domingo, 31 de enero de 2016

Buena noticia: Jaap van Zweden en Nueva York


Jaap van Zweden sustituirá a Alan Gilbert como director musical de la Filarmónica de Nueva York a partir de la temporada 2018–19. El neerlandés Van Zweden es un brillante director de orquesta, intérprete destacado de Beethoven, Brahms, Mahler y Bruckner, con lo que tiene cubierto casi el 70% del repertorio de la filarmónica neoyorquina, también de los compositores rusos y soviéticos, el 29%, y  para el uno restante por cubrir.
Gilbert ha tratado de darle cierta variedad a ese reportorio, y también una dosis de actualización, pero lo que me pasa con él es que siempre elude poder definirlo. Y hay que ver la orquesta que está dirigiendo, y quienes la dirigieron en otra época, para comprender que lo ineludible de las comparaciones. Jamás es brillante, nunca es malo. Siempre da la impresión del chico que se esfuerza por hacer bien la tarea, incluso más allá de sus fuerzas.
La presencia de Gilbert siembre me pareció una especie de respuesta inadecuada a la ausencia de alguien parecido a Dudamel, quien por suerte se quedó haciéndolo bien y mal en la otra costa. Gilbert logra en ocasiones ser tan bueno como Dudamel, pero sin esa necesidad de pavoneos y grandilocuencias, pasados de moda.
Cuando van Zweden llegue a  la orquesta de Nueva York será en cierto sentido una vuelta al tradicionalismo —aunque difícil, o demasiado fácil, el aplicar ese concepto a una orquesta que toda una tradición, superada en ese sentido solo por la de Viena—, pero también una brillantez que Gilbert no logra por mucho que se esfuerce.  

miércoles, 27 de enero de 2016

Disidencia, información y cambios


Medir el avance de esta oposición —que incluye formas y objetivos diversos dentro de una amplia actitud de rechazo al régimen—, por los cambios que gracias a ella ha experimentado la sociedad cubana en los últimos años, es como entrar en un campo minado.
En primer lugar debido al hecho de que muchos de estos cambios no son debidos a la oposición, sino puestos en práctica en un desarrollo paralelo a esta. En segundo porque esa misma oposición —que reclama su participación para lograr estos cambios— los disminuye o desestima, al catalogarlos de “cosméticos”.
La subvaloración de esos cambios, por parte de algunos de los grupos opositores afines y/o financiados con la participación de Miami, parte del uso de un discurso que  le es necesario para justificar su presencia casi cotidiana en esta ciudad, o de su empleo como punto de partida (no desde el punto de vista geográfico del aeropuerto, casi siempre imprescindible, sino del dinero para el boleto, siempre imprescindible).
Admitir por la oposición que en parte algunas de sus quejas anteriores ya han sido resueltas —liberación de los prisioneros de la “Primavera Negra”, posibilidad de entrar y salir del país, eliminación del bloqueo a blogs y sitios en internet (entre los cuales, por otra parte no está incluido CUBAENCUENTRO); mayor acceso a Internet y la instalación reducida de lugares con sistema WiFi; la existencia del trabajo por cuenta propia; y el permiso a la contratación de personal por empleadores privados en determinadas categorías— se ve como una erosión al reclamo de una labor en las peores condiciones posibles. La retórica entonces se concentra en un reclamo de victimización —casi siempre real pero en ocasiones exagerado— donde a la crítica justa al sistema se ha incorporado, y en ocasiones llega hasta suplantar, el rechazo a la política de “deshielo” del presidente Barack Obama.
Claro que esto último posibilita el acceder a tribunas y beneficios económicos aún bajo el control de ese sector del exilio que por años se ha catalogado de “vertical” —sin serlo en muchas ocasiones—, pero se logra a cambio de entregar parte de la independencia que se suponía estaba destinada a conquistar. Además del apoyo — en este caso como rentabilidad añadida— para poder despreciar como “procastrista” cualquier crítica al respecto.
La clave sería enfatizar lo que falta en la Isla para acercarse a un respeto mínimo a los derechos humanos, ciudadanos y políticos; la posibilidad del surgimiento de una sociedad civil; y mucho más al establecimiento de un Estado de derecho y un avance democrático. Pero reconocer al mismo tiempo que se trata de una situación cambiante, en el sentido de una transformación a duras penas, y cuya visión no es la misma que sigue predominando en cierto sector del exilio y en la mente de los congresistas cubanoamericanos aferrados al pasado.
Lo anterior no pretende desconocer u opacar lo que sí constituye un logro de la oposición en la espera internacional, y es la denuncia de los atropellos que a diario comete el régimen de La Habana.
Parte de lo que se conoce en el exterior, sobre lo que ocurre en la Isla, se debe a esta labor de denuncia, a lo que se une la prontitud en la divulgación de cualquier hecho.
Aunque tal divulgación no ha logrado librarse de su talón de Aquiles original: la ausencia de una posibilidad para confirmar de forma independiente la información que llega.
Fuente y mensaje
En este sentido, la oposición actúa al mismo tiempo como fuente y mensaje. No es solo la causa por la cual se produce la noticia sino el medio que la divulga. Ello, desde el punto de vista periodístico, no solo es contraproducente sino origina un conflicto de intereses.
Conflicto que por otra parte trasciende cualquier valoración desde un punto de vista más o menos “patriótico”. Muchos periodistas independientes actúan al mismo tiempo como activistas políticos. Los órganos de prensa que en Miami, Madrid u otros lugares divulgan estos contenidos se limitan a la función de repetidores: se hacen eco, no producen la noticia de forma propia.
La cuestión no se resuelve con señalar la fuente de procedencia, en un ejercicio fácil de salvar la responsabilidad.
Cuando el volumen informativo obtenido de esa forma alcanza una proporción elevada, inevitablemente se está ante el peligro de un cuestionamiento a la credibilidad.
El problema no se resuelve con una disyuntiva de “buenos” y “malos”, porque limitarse a esa alternativa lleva inexorablemente a tener que admitir una profesión de fe: creo en esto y no en lo otro. Y el verdadero periodismo no funciona sobre juicios de fe sino sobre la verificación de los hechos.
También este problema brinda argumentos a quienes prefieren rechazar el marcado carácter político de estas informaciones. No es el caso de las noticias puramente “políticas” —abusos, represión, actos coercitivos— sino a otros destinados a brindar un panorama de lo ocurre en el país y la vida cotidiana de sus ciudadanos. Tampoco se trata aquí de las justificaciones del gobierno cubano, que siempre va a remitirse a las categorías de “mercenarios”, “apátridas”, “contrarrevoluciones”.
De lo que se trata es de lo mucho o poco que puede hacer un activismo que intenta el casi imposible objetivo de construir una sociedad civil, en una forma de gobierno que todavía arrastra mucho de totalitarismo en su marcha hacia el autoritarismo, y en lo que puede hacer un movimiento de rechazo, por su naturaleza, al gobierno existente, pero que al mismo tiempo elude la confrontación directa y busca otras formas de cambio.
Es, en fin, de buscar un camino en que la oposición se abra un poco más al mundo y no tanto a Miami y Washington.
El caso cubano no es único en este sentido. En naciones desarrolladas y de pleno ejercicio democráticos los vínculos entre gobierno, Estado y financiamiento de medios informativos siempre han estado expuestos a la ruptura de una independencia imprescindible pero no fácil de lograr. Por años la BBC británica fue un encomiable ejemplo, ya no lo es. En Estados Unidos, Radio Martí y luego la emisora de televisión comenzaron guardando una serie de normas que luego se echaron a un lado. La señal, por ejemplo, no se propagaba en territorio nacional, pero ahora cualquiera en Miami puede ver los programas de TV Martí en la televisión por cable que trasmite en la ciudad. Como Internet y la misma televisión por cable han cambiado las reglas anteriores, más que un énfasis en filtros tecnológicos la responsabilidad recaería en un mayor rigor editorial. Aunque en el caso de las emisoras del gobierno estadounidense que supuestamente trasmiten para Cuba poco se hace en este sentido.
El atraso económico y la censura existentes en la Isla no sirven tampoco de pretexto para eludir estos problemas, como tampoco el sacar a relucir que en cualquier país los partidos políticos tienen sus propios órganos de difusión. El dilema surge cuando se unifican los rudimentos de una sociedad civil y la oposición. Se meten en mismo saco los supuestos partidos políticos opositores existentes —que en realidad solo evidencian un abuso de nombre y categoría—, cualquier acto de desacato, diversas manifestaciones artísticas, grupos de pensamiento y análisis y activistas sociales e incluso religiosos.
Un ejemplo en Cuba de esfuerzo de distinción entre labor informativa, activismo político, ausencia de financiamiento gubernamental de tipo alguno y rechazo al periodismo de barricada es el portal 14ymedio, que se desarrolla dentro de un medio hostil sin renunciar a las reglas elementales del periodismo.
Prensa oficialista, independiente y desde EEUU
Por supuesto que gran parte de la culpa de lo que ocurre radica en las características del Gobierno cubano.
En el caso específico de la prensa, la oficial del país, la única reconocida, arrastra un historial de décadas ejerciendo una función que no llega a ser ni siquiera ideológica: es simple propaganda, y cabe añadir los adjetivos de mala y aburrida. Así que ni siquiera cumple el objetivo para el cual fue creada.
Por otra parte, en buena medida las noticias provenientes de los reporteros extranjeros acreditados en Cuba se limitan a reproducir, con algún que otro matiz, lo que publica la prensa oficial.
Siempre bajo la presión de la censura y ante el temor de perder de ofrecer la “gran noticia”, en el día que ocurra lo inevitable pero hasta el momento postergado gracias a la medicina y los caprichos de la historia, los reporteros extranjeros optan por no arriesgarse.
Vale el argumento de que las limitaciones de que las informaciones producidas por la oposición nacen de su desamparo: acosados por el Gobierno, hallan natural adecuar su discurso a los oídos receptivos en el exterior.
Sin lugar a duda en esto influye también un paternalismo trasnochado fuera de Cuba, que se niega a cuestionar cualquier información proveniente de la prensa independiente, bajo el temor de entonces ser catalogado de emisario del enemigo, cómplice del castrismo, abanderado de la injusticia.
Es por ello que una responsabilidad mayor recae en la actual administración estadounidense. Hasta el momento incapaz de adecuar la labor informativa que supuestamente debe cumplir a la realidad cubana. Y en primer lugar cabe culpar al pobre papel que desempeña el sistema noticioso de Radio y TV Martí, que más allá de cambios administrativos por razones partidistas ha persistido en la decadencia informativa.
Si alguien cuenta en la actualidad con los medios para formar un equipo noticioso que logre obtener informaciones objetivas sobre lo que ocurre en Cuba son ambas emisoras. Si no lo hacen es porque siguen empantanadas en la arcadia del pasado o la supervivencia a cualquier precio. Es por ello que mucho de lo que se escucha, lee y ve producido por ellas cae en la misma manipulación de la que pretenden escapar.
Limitado en sus recursos, incapaz de ejercer sus funciones como medio informativo, coartado en su acceso a las fuentes, el periodismo independiente desde la lsla es muchas veces una abstracción. Algunos reportajes puntuales impiden la afirmación categórica. En su conjunto representa una añoranza de libertad que si bien justifica su surgimiento no despierta ilusión.
Transformación limitada
Hasta el momento, Raúl Castro ha logrado un difícil equilibrio entre represión y reforma. Lo ha hecho dilatando la segunda y modificando la primera sin que pierda su naturaleza de mantener el terror. En la práctica gobierna de una forma mucho más progresista que su hermano en lo económico, pero no en lo político. Que ese avance se deba a circunstancias específicas no disminuye el hecho de que sea real.
Enfrentar y divulgar esa situación de transformación limitada en la Isla —con modificaciones económicas decretadas por un gobierno que en Miami se detesta y rechaza, pero contra el cual se puede hacer poco— presenta un nuevo problema, tanto para los cubanos en el exilio o que radican en cualquier parte del mundo como para los que viven en Cuba.
Para el llamado exilio de “línea dura” de Miami, que por décadas se ha atribuido la labor de determinar lo puede considerarse “anticastrismo”, ¿cómo responder a una situación cada vez más alejada de la ideología que la sustentó durante tantos años, y que se sostiene con el apoyo de las circunstancias del momento?, ¿cómo hacer frente al sainete, que ha resultado tan exitoso como la epopeya?, ¿de qué forma destacar lo que sigue igual sin dejar de reconocer lo que ha cambiado?
Ante tal amalgama se han improvisado respuestas y salidas personales. Las visitas de algunos destacados opositores de la Isla —que pueden viajar al exterior gracias a los cambios efectuados por el mismo gobierno que hasta hace pocos años les impedía la salida temporal— fueron en el inicio una oportunidad para al mismo tiempo buscar la reafirmación y encontrar —quizá de forma práctica y sin un plan consciente— una transformación necesaria. En la práctica han brindado poco resultado, en cuanto al objetivo de acercar un cambio democrático en Cuba. Cierto que el gobierno de La Habana se opone tenazmente a ese cambio, pero esperar lo contrario resulta irrisorio. Tampoco es un caso único. No es problema solo de falta de unión de la disidencia, sino de incapacidad de actuación. Ahora algunos de esos opositores tienen al parecer dos enemigos a enfrentar: el Gobierno cubano y el de EEUU. Pensar que uno de ellos quedará eliminado con las elecciones de noviembre es apostar al desconocimiento. La cuestión es tratar de avanzar con lo que se tiene.
Si se mira al exterior el destino de la democracia en Cuba es quizá aún más desalentador. La posibilidad de abrir un negocio en la Isla —riesgoso pero rentable— se ha impuesto a otras. Pero por qué oponerse a esa opción. Es cierto que el capitalismo —salvaje o no tan salvaje— tiene muchas desventajas, pero difícil de convencer a un cubano que gana $25 al mes de lo malo de las inversiones extranjeras.

En Miami siempre han estado desvirtuadas las actitudes de “confrontación” y “acercamiento”, ya que no ha sido muy difícil plantearse la no confrontación desde una actitud que sea al mismo tiempo opuesta a los centros de poder asentados en la Plaza de la Revolución. Por décadas, el maniqueísmo de La Habana ha definido la dicotomía en esta ciudad, y también se ha extendido a otras partes del mundo. Ya es hora de cambiar el enfoque.

martes, 26 de enero de 2016

El Ajuste republicano


Ajustar es “hacer y poner algo de modo que case y venga justo con otra cosa”, según la Real Academia de la Lengua Española. Con la Ley de Ajuste Cubano ello no es posible.
Los problemas con quienes tratan de hacerlo con la tan mencionada ley son muchos. Comienzan cuando se trata de coincidir una visión arraigada en Miami con otra según los acontecimientos internacionales: no casan, no cuadran; son imposibles de cazar.
Tanto el proyecto del aspirante presidencial y senador Marco Rubio, como el del representante Carlos Curbelo—ambos legisladores por la Florida y ambos republicanos—, para tratar de “modificar” la Ley de Ajuste Cubano, parten de igual equívoco: la legislación no es una medida para regular el asilo político. A tal efecto, existen otras leyes en Estados Unidos.
Si la ley sirviera para beneficiar exclusivamente “aquellos cubanos que están verdaderamente huyendo de la represión y persecución política”, su puesta en práctica quedaría limitada a un número muy reducido de casos.
Un sector de la comunidad cubana considera que ha concluido la época de los exiliados políticos, y que quienes vienen, y luego de más de un año comienzan a tramitar su visita a la isla, son en realidad inmigrantes económicos.
Claro que siempre cabe pedirle a quien piensa así que muestre sus zapatos. Y luego, si no los tiene rotos —como José Martí cuando vivía en Nueva York—, solicitarle que reconsidere su posición.
Pero más allá de consideraciones personales, vale la pena analizar la situación. Lo que existe en la actualidad son dos procesos inversos, que por décadas vienen gestándose.
Uno es la asimilación, que continúa. El otro tiene que ver con la permanencia de los vínculos con lo que se dejó atrás. No son procesos necesariamente excluyentes, pero por décadas se consideraron, sino opuestos al menos definitorios. Y esto es lo que ha cambiado.
Hasta la entrada en vigencia del cambio en la ley migratoria cubana, en enero de 2013, la salida de Cuba tenía un carácter definitivo, otorgado por el Gobierno de La Habana. Irse del país significaba una división tajante entre “los que se van” y “los que se quedan”. Ello no implicaba la ausencia de visitas a Cuba, pero reducía la cifra, además de los límites impuestos por los gobiernos republicanos.
Esa ecuación, en que la partida se definía como desarraigo, ha perdido su naturaleza absoluta para los llegados en los últimos años.
Lo que ocurre en estos momentos es que la separación ha dejado de ser tajante. Ahora los factores familiares ocupan la preponderancia que en una época tuvo la política. El quedarse a vivir definitivamente en el exterior ha pasado a ser una decisión personal que no implica el destierro, aunque en ella influyan o determinen factores políticos (la línea definitoria sigue siendo que se vuelve pero no se regresa).
Para quienes han llegado en los últimos años a EEUU, el camino hacia una nueva vida no elude la vuelta o el viaje más o menos constante al lugar de origen, porque tienen a su favor la geografía y el tiempo.
Ello conlleva una relativización de conceptos, que choca con el absolutismo que por décadas imperó en Miami. Lo que quieren los legisladores republicanos es buscar perseguidos políticos (en el sentido legal del término) donde no los hay.
El único argumento válido para cambiar la ley es decir que la situación en Cuba ha cambiado, lo que no implica un avance hacia la democracia.
Así que los legisladores republicanos cubanoamericanos se aferran a meter en el mismo saco una posición rígida y una situación cambiante. Una tarea nada fácil.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 25 de enero de 2016.

sábado, 23 de enero de 2016

Ayudando a la vecina


El exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg anunció que analiza presentarse como candidato independiente a las elecciones presidenciales si finalmente los nominados por los dos principales partidos son el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders. Tiene dinero para ello, al igual que Trump, otro neoyorquino — planea gastar mil millones de dólares de su fortuna con ese fin, dijo The New York Times, que dio a conocer la noticia—, lo que no tiene es la menor posibilidad de triunfo.
Si a principios de marzo Bloomberg decide entrar en la competencia, ¿quiénes serían los ganadores y perdedores? El exalcalde ya dejó dicho los nombres que lo llevarían a tomar tal decisión, y la balanza se inclina hacia que el Partido Demócrata llevaría la peor parte si ello ocurre. Bloomberg está apuntando a Sanders, no a Trump. Y con ello Hillary Clinton sale ganando.
Los candidatos independientes en naciones con un fuerte bipartidismo por lo general no llegan al poder, pero le restan votos a ambos partidos principales. Y siempre es uno de estos dos partidos principales el que pierde más.
Ocurrió en Estados Unidos con la candidatura de Ross Perot y acaba de pasar en España con el surgimiento de Podemos y Ciudadanos. Claro que se trata de dos fenómenos políticos diferentes. Aquí hay una democracia con siglos de existencia, mientras que la española es muy joven. De momento en España existe la posibilidad de que uno de los dos nuevos partidos —Podemos en específico— alcance el segundo lugar e incluso en un futuro cercano llegue a la presidencia. También el fenómenos republicano ha sido por partida doble, así que ambos partidos principales perdieron electores. Pero lo que importa en este análisis es destacar que los terceros y cuartos partidos no salen del aire: se nutren de los votantes decepcionados con los otros ya existentes.
Una candidatura de Sanders inclinaría a más votantes centristas, dentro del Partido Demócrata, a votar por Bloomberg, que a republicanos, también menos apegados a los extremos, a optar por un independiente. Eso es lo que se ha visto hasta ahora, dentro del proceso de las primarias, en que los candidatos más centristas se encuentran muy rezagados en los sondeos.
La razón es muy sencilla. Sanders es un “socialista”, como él mismo ha señalado, y la palabra inspira respeto y —por qué no decirlo— miedo. No importa que socialismo y comunismo son dos conceptos distintos —histórica y políticamente— y que incluso como organizaciones políticas siempre han sido enemigos. En Estados Unidos la palabra “socialismo” es tabú para la mayoría del electorado. Al estadounidense promedio no le interesan los matices europeos y mucho menos le preocupa lo que ha ocurrido y ocurre allá, salvo cuando sucede un atentado terrorista, y entonces es por el temor de que pase aquí. Eso para empezar. Hay que agregar que el mal uso del término por parte de los comunistas —“Republica Socialista de…”— ha contribuido no poco a ello.
Así que lo más cercano a que se puede aspirar a un partido socialdemócrata en EEUU, es precisamente el Partido Demócrata; que por otra parte no es un partido socialdemócrata.
El modelo bipartidista estadounidense desde hace años está a punto de entrar en crisis, pero aún no ha ocurrido. Si el Partido Republicano pierde las elecciones es posible que se divida. Igual podría ocurrir con el Demócrata, pero es menos probable; aunque la fuerza que está alcanzando la campaña de Sanders también podría incidir en una crisis demócrata en caso de una derrota de Clinton.
Por lo pronto—y a la espera de los resultados en los caucuses y las primeras votaciones primarias— la idea de la nominación de Trump comienza a verse como una posibilidad para los republicanos.
Trump aún no cuenta con el respaldo del establishment republicano, ni siquiera con el apoyo público de un gobernador o legislador de su partido, pero empieza a verse, desde el punto de vista republicano, como un mal menor frente a Ted Cruz.
En resumidas cuentas Trump tiene fama de negociador —o de negociante, que para ellos es lo mismo, aunque no así en la realidad—, mientras que la de Cruz es de fanático.
A Cruz no lo quieren, entre los que aún manejan el Partido Republicano, ni a mil millas de distancia.
El problema con Cruz en el poder es que no solo destruiría lo poco que han hecho los demócratas en estos ocho años, por motivos diversos —tampoco es aquí la intención de tratar ese hecho—, sino también lo mucho que han hecho los republicanos en períodos anteriores, en cuanto a leyes, cambio de percepción sobre determinados fenómenos, etc.
Si no está de acuerdo con afirmación anterior, piense por un momento en lo que sería un gobierno de Cruz y lo que fueron ocho años de George W. Bush. Por supuesto que no estoy hablando de lo que considero errores políticos, estrategias administrativas fallidas o beneficios a unos pocos por encima de otros muchos —en cuyo juicio interviene la perspectiva ideológica—, sino del concepto mismo del gobierno como institución.
Cruz es, en última instancia, la anarquía y el fanatismo en el poder. Para él la ideología no es parte de la política, sino la política es solo ideología. Y lo que no destruya del conservadurismo tradicional, en caso de ser elegido, lo destruirá el que venga detrás luego de cuatro años, que entonces sí podría salir electo alguien más radical a la izquierda que lo que —en muchos casos injustificadamente— se teme de Sanders.
Pero lo que cuenta ahora, para ambos partidos, es ganar la elección de este año. Y la posibilidad de una candidatura independiente de Bloomberg llevará a los demócratas a inclinarse un poco más a favor de Clinton, que no ha perdido aún la condición de ser la “carta ganadora” para su partido. Si con Sanders ese triunfo resulta más difícil, con el exalcalde neoyorquino en el ruedo se torna casi imposible. Así que es posible que todo quede como un favor a la vecina que parece necesitarlo en estos momentos, y nada más. 

viernes, 22 de enero de 2016

Miami y el estigma de ser “marielito”


Los legisladores republicanos hablan de que la Ley de Ajuste Cubano debe preservarse para quienes sufren persecución política en Cuba, y posiblemente durante ese mismo discurso o al poco tiempo se reúnen con un opositor cubano que entra y sale del país y acumula sus merecidas horas de vuelo durante los más diversos recorridos por el mundo.
Pregonan los mismos fundamentos de quienes los precedieron o acompañan en la labor legislativa, al tiempo que mantienen un piadoso silencio sobre las actuaciones que hicieron posible la situación actual: una enmienda de 1980 a la ley permite a los inmigrantes cubanos, independientemente de sus razones para abandonar la isla, el acceso al Programa Federal de Reasentamiento de Refugiados.
En la práctica se limitan a  crear un binomio con los políticos locales, también republicanos, para el enunciado de lamentos y reproches. Así se alzan las voces sobre la posible crisis a desatarse en Miami si siguen llegando nuevos inmigrantes, y omiten igualmente que el financiamiento de dichos programas de ayuda se cubre a través del presupuesto federal.
Una de las consecuencias de tal actitud es alimentar en esta ciudad un sentimiento de rechazo, o al menos de reserva, hacia quienes vienen ahora, similar por cierto al surgido durante la crisis del Mariel, donde no fueron pocos los recién que se vieron obligados, o prefirieron, ocultar su medio de llegada. Entonces fue patético  encontrar a “marielitos” decir “te llamo pa'tras”, como una forma ingenua y hasta risible de tergiversar el idioma para ocultar el origen. Claro que con el tiempo el ser “marielito” perdió cualquier carga de estigma. Igual ocurrirá ahora.

sábado, 16 de enero de 2016

Trump y los exiliados cubanos


Llama la atención las simpatías que el aspirante a la nominación presidencial republicana Donald Trump despierta entre algunos cubanos residentes en Estados Unidos. Más que curiosidad, el hecho debe provocar asombro, ya que este año hay dos aspirantes de origen cubano y hay posibilidades de que al menos uno de ello sea incluido en la boleta. Eso sin contar el hecho de que tradicionalmente dicho exilio ha demostrado una fidelidad absoluta a un sector del republicanismo y al mismo tiempo recibido el apoyo total de ese sector.
Si hay una victoria que sin duda debe anotársele a la comunidad cubana establecida en suelo estadounidense —principalmente en los estados de Florida y New Jersey— es el lograr situar a políticos de su preferencia tanto en el Congreso como en determinados momentos en el ejecutivo.
Pero ahora esta fidelidad y dependencia mutua no está tan clara, ya que Trump no ha encontrado un rechazo, podría decirse que ni siquiera una apatía entre los exiliados procedentes de Cuba, cuando ha viajado a Miami.
Cierto que el millonario cubano afincado en Miami Mike Fernández —el mayor donante de la campaña del precandidato republicano a la Casa Blanca Jeb Bush— ha iniciado una campaña contra Trump, a quien considera una persona “narcisista” que debe ser contenida. Sin embargo, su gesto responde fundamentalmente a su cercanía con Bush.
En general, podría decirse que muchos cubanos simpatizan con Trump y están de acuerdo con lo que dice.
Por supuesto que estas simpatías no se traducen necesariamente en votos, por dos razones fundamentales. Se desconoce si quienes las expresan son votantes calificados y nada asegura que en las urnas no van a optar por alguno de los dos aspirantes de origen cubano, con independencia de que “les guste Trump”.
Pero que a Trump se le perdonen opiniones y cambios de puntos de vista contrasta con la tan repetida “intransigencia de los cubanos”.
Porque hay razones más que suficientes para, si no el rechazo, al menos la apatía. La clave entonces habría que buscarla en la emocionalidad del cubano exiliado, que en más de una ocasión lo lleva a adoptar actitudes contradictorias, y también a la singularidad mediática que ha desatado el “fenómeno Trump”.
Lo cierto es que Trump ha dicho cosas y se ha contradicho con una fuerza que a cualquier otro político, en años anteriores, le hubiera costado ser declarado poco menos que “persona non grata” entre los cubanos.
“Cincuenta años es suficiente”, dijo Trump en una entrevista con el Daily Caller, publicada el 22 de octubre de 2015, refiriéndose a la decisión del presidente Barack Obama de restablecer relaciones con La Habana.
“Creo que está bien. Creo que está bien pero debimos haber logrado un mejor acuerdo”, agregó. “El concepto de apertura con Cuba es correcto”.
La diferencia para Trump es sobre el alcance del acuerdo, lo que declara para enfatizar lo que él considera es una de sus mayores virtudes, su capacidad negociadora, pero en esencia el acercarse a Cuba es adecuado, según él.
Esta posición contrasta con otra formulada por el empresario años atrás.
En 1999, cuando valoraba si lanzarse a la contienda presidencial como candidato del Partido Reformista, Trump publicó un editorial en The Miami Herald en que se oponía a la idea de hacer negocios con Cuba. También apoyaba el embargo y llamaba a Fidel Castro “asesino” y “criminal”. En dicho artículo enfatizaba que la política de aislamiento al Gobierno cubano llevaría a su derrocamiento. Entonces fue invitado por la Fundación Nacional Cubano Americana a realizar un recorrido por La Pequeña Habana.
Ahora apenas se han escuchado en Miami voces denunciando la “traición” de Trump.
Incluso en otras cuestiones de política internacional la posición de Trump es radicalmente opuesta a la sostenida por décadas en el exilio de Miami.
Al hablar sobre el Gobierno mexicano dijo que este forzaba a sus ciudadanos a que abandonaran el país, lo cual no es cierto. En todo momento ha omitido a citar el ejemplo de Cuba, donde durante la época del éxodo del Mariel el régimen de La Habana obligó a cientos a embarcarse en los botes llevados o enviados por los refugiados cubanos para sacar de la Isla a sus familiares, y también obligó a quienes estaban a cargo de las embarcaciones a transportar a esos viajeros no solicitados —en muchos casos presos o enfermos mentales— fuera del país. Claro que a los efectos de la política nacional en Estados Unidos el Mariel está muy lejos y México muy cerca, pero tanto que habla Trump una referencia de dos minutos o cuatro palabras al respecto no vendría mal.
En julio de 2015 Trump dijo a los reporteros que no había sido partidario de la Guerra de Vietnam. “No participé en manifestaciones de protesta, pero la Guerra de Vietnam fue un desastre para nuestro país. ¿Qué ganamos en Vietnam salvo muertos? Nada”.
Cualquier valoración negativa sobre la Guerra de Vietnam es un tabú para muchos miembros del llamado “exilio histórico” de Miami.
A Trump parece no preocuparle mucho lo que ocurre en Cuba. No ha sido un tema mencionado en su campaña, salvo la respuesta a la prensa ya citada. Sin embargo, la mención a Cuba, y en específico el origen cubano de uno de sus contrincantes, le ha servido para atacar al senador Ted Cruz.
(Hasta el momento, el senador Marco Rubio parece no preocuparle mucho, por la considerable ventaja que le lleva en las encuestas: los ataques de su campaña a Rubio se han concentrarlo en considerarlo un “niño” inexperto.)
En varias ocasiones Trump se ha referido al origen cubano de Cruz, pero no como un mérito: Más bien como un defecto.
 “Según lo que yo sé, no muchos evangélicos vienen de Cuba. ¿De acuerdo?”, dijo Trump en un mitin de su campaña en Council Bluffs, Iowa.
Un mes antes —cuando algunos sondeos comenzaron a mostrar que Cruz lo superaba en los caucuses republicanos de Iowa— había hecho un comentario similar, en el que enfatizó que él si era un verdadero evangelista, en lugar del senador, cuyo padre era cubano.
Muchos inmigrantes cubanos y sus hijos han adoptado el credo protestante tras su llegada a este país, y en Cuba siempre han existido iglesias evangélicas, Trump sin embargo se limita al estereotipo de latino: católico.
La referencia es acorde al ideario de Trump, para el cual el verdadero estadounidense tiene descendientes europeos, y demuestra que para el magnate no hay gran diferencia entre los latinos, sean mexicanos o cubanos, indocumentados o no.
Precisamente el que dos políticos de origen cubano estén compitiendo de forma destacada por la nominación presidencial es motivo de justo orgullo en la comunidad cubana de Miami. ¿Por qué entonces no rechazar a Trump, que ataca a “dos de los mejores frutos” del exilio cubano en Estados Unidos?
Es muy posible que estas simpatías cubanas hacia Trump se eclipsen en la medida en que la campaña electoral tome un rumbo más definitorio, pero su existencia actual no deja de marcar cierta inconsistencia en sus preferencias políticas.

viernes, 15 de enero de 2016

La disidencia como espectáculo o el nuevo “cuba libre”


El domingo 10 de enero el director del grupo Estado de SATS, Antonio G. Rodiles, denunció que ese día la represión contra las actividades de las Damas de Blanco y otros activistas de la campaña #TodosMarchamos, habían sido “especialmente violentas.
“El año va a traer el sello de la represión”, auguró el activista.
Solo se necesitaron unos pocos días para al parecer cumplirse ese vaticinio. Dos activistas viajaron a Miami el jueves para someterse a análisis médicos, tras denunciar que recibieron pinchazos durante un acto de repudio el pasado domingo. Son  —¡Ah, casualidad!— vaticinio.
 Antonio Rodiles y su pareja, la activista Ailer González.
Rodiles alega que el lunes ambos descubrieron las marcas —“tres orificios pequeños en forma de triángulo y uno en el centro”, primero en ambos brazos de Rodiles y también en el pecho de González—y ante la preocupación, manifestada por otros disidentes y activistas, de que les hubieran inoculado algo en sus cuerpos, habían decidido finalmente viajar a Estados Unidos para poder realizarse de manera independiente “un estudio de sangre y descartar una sustancia tóxica”. Tenemos además las muestras gráficas de la denuncia: Rodiles mostrando sus brazos y Gonzáles presionando ligeramente sobre uno de sus pechos.
A partir de aquí las posibilidades son múltiples, y en ellas se mezclan tanto la ciencia médica como la especulación —e incluso la ficción novelesca, que ha brindado tantas buenas novelas y películas de espionaje—, ya que una respuesta directa no es fácil.
En primer lugar un planteamiento esencial: no hay duda de que el régimen de La Habana cuenta con los recursos necesarios y la disposición para llevar a cabo este tipo de actos en caso de ser necesario. No hay que dudar, por otra parte, que muchos otros gobiernos en el mundo procederían igual, pero bajo una óptica centrada en el exilio este añadido carece de relevancia.
Así que de pronto se da un paso más allá y se entra en el terreno donde leyenda, política e historia se mezclan para ofrecer ejemplos más o menos creíbles.
Aunque todo ello elude al mismo tiempo una pregunta fundamental: ¿vale la pena el objetivo?
Porque la denuncia —no veo de otra manera la declaración pública y el propósito de la visita a Miami— busca al mismo tiempo resaltar la importancia política de que quienes se consideran (u otros consideran, como declara Rodiles para establecer distancias) son protagonistas tan significativos dentro de la gestión opositora, que el régimen considera necesaria una acción de este tipo.
Por lo que hay de inmediato dos conclusiones, que el opositor Rodiles y su pareja intentan trasmitir con su visita a Miami.
La primera es que régimen de La Habana es de naturaleza desptica﷽﷽﷽﷽﷽﷽ visita a Miami. El r conclusiones que el opositor Rodiles y su pareja intentan trasmitir con su visita a Miami. El r ótica, malsana y despiadada (algo con lo que no es difícil estar de acuerdo), y ellos son probables víctimas de esa condición. Con lo que se asume un expediente que los incluiría en la lista de posibles y/o dudosas víctimas de la represión castrista, no mediante procedimientos explícitos —encarcelación, fusilamiento, atentados directos— sino a través de vías más contingentes: las muertes de Oswaldo Payá y Laura Pollán.
Solo que en este caso estaríamos ante dos casos de “muertos vivientes”, en donde se busca denunciar a tiempo la acción, antes de que ocurra un fin macabro.
La segunda es que la verdad —cualquiera a la que se alcance tras los posibles análisis médicos que se realizaran a partir de ahora— nunca será concluyente. Porque bajo la hipótesis de eficiencia que lleva a realizar ataques de esta naturaleza —inyección de una sustancia letal, que altere la conducta o produzca determinado efecto en el organismo— cabe siempre la sospecha de que los resultados no tienen que ser inmediatos y visibles, lo que descarta cualquier afirmación de sentirse a salvo.
Así que de no producirse una muerte o trastornos más o menos cercanos —como ha ocurrido en los casos conocidos de opositores rusos—, lo demás es rezar y seguir adelante.
Algo que, por supuesto, no deja fuera en caso alguno —desenlace fatal o no—, el reclamo de ser víctima de un acto represivo.
Bajo tales parámetros, la denuncia se agota en sí misma y cumple su objetivo fundamental: enunciar una sospecha.
Si tal sospecha es creíble o no entra en el terreno de la fe, una senda que en Miami es particularmente escabrosa. En última instancia, más vinculada a profesar una creencia que a pruebas objetivas, y donde existen precedentes en las muertes del opositor Payá —¿accidente de tránsito, asesinato premeditado, error de los perseguidores?— o de la activista Pollán —¿padecimiento fatal, negligencia médica, muerte inducida—, y donde no hay hasta ahora una respuesta concluyente.
Formulados en estos términos los motivos para la actuación del Gobierno cubano, cualquiera que se cuestione los supuestos pinchazos a los activistas —o las causas de las muertes citadas—, corre el riesgo de ser catalogado en Miami como procastrista, colaborador del régimen o incluso mal vecino.
Lo anterior remite apenas a la necesidad de indagar por otras vías, y es entonces donde llama la atención un patrón que se repite en el comportamiento de Rodiles como activista, y donde se combinan histrionismo y acción —no por gusto la referencia a Estado de SATS— como un singular camino dentro de la llamada disidencia.
Que Rodiles intente abarcar al espectáculo dentro de la acción opositora no es un gesto novedoso ni debe ser despreciado como función opositora —hay antecedentes en la antigua Checoslovaquia y Polonia—, aunque despierte dudas en su énfasis personal.
El tránsito que convierte al espectáculo en gesto represivo —o incluso la gestión artística en manifestación opositora más allá de la denuncia— es válido ala hora de enfrentar un régimen totalitario.
Si dentro de ese afán Rodiles produjo una foto de las consecuencias de un golpe dado durante un acción represiva en su contra, que produjo una lesión en su nariz —cuya imagen recuerda al “hombre invisible” de la película de igual título—, aunque sin secuelas posteriores, no hay razón alguna para cuestionarse esa forma de denuncia, bajo la premisa de ser verdaderas las consecuencias del ataque (algo muy distinto a un uso posterior de fotografías maquilladas de miembros de las Damas de Blanco, divulgadas el Día de Halloween, en que se recurrió al mismo efecto, con premisas similares pero en este caso con imágenes adulteradas).
Lo que sí llama la atención es la voluntad de ciertos miembros, que podrían considerarse como participantes activos del llamado “exilio histórico”, a sumarse a ese esfuerzo, cuyo fin resulta debatible si es simplemente una muestra de aferrarse al pasado o un indicador de buscar  otros medios de confrontación con La Habana.
Más sintomática aún es esa evolución, de una exposición simple y cruda de la realidad cubana —pobreza, desamparo, encarcelamientos— a otra en que los mecanismos represivos entran dentro del campo especulativo. 
De esta manera, la asociación en la denuncia entre Rodiles y el activista Frank Calzón, director del Centro para una Cuba Libre, podría considerarse algo así como una especie de “cuba libre” a tono con los tiempos, ron cubano y Coca-Cola: la combinación perfecta. 

jueves, 14 de enero de 2016

Trump: el agente 007 demócrata


¿Es Donald Trump un agente secreto del Partido Demócrata?, se pregunta el periodista Anthony Zurcher de la BBC.
La cuestión va más allá del simple hecho de que la campaña del magnate, por contraproducente, termine por beneficiar a la candidatura presidencial demócrata. Sobre ese punto existen artículos y análisis. Lo que entra en juego aquí es teoría conspirativa, pura y simple. A los republicanos, atrapados en medio del pánico de que Trump pueda resultar nominado o se lance como independiente si su partido lo rechaza, no les ha quedado más remedio que invocar conspiraciones. Después de eso, los recursos que le quedan son pocos: las brujas de Macbeth, el tarot, algún hueso de ahorcado.
Como quienes emiten estas afirmaciones son figuras políticas muy respetadas, y analistas conservadores muy inteligentes, hay que tomarlas muy en serio, casi igual que a Trump.
 “¿Y si Donald Trump fuera un ‘topo’ de los demócratas, puesto dentro del Partido Republicano para descarrilarlo, se comportaría de otra manera?, se preguntaba en julio pasado uno de los comentaristas conservadores más notables, George Will. “No creo que lo haría”.
Por su parte, el representante republicano por la Florida, Carlos Curbelo, dijo que Trump “es un candidato fantasma, reclutado por la izquierda para crear todo un circo político”.
“Trump mantiene una estrecha amistad con Bill y Hillary Clinton”, agregó el legislador. “Ellos fueron a su última boda, él ha contribuido a la Fundación Clinton, a la campaña para senadora [de Hillary]. Todo esto es muy sospechoso”.
Las sospechas van más allá de las preferencias electorales. Entran en el terreno  donde se requiere la ayuda de Chan Li Po, el célebre “letetive chino”, para desenmascarar los trucos de un villano.
Se trata de la “misteriosa” llamada telefónica entre Trump y Bill Clinton en mayo pasado, menos de un mes antes de que el magnate lanzara su candidatura. Los detalles de lo que hablaron se mantiene en el secreto más riguroso.
“Clinton alentó los esfuerzos de Trump para realizar un papel más determinante en el Partido Republicano”, escribió entonces The Washington Post.
El comentarista conservador Brian Cates fue más allá: “Trump no se lanzó a la campaña por la nominación presidencial por su profundo amor a Estados Unidos, ni por ser un republicano ni por sus preocupaciones sobre el conservadurismo”, escribió. “Trump se lanzó a la campaña porque Bill Clinton lo instó a que lo hiciera”.
Pero Cates también se quedó corto.
Noah Rothman, de la revista Commentary, llega a afirmar que hay un patrón definido, por parte de Trump, de hacer las declaraciones más incendiarias en los momentos en que surgen revelaciones escandalosas o que reflejan las debilidades de la casi segura candidata demócrata.
La atracción mediática recibida por la campaña de Trump en la prensa ha servido para opacar otras informaciones relacionadas con el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton o la actuación de la entonces secretaria de Estado tras el ataque a la embajada estadounidense en Benghazi en 2012, escribe.
Cada vez que han surgido revelaciones dañinas a los demócratas, han brotado llamativos comentarios de Trump para desviar la atención, agrega Rothman.
“Nada de ello permite establecer una correlación de causa-efecto, aunque es notable la coincidencia en todas esas ocasiones en Donald Trump ha rescatado a los demócratas de las garras de un ciclo de noticias perjudiciales y del escrutinio de la prensa”, concluye.
Claro que no es bueno creer mucho en las teorías conspirativas. Sin embargo, resultan magníficas para pasar el tiempo. Por eso agrego una más: ¿No estaría interesado Bill Clinton en que Trump lanzara su campaña, no para beneficiar sino para mantener aún más entretenida a su esposa?
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece publicada en la edición del lunes 11 de enero de 2016.

miércoles, 13 de enero de 2016

Envejece la Ley de Ajuste: el rescate republicano


Tanto el proyecto del aspirante presidencial y senador Marco Rubio, como el del representante Carlos Curbelo—ambos legisladores por la Florida y ambos republicanos—, para tratar de “modificar” la Ley de Ajuste Cubano, parten de igual equívoco: la legislación no es una medida para regular el asilo político. A tal efecto, existen otras leyes en Estados Unidos.
En los dos casos, los políticos no solo buscan igual objetivo sino quieren convertir en realidad la misma falacia: quienes huyen de Cuba escapan de una persecución política, entendida en términos legales de tal naturaleza que justificaría —ante la visión del mundo o al menos a los ojos no solo de Miami sino de Estados Unidos— la concesión de refugio. Curioso que ambos proyectos recuerdan —sino en esencia sí en espíritu— otros tantos del exlegislador federal David Rivera, siempre empeñado en quitarles beneficios, demorar o mantener en vilo el status migratorio de los recién llegados que viajaban a Cuba.
Los problemas comienzan cuando se trata de coincidir una visión arraigada en Miami con otra formada de acuerdo a los acontecimientos internacionales. Rubio y Curbelo lo están intentando, y sus esfuerzos evidencian esa dualidad que les obliga a ir más allá de infancia, patio de escuela y recuerdos de los padres. Son políticos nacidos en este país que saben que su futuro trasciende Hialeah y la Calle 8 —eso ya lo han logrado—, pero al mismo tiempo esa dualidad adquiere un carácter esquizofrénico al intentar quedar bien con el llamado “exilio histórico”,  del que surgieron, y la proyección nacional que ya han alcanzado.
Así el representante Curbelo se lanza en un proyecto legislativo que arrebata a los cubanos la excepcionalidad que han disfrutado por décadas, mientras el senador Rubio quiere eliminar “las lagunas y los incentivos financieros” existentes por largos años en la ley, sin que hasta ahora al parecer nadie se diera cuenta de ellos.
La clave, sin embargo, radica en que si la Ley de Ajuste Cubano sirviera para beneficiar exclusivamente “aquellos cubanos que están verdaderamente huyendo de la represión y persecución política”, su puesta en práctica quedaría limitada a un número muy reducido de casos.
Hay razones para creer que un sector de la comunidad exiliada cubana piensa así. Considera que ha concluido la época de los exiliados políticos y que quienes llegan ahora y luego de algo más de un año comienzan a tramitar su viaje de visita a Cuba, tras regularizar su situación migratoria, son en verdad inmigrantes económicos. Es por ello que desde hace tiempo los reproches, las dudas, los reclamos y las críticas hacia los nuevo exiliados —desde el punto de vista político o mejor anticastrista— vienen acumulándose. Ahora se concentran en la Ley de Ajuste.
Detrás de todo ello hay dos procesos inversos, que por décadas vienen gestándose en la comunidad exiliada de EEUU, especialmente en Miami. En ellos se incluyen las diversas oleadas migratorias hasta la Crisis de los Balseros, pasando por el fundamental puente Mariel-Cayo Hueso. Hasta la entrada en vigencia del cambio en la ley migratoria cubana, en enero de 2013, la salida de Cuba tenía un carácter definitivo, otorgado por el Gobierno de La Habana. Irse del país significaba una división tajante entre “los que se van” y “los que se quedan”. Ello no implicaba la ausencia de visitas a Cuba desde Miami, porque precisamente fue la aceptación, por parte del régimen, de la existencia de una comunidad cubana en el exterior —el paso de “gusanos a mariposas”— el preámbulo a los acontecimientos que culminaron en el éxodo del Mariel. Pero esta ecuación se caracterizaba en términos absolutos, en que la partida se definía como desarraigo. Ya a partir de la segundad mitad de la década de 1990 esa división comenzó a perder su naturaleza absoluta. Lo que ha pasado en los últimos años es que la separación ha dejado de ser tajante. Los factores familiares ahora ocupan la preponderancia que en una época tuvo la política y el quedarse a vivir definitivamente en el exterior a pasado a ser una decisión personal que no implica el destierro, aunque en ella influyan o determinen factores políticos. Si por muchos años el mantra repetido durante la temporada navideña —primero reclamo, luego esperanza, ilusión, burla e ironía— fue “el próximo año, en Cuba o La Habana” ahora ha perdido sentido para muchos o se ha transformado en simple resignación: tramitar pasaporte, pagar un boleto de avión con precio excesivo, regresar por unos días. La línea definitoria sigue siendo que se vuelve pero no se regresa. Sin embargo, el criterio no es fácil de defender a la hora de apelar a los beneficios políticos. Como saben en Israel, la condición de pueblo nómada se justifica a través de la historia, pero para las reclamaciones hace falta un Estado atrás que las sustente.
En el caso cubano, la consecuencia ha sido una vaporización de fronteras en que cada parte busca un arreglo acorde a las circunstancias. Para quienes han llegado en los últimos años a EEUU, el camino hacia una nueva vida no elude la vuelta o el viaje más o menos constante al lugar de origen, porque tienen a su favor la geografía y el tiempo. Ello conlleva una relativización de conceptos, que choca con el absolutismo que por décadas imperó en Miami (y cuyo único refugio actual es afianzarse en una ética estricta, proclamada pero pocas veces practicada).
Así que los legisladores republicanos cubanoamericanos se aferran a la difícil tarea de meter en el mismo saco una posición rígida y una situación cambiante. Hablan de que la Ley de Ajuste Cubano debe preservarse para quienes sufren persecución política en Cuba, y posiblemente durante ese mismo discurso o al poco tiempo se reúnen con un opositor cubano que entra y sale del país y acumula sus merecidas horas de vuelo durante los más diversos recorridos por el mundo, lo que lleva al menos a dos cuestionamientos posibles: la efectividad de la oposición o la tolerancia del Gobierno.
Pregonan los mismos fundamentos de quienes los precedieron o acompañan —desde el punto de vista partidista, político e ideológico— en la labor legislativa, al tiempo que mantienen un piadoso silencio sobre las actuaciones que hicieron posible la situación actual: una enmienda de 1980 a la ley permite a los inmigrantes cubanos, independientemente de sus razones para abandonar la Isla, el acceso al Programa Federal de Reasentamiento de Refugiados. O crean —para no fatigar en exceso con el rosario de sinrazones— un binomio con los políticos locales, también republicanos, para el enunciado de lamentos y reproches, y alzan sus voces sobre la posible crisis a desatarse en Miami si siguen llegando nuevos inmigrantes, y omiten igualmente que el financiamiento de dichos programas de ayuda se cubre a través del presupuesto federal.
Nada de lo anterior impediría una defensa de la Ley de Ajuste Cubano bajos criterios más amplios, en los que no entraría para nada la necesidad de conceptualizar a quienes emigran de Cuba bajo una estrecha premisa política —el criterio de persecución, más allá de las calles de esta ciudad, implica mucho más que hablar de “golpizas”  como quien repite consignas— y destacar en su lugar un panorama de opresión, falta de futuro y limitantes de todo tipo; solo que entonces la distinción de las víctimas también enfrenta una larga relación de naciones y pueblos.
Los inconvenientes que un enfoque así acarrea, paro los legisladores cubanoamericanos, son muchos: En primer lugar, aunque no los despoja los aligera de su recurso favorito: concentrar la discusión sobre el caso cubano en la dicotomía represión-oposición. En segundo —y quizá más poderoso—, que al dejar de ser víctimas del régimen y disfrutar de la libertad y una entrada de recursos económicos decentes, los que fueron refugiados pasan a ser dueños de sus destinos y ejercen sus opciones, entre las cuales se encuentran el viajar de visita y gastar dinero en el lugar de donde salieron huyendo; una posibilidad que entra de lleno en conflicto con la idea caduca —pero perenne en la mente de los legisladores republicanos cubanoamericanos—  de que el último refugio de la táctica anticastrista para acabar con el régimen es mediante la falta de todo en la población.
Por último dichos legisladores aún cuentan con la posibilidad de no hacer nada para  modificar el Ajuste, pero es lógico que prefieran intentar cualquier cosa antes de mantenerse impávidos ante una transformación demográfica en la ciudad —posiblemente su futuro electorado o parte del mismo— que representa un cambio en el mundo donde no nacieron, pero del cual surgieron.
Es por ello que se empecinan en intentar detener, o al menos restarle impulso a esta transformación. Lo cual es muy acorde, por otra parte, al punto de vista que buscan trasmitir sobre lo que ocurre en Cuba. Contradicción de contradicciones, que se resuelve en cambiar la ley para intentar de que Miami siga igual.
Claro que nada sigue igual, ni en Miami ni en Cuba.
El aferrarse a la visión de que la situación en la Isla se mantiene inalterable —lo que a sus ojos justifica no cambiar la estrategia hacia La Habana y rechazar los esfuerzos de la Casa Blanca— obliga a mantener una actitud que desconoce que hay vigente una nueva política migratoria por parte del Gobierno cubano; que los métodos represivos han cambiado, aunque la represión permanece; y que quienes representan, según esos mismos legisladores, a la “verdadera oposición” en Cuba, son viajeros frecuentes. Todo eso está muy bien para la satisfacción de su obstinación. Pero entonces, ¿por qué cambiar la Ley de Ajuste Cubano?


La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...