El exalcalde de Nueva York Michael
Bloomberg anunció que analiza presentarse como candidato independiente a las
elecciones presidenciales si finalmente los nominados por los dos principales
partidos son el republicano Donald Trump y el demócrata Bernie Sanders. Tiene
dinero para ello, al igual que Trump, otro neoyorquino — planea gastar mil
millones de dólares de su fortuna con ese fin, dijo The New York Times, que dio a conocer la noticia—, lo que no tiene
es la menor posibilidad de triunfo.
Si a principios de marzo Bloomberg decide
entrar en la competencia, ¿quiénes serían los ganadores y perdedores? El
exalcalde ya dejó dicho los nombres que lo llevarían a tomar tal decisión, y la
balanza se inclina hacia que el Partido Demócrata llevaría la peor parte si
ello ocurre. Bloomberg está apuntando a Sanders, no a Trump. Y con ello Hillary
Clinton sale ganando.
Los candidatos independientes en naciones
con un fuerte bipartidismo por lo general no llegan al poder, pero le restan
votos a ambos partidos principales. Y siempre es uno de estos dos partidos
principales el que pierde más.
Ocurrió en Estados Unidos con la
candidatura de Ross Perot y acaba de pasar en España con el surgimiento de
Podemos y Ciudadanos. Claro que se trata de dos fenómenos políticos diferentes.
Aquí hay una democracia con siglos de existencia, mientras que la española es
muy joven. De momento en España existe la posibilidad de que uno de los dos
nuevos partidos —Podemos en específico— alcance el segundo lugar e incluso en
un futuro cercano llegue a la presidencia. También el fenómenos republicano ha
sido por partida doble, así que ambos partidos principales perdieron electores.
Pero lo que importa en este análisis es destacar que los terceros y cuartos
partidos no salen del aire: se nutren de los votantes decepcionados con los
otros ya existentes.
Una candidatura de Sanders inclinaría a
más votantes centristas, dentro del Partido Demócrata, a votar por Bloomberg,
que a republicanos, también menos apegados a los extremos, a optar por un
independiente. Eso es lo que se ha visto hasta ahora, dentro del proceso de las
primarias, en que los candidatos más centristas se encuentran muy rezagados en
los sondeos.
La razón es muy sencilla. Sanders es un
“socialista”, como él mismo ha señalado, y la palabra inspira respeto y —por
qué no decirlo— miedo. No importa que socialismo y comunismo son dos conceptos
distintos —histórica y políticamente— y que incluso como organizaciones
políticas siempre han sido enemigos. En Estados Unidos la palabra “socialismo”
es tabú para la mayoría del electorado. Al estadounidense promedio no le
interesan los matices europeos y mucho menos le preocupa lo que ha ocurrido y
ocurre allá, salvo cuando sucede un atentado terrorista, y entonces es por el
temor de que pase aquí. Eso para empezar. Hay que agregar que el mal uso del
término por parte de los comunistas —“Republica Socialista de…”— ha contribuido
no poco a ello.
Así que lo más cercano a que se puede
aspirar a un partido socialdemócrata en EEUU, es precisamente el Partido
Demócrata; que por otra parte no es un partido socialdemócrata.
El modelo bipartidista estadounidense
desde hace años está a punto de entrar en crisis, pero aún no ha ocurrido. Si
el Partido Republicano pierde las elecciones es posible que se divida. Igual
podría ocurrir con el Demócrata, pero es menos probable; aunque la fuerza que
está alcanzando la campaña de Sanders también podría incidir en una crisis
demócrata en caso de una derrota de Clinton.
Por lo pronto—y a la espera de los
resultados en los caucuses y las
primeras votaciones primarias— la idea de la nominación de Trump comienza a
verse como una posibilidad para los republicanos.
Trump aún no cuenta con el respaldo del establishment republicano, ni siquiera
con el apoyo público de un gobernador o legislador de su partido, pero empieza
a verse, desde el punto de vista republicano, como un mal menor frente a Ted
Cruz.
En resumidas cuentas Trump tiene fama de
negociador —o de negociante, que para ellos es lo mismo, aunque no así en la
realidad—, mientras que la de Cruz es de fanático.
A Cruz no lo quieren, entre los que aún
manejan el Partido Republicano, ni a mil millas de distancia.
El problema con Cruz en el poder es que
no solo destruiría lo poco que han hecho los demócratas en estos ocho años, por
motivos diversos —tampoco es aquí la intención de tratar ese hecho—, sino
también lo mucho que han hecho los republicanos en períodos anteriores, en
cuanto a leyes, cambio de percepción sobre determinados fenómenos, etc.
Si no está de acuerdo con afirmación
anterior, piense por un momento en lo que sería un gobierno de Cruz y lo que
fueron ocho años de George W. Bush. Por supuesto que no estoy hablando de lo que
considero errores políticos, estrategias administrativas fallidas o beneficios
a unos pocos por encima de otros muchos —en cuyo juicio interviene la
perspectiva ideológica—, sino del concepto mismo del gobierno como institución.
Cruz es, en última instancia, la anarquía
y el fanatismo en el poder. Para él la ideología no es parte de la política,
sino la política es solo ideología. Y lo que no destruya del conservadurismo
tradicional, en caso de ser elegido, lo destruirá el que venga detrás luego de
cuatro años, que entonces sí podría salir electo alguien más radical a la
izquierda que lo que —en muchos casos injustificadamente— se teme de Sanders.
Pero lo que cuenta ahora, para ambos
partidos, es ganar la elección de este año. Y la posibilidad de una candidatura
independiente de Bloomberg llevará a los demócratas a inclinarse un poco más a
favor de Clinton, que no ha perdido aún la condición de ser la “carta ganadora”
para su partido. Si con Sanders ese triunfo resulta más difícil, con el
exalcalde neoyorquino en el ruedo se torna casi imposible. Así que es posible
que todo quede como un favor a la vecina que parece necesitarlo en estos
momentos, y nada más.