sábado, 23 de enero de 2016

Ayudando a la vecina


El exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg anunció que analiza presentarse como candidato independiente a las elecciones presidenciales si finalmente los nominados por los dos principales partidos son el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders. Tiene dinero para ello, al igual que Trump, otro neoyorquino — planea gastar mil millones de dólares de su fortuna con ese fin, dijo The New York Times, que dio a conocer la noticia—, lo que no tiene es la menor posibilidad de triunfo.
Si a principios de marzo Bloomberg decide entrar en la competencia, ¿quiénes serían los ganadores y perdedores? El exalcalde ya dejó dicho los nombres que lo llevarían a tomar tal decisión, y la balanza se inclina hacia que el Partido Demócrata llevaría la peor parte si ello ocurre. Bloomberg está apuntando a Sanders, no a Trump. Y con ello Hillary Clinton sale ganando.
Los candidatos independientes en naciones con un fuerte bipartidismo por lo general no llegan al poder, pero le restan votos a ambos partidos principales. Y siempre es uno de estos dos partidos principales el que pierde más.
Ocurrió en Estados Unidos con la candidatura de Ross Perot y acaba de pasar en España con el surgimiento de Podemos y Ciudadanos. Claro que se trata de dos fenómenos políticos diferentes. Aquí hay una democracia con siglos de existencia, mientras que la española es muy joven. De momento en España existe la posibilidad de que uno de los dos nuevos partidos —Podemos en específico— alcance el segundo lugar e incluso en un futuro cercano llegue a la presidencia. También el fenómenos republicano ha sido por partida doble, así que ambos partidos principales perdieron electores. Pero lo que importa en este análisis es destacar que los terceros y cuartos partidos no salen del aire: se nutren de los votantes decepcionados con los otros ya existentes.
Una candidatura de Sanders inclinaría a más votantes centristas, dentro del Partido Demócrata, a votar por Bloomberg, que a republicanos, también menos apegados a los extremos, a optar por un independiente. Eso es lo que se ha visto hasta ahora, dentro del proceso de las primarias, en que los candidatos más centristas se encuentran muy rezagados en los sondeos.
La razón es muy sencilla. Sanders es un “socialista”, como él mismo ha señalado, y la palabra inspira respeto y —por qué no decirlo— miedo. No importa que socialismo y comunismo son dos conceptos distintos —histórica y políticamente— y que incluso como organizaciones políticas siempre han sido enemigos. En Estados Unidos la palabra “socialismo” es tabú para la mayoría del electorado. Al estadounidense promedio no le interesan los matices europeos y mucho menos le preocupa lo que ha ocurrido y ocurre allá, salvo cuando sucede un atentado terrorista, y entonces es por el temor de que pase aquí. Eso para empezar. Hay que agregar que el mal uso del término por parte de los comunistas —“Republica Socialista de…”— ha contribuido no poco a ello.
Así que lo más cercano a que se puede aspirar a un partido socialdemócrata en EEUU, es precisamente el Partido Demócrata; que por otra parte no es un partido socialdemócrata.
El modelo bipartidista estadounidense desde hace años está a punto de entrar en crisis, pero aún no ha ocurrido. Si el Partido Republicano pierde las elecciones es posible que se divida. Igual podría ocurrir con el Demócrata, pero es menos probable; aunque la fuerza que está alcanzando la campaña de Sanders también podría incidir en una crisis demócrata en caso de una derrota de Clinton.
Por lo pronto—y a la espera de los resultados en los caucuses y las primeras votaciones primarias— la idea de la nominación de Trump comienza a verse como una posibilidad para los republicanos.
Trump aún no cuenta con el respaldo del establishment republicano, ni siquiera con el apoyo público de un gobernador o legislador de su partido, pero empieza a verse, desde el punto de vista republicano, como un mal menor frente a Ted Cruz.
En resumidas cuentas Trump tiene fama de negociador —o de negociante, que para ellos es lo mismo, aunque no así en la realidad—, mientras que la de Cruz es de fanático.
A Cruz no lo quieren, entre los que aún manejan el Partido Republicano, ni a mil millas de distancia.
El problema con Cruz en el poder es que no solo destruiría lo poco que han hecho los demócratas en estos ocho años, por motivos diversos —tampoco es aquí la intención de tratar ese hecho—, sino también lo mucho que han hecho los republicanos en períodos anteriores, en cuanto a leyes, cambio de percepción sobre determinados fenómenos, etc.
Si no está de acuerdo con afirmación anterior, piense por un momento en lo que sería un gobierno de Cruz y lo que fueron ocho años de George W. Bush. Por supuesto que no estoy hablando de lo que considero errores políticos, estrategias administrativas fallidas o beneficios a unos pocos por encima de otros muchos —en cuyo juicio interviene la perspectiva ideológica—, sino del concepto mismo del gobierno como institución.
Cruz es, en última instancia, la anarquía y el fanatismo en el poder. Para él la ideología no es parte de la política, sino la política es solo ideología. Y lo que no destruya del conservadurismo tradicional, en caso de ser elegido, lo destruirá el que venga detrás luego de cuatro años, que entonces sí podría salir electo alguien más radical a la izquierda que lo que —en muchos casos injustificadamente— se teme de Sanders.
Pero lo que cuenta ahora, para ambos partidos, es ganar la elección de este año. Y la posibilidad de una candidatura independiente de Bloomberg llevará a los demócratas a inclinarse un poco más a favor de Clinton, que no ha perdido aún la condición de ser la “carta ganadora” para su partido. Si con Sanders ese triunfo resulta más difícil, con el exalcalde neoyorquino en el ruedo se torna casi imposible. Así que es posible que todo quede como un favor a la vecina que parece necesitarlo en estos momentos, y nada más. 

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