
partieron del supuesto de que hay mucho que los diferencia —en política,
proyección social y economía— y también mucho que los une en historia y geografía.
Sin embargo, hay también otro aspecto muy
importante. La existencia de algo más de dos millones de ciudadanos compartidos
en dos costas cercanas: el 70 por ciento de los cubanos que viven en el exterior
reside en Estados Unidos. La cifra por sí sola indica que, al hablar del tema,
no se trata de un problema con dos gobiernos de por medio sino de uno que
afecta a un pueblo dividido. Y ello continúa siendo un asunto pendiente.
Así que tras un año lo ocurrido puede
resumirse en un mucho o un nada, según la óptica de quien lo mire, sobre todo
en pequeños gestos y pasos cortos.
Mucho ha logrado el proceso, si se tiene
en cuenta que ha avanzado con lentitud pero sin tregua en la creación de
acuerdos sobre problemas que interesan a las dos naciones y en los que existen
puntos de interés y convergencia. Nada se ha alcanzado con el acercamiento, al
constatar que en Cuba la libertad política, y en gran parte social y económica,
sigue tan ausente como antes del 17 de diciembre de 2014.
Aunque estos puntos de vista dejan a un
lado las prioridades que ambos gobiernos parecen tener, y en los que la
democracia para la isla no ocupa los primeros puestos. La apuesta en este caso
se inclina más hacia mantener la estabilidad en una zona que en buscar la libertad
en un país.
Queda entonces un balance donde gestos y
acuerdos se resumen en logros limitados frente a la realidad cubana de escasez
y prohibiciones, pero que al mismo tiempo no pueden catalogarse de nimios en
cuanto a echar por tierra medidas poco efectivas para llevar la democracia a
Cuba, que por años estuvieron vigente en Estados Unidos. Normas que
significaban engorros, gastos y prejuicios en la comunicación, el intercambio y
los viajes.
Conversaciones entre ambos países sobre
objetivos concretos, como la aviación civil, el transporte postal directo, la
protección del ambiente y la lucha contra el narcotráfico. En algunos casos ya
con resultados concretos.
Nada malo en el establecimiento del
correo directo entre los dos países —para mencionar un acuerdo reciente— o la
normalización de los vuelos comerciales —que se espera en breve—, sino todo lo
contrario: hacerle la vida más fácil a los cubanos que por décadas han sufrido
una separación cuyos culpables son indudablemente quieres gobiernan desde la
Plaza de la Revolución, pero a la que no hay que contribuir innecesariamente.
Claro que en este mejorar o facilitar la
vida las cuestiones políticas quedan a un lado. No se trata de vivir en
libertad sino de vivir un poco mejor.
Pero tras el desglose de los pequeños
avances se hace más evidente la necesidad de ambos gobiernos en conseguir
logros más sustanciosos, si es realmente la normalización de relaciones lo que
se busca. Tras los puntos más fáciles de entendimiento, el próximo año es que
realmente se pone a prueba la voluntad negociadora.
Será en primer lugar en la búsqueda de
una solución a las demandas económicas de ambos países, que piden
compensaciones económicas, ya sea por la nacionalización de propiedades
estadounidense o por el reclamo cubano debido a daños ocasionados por el
embargo comercial de Washington, además de indemnizaciones monetarias también
exigidas por daños vinculados a actos terroristas, acciones militares y
operaciones encubiertas.
Tras una primera reunión, lo único
acordado fue… reunirse de nuevo.
Estados Unidos y Cuba enfrentan un duro e
ineludible camino en la solución de estas demandas, sin lo cual otros avances
en el futuro serían puramente secundarios. Porque si para el primer año
bastaron los gestos mínimos, para el segundo serán necesarios pasos más
conclusivos, o de lo contrario el deshielo entre Cuba y Estados Unidos terminará
por derretirse.
El presidente Barack Obama habla con el gobernante cubano Raúl Castro desde el Despacho Oval, en la Casa Blanca, Washington.