Medir el avance de esta oposición —que
incluye formas y objetivos diversos dentro de una amplia actitud de rechazo al
régimen—, por los cambios que gracias a ella ha experimentado la sociedad
cubana en los últimos años, es como entrar en un campo minado.
En primer lugar debido al hecho de que muchos
de estos cambios no son debidos a la oposición, sino puestos en práctica en un
desarrollo paralelo a esta. En segundo porque esa misma oposición —que reclama
su participación para lograr estos cambios— los disminuye o desestima, al
catalogarlos de “cosméticos”.
La subvaloración de esos cambios, por
parte de algunos de los grupos opositores afines y/o financiados con la
participación de Miami, parte del uso de un discurso que le es necesario para justificar su presencia
casi cotidiana en esta ciudad, o de su empleo como punto de partida (no desde
el punto de vista geográfico del aeropuerto, casi siempre imprescindible, sino
del dinero para el boleto, siempre imprescindible).
Admitir por la oposición que en parte
algunas de sus quejas anteriores ya han sido resueltas —liberación de los
prisioneros de la “Primavera Negra”, posibilidad de entrar y salir del país, eliminación
del bloqueo a blogs y sitios en internet (entre los cuales, por otra parte no
está incluido CUBAENCUENTRO); mayor acceso a Internet y la instalación reducida
de lugares con sistema WiFi; la existencia del trabajo por cuenta propia; y el permiso
a la contratación de personal por empleadores privados en determinadas
categorías— se ve como una erosión al reclamo de una labor en las peores
condiciones posibles. La retórica entonces se concentra en un reclamo de
victimización —casi siempre real pero en ocasiones exagerado— donde a la
crítica justa al sistema se ha incorporado, y en ocasiones llega hasta
suplantar, el rechazo a la política de “deshielo” del presidente Barack Obama.
Claro que esto último posibilita el
acceder a tribunas y beneficios económicos aún bajo el control de ese sector
del exilio que por años se ha catalogado de “vertical” —sin serlo en muchas
ocasiones—, pero se logra a cambio de entregar parte de la independencia que se
suponía estaba destinada a conquistar. Además del apoyo — en este caso como
rentabilidad añadida— para poder despreciar como “procastrista” cualquier
crítica al respecto.
La clave sería enfatizar lo que
falta en la Isla para acercarse a un respeto mínimo a los derechos humanos,
ciudadanos y políticos; la posibilidad del surgimiento de una sociedad civil; y
mucho más al establecimiento de un Estado de derecho y un avance democrático. Pero
reconocer al mismo tiempo que se trata de una situación cambiante, en el
sentido de una transformación a duras penas, y cuya visión no es la misma que
sigue predominando en cierto sector del exilio y en la mente de los
congresistas cubanoamericanos aferrados al pasado.
Lo anterior no pretende desconocer u
opacar lo que sí constituye un logro de la oposición en la espera
internacional, y es la denuncia de los atropellos que a diario comete el
régimen de La Habana.
Parte de lo que se conoce en el exterior,
sobre lo que ocurre en la Isla, se debe a esta labor de denuncia, a lo que se
une la prontitud en la divulgación de cualquier hecho.
Aunque tal divulgación no ha logrado
librarse de su talón de Aquiles original: la ausencia de una posibilidad para
confirmar de forma independiente la información que llega.
Fuente
y mensaje
En este sentido, la oposición actúa al
mismo tiempo como fuente y mensaje. No es solo la causa por la cual se produce
la noticia sino el medio que la divulga. Ello, desde el punto de vista
periodístico, no solo es contraproducente sino origina un conflicto de intereses.
Conflicto que por otra parte trasciende
cualquier valoración desde un punto de vista más o menos “patriótico”. Muchos
periodistas independientes actúan al mismo tiempo como activistas políticos.
Los órganos de prensa que en Miami, Madrid u otros lugares divulgan estos
contenidos se limitan a la función de repetidores: se hacen eco, no producen la
noticia de forma propia.
La cuestión no se resuelve con señalar la
fuente de procedencia, en un ejercicio fácil de salvar la responsabilidad.
Cuando el volumen informativo obtenido de
esa forma alcanza una proporción elevada, inevitablemente se está ante el
peligro de un cuestionamiento a la credibilidad.
El problema no se resuelve con una
disyuntiva de “buenos” y “malos”, porque limitarse a esa alternativa lleva
inexorablemente a tener que admitir una profesión de fe: creo en esto y no en
lo otro. Y el verdadero periodismo no funciona sobre juicios de fe sino sobre
la verificación de los hechos.
También este problema brinda argumentos a
quienes prefieren rechazar el marcado carácter político de estas informaciones.
No es el caso de las noticias puramente “políticas” —abusos, represión, actos
coercitivos— sino a otros destinados a brindar un panorama de lo ocurre en el
país y la vida cotidiana de sus ciudadanos. Tampoco se trata aquí de las
justificaciones del gobierno cubano, que siempre va a remitirse a las
categorías de “mercenarios”, “apátridas”, “contrarrevoluciones”.
De lo que se trata es de lo mucho o poco
que puede hacer un activismo que intenta el casi imposible objetivo de
construir una sociedad civil, en una forma de gobierno que todavía arrastra
mucho de totalitarismo en su marcha hacia el autoritarismo, y en lo que puede
hacer un movimiento de rechazo, por su naturaleza, al gobierno existente, pero
que al mismo tiempo elude la confrontación directa y busca otras formas de
cambio.
Es, en fin, de buscar un camino en que la
oposición se abra un poco más al mundo y no tanto a Miami y Washington.
El caso cubano no es único en este
sentido. En naciones desarrolladas y de pleno ejercicio democráticos los
vínculos entre gobierno, Estado y financiamiento de medios informativos siempre
han estado expuestos a la ruptura de una independencia imprescindible pero no
fácil de lograr. Por años la BBC británica fue un encomiable ejemplo, ya no lo
es. En Estados Unidos, Radio Martí y luego la emisora de televisión comenzaron
guardando una serie de normas que luego se echaron a un lado. La señal, por
ejemplo, no se propagaba en territorio nacional, pero ahora cualquiera en Miami
puede ver los programas de TV Martí en la televisión por cable que trasmite en
la ciudad. Como Internet y la misma televisión por cable han cambiado las
reglas anteriores, más que un énfasis en filtros tecnológicos la responsabilidad
recaería en un mayor rigor editorial. Aunque en el caso de las emisoras del
gobierno estadounidense que supuestamente trasmiten para Cuba poco se hace en
este sentido.
El atraso económico y la censura
existentes en la Isla no sirven tampoco de pretexto para eludir estos
problemas, como tampoco el sacar a relucir que en cualquier país los partidos
políticos tienen sus propios órganos de difusión. El dilema surge cuando se
unifican los rudimentos de una sociedad civil y la oposición. Se meten en mismo
saco los supuestos partidos políticos opositores existentes —que en realidad
solo evidencian un abuso de nombre y categoría—, cualquier acto de desacato,
diversas manifestaciones artísticas, grupos de pensamiento y análisis y
activistas sociales e incluso religiosos.
Un ejemplo en Cuba de esfuerzo de
distinción entre labor informativa, activismo político, ausencia de
financiamiento gubernamental de tipo alguno y rechazo al periodismo de
barricada es el portal 14ymedio, que
se desarrolla dentro de un medio hostil sin renunciar a las reglas elementales
del periodismo.
Prensa
oficialista, independiente y desde EEUU
Por supuesto que gran parte de la culpa de
lo que ocurre radica en las características del Gobierno cubano.
En el caso específico de la prensa, la oficial
del país, la única reconocida, arrastra un historial de décadas ejerciendo una
función que no llega a ser ni siquiera ideológica: es simple propaganda, y cabe
añadir los adjetivos de mala y aburrida. Así que ni siquiera cumple el objetivo
para el cual fue creada.
Por otra parte, en buena medida las
noticias provenientes de los reporteros extranjeros acreditados en Cuba se
limitan a reproducir, con algún que otro matiz, lo que publica la prensa
oficial.
Siempre bajo la presión de la censura y
ante el temor de perder de ofrecer la “gran noticia”, en el día que ocurra lo
inevitable pero hasta el momento postergado gracias a la medicina y los
caprichos de la historia, los reporteros extranjeros optan por no arriesgarse.
Vale el argumento de que las limitaciones
de que las informaciones producidas por la oposición nacen de su desamparo: acosados
por el Gobierno, hallan natural adecuar su discurso a los oídos receptivos en
el exterior.
Sin lugar a duda en esto influye también un
paternalismo trasnochado fuera de Cuba, que se niega a cuestionar cualquier
información proveniente de la prensa independiente, bajo el temor de entonces
ser catalogado de emisario del enemigo, cómplice del castrismo, abanderado de
la injusticia.
Es por ello que una responsabilidad mayor
recae en la actual administración estadounidense. Hasta el momento incapaz de
adecuar la labor informativa que supuestamente debe cumplir a la realidad
cubana. Y en primer lugar cabe culpar al pobre papel que desempeña el sistema
noticioso de Radio y TV Martí, que más allá de cambios administrativos por
razones partidistas ha persistido en la decadencia informativa.
Si alguien cuenta en la actualidad con
los medios para formar un equipo noticioso que logre obtener informaciones
objetivas sobre lo que ocurre en Cuba son ambas emisoras. Si no lo hacen es
porque siguen empantanadas en la arcadia del pasado o la supervivencia a
cualquier precio. Es por ello que mucho de lo que se escucha, lee y ve
producido por ellas cae en la misma manipulación de la que pretenden escapar.
Limitado en sus recursos, incapaz de
ejercer sus funciones como medio informativo, coartado en su acceso a las
fuentes, el periodismo independiente desde la lsla es muchas veces una
abstracción. Algunos reportajes puntuales impiden la afirmación categórica. En
su conjunto representa una añoranza de libertad que si bien justifica su
surgimiento no despierta ilusión.
Transformación
limitada
Hasta el momento, Raúl Castro ha logrado
un difícil equilibrio entre represión y reforma. Lo ha hecho dilatando la
segunda y modificando la primera sin que pierda su naturaleza de mantener el
terror. En la práctica gobierna de una forma mucho más progresista que su
hermano en lo económico, pero no en lo político. Que ese avance se deba a
circunstancias específicas no disminuye el hecho de que sea real.
Enfrentar y divulgar esa situación de
transformación limitada en la Isla —con modificaciones económicas decretadas
por un gobierno que en Miami se detesta y rechaza, pero contra el cual se puede
hacer poco— presenta un nuevo problema, tanto para los cubanos en el exilio o
que radican en cualquier parte del mundo como para los que viven en Cuba.
Para el llamado exilio de “línea dura” de
Miami, que por décadas se ha atribuido la labor de determinar lo puede
considerarse “anticastrismo”, ¿cómo responder a una situación cada vez más
alejada de la ideología que la sustentó durante tantos años, y que se sostiene
con el apoyo de las circunstancias del momento?, ¿cómo hacer frente al sainete,
que ha resultado tan exitoso como la epopeya?, ¿de qué forma destacar lo que
sigue igual sin dejar de reconocer lo que ha cambiado?
Ante tal amalgama se han improvisado
respuestas y salidas personales. Las visitas de algunos destacados opositores
de la Isla —que pueden viajar al exterior gracias a los cambios efectuados por
el mismo gobierno que hasta hace pocos años les impedía la salida temporal—
fueron en el inicio una oportunidad para al mismo tiempo buscar la reafirmación
y encontrar —quizá de forma práctica y sin un plan consciente— una
transformación necesaria. En la práctica han brindado poco resultado, en cuanto
al objetivo de acercar un cambio democrático en Cuba. Cierto que el gobierno de
La Habana se opone tenazmente a ese cambio, pero esperar lo contrario resulta
irrisorio. Tampoco es un caso único. No es problema solo de falta de unión de
la disidencia, sino de incapacidad de actuación. Ahora algunos de esos
opositores tienen al parecer dos enemigos a enfrentar: el Gobierno cubano y el
de EEUU. Pensar que uno de ellos quedará eliminado con las elecciones de
noviembre es apostar al desconocimiento. La cuestión es tratar de avanzar con
lo que se tiene.
Si se mira al exterior el destino de la
democracia en Cuba es quizá aún más desalentador. La posibilidad de abrir un
negocio en la Isla —riesgoso pero rentable— se ha impuesto a otras. Pero por
qué oponerse a esa opción. Es cierto que el capitalismo —salvaje o no tan
salvaje— tiene muchas desventajas, pero difícil de convencer a un cubano que
gana $25 al mes de lo malo de las inversiones extranjeras.
En Miami siempre han estado desvirtuadas
las actitudes de “confrontación” y “acercamiento”, ya que no ha sido muy
difícil plantearse la no confrontación desde una actitud que sea al mismo
tiempo opuesta a los centros de poder asentados en la Plaza de la Revolución. Por
décadas, el maniqueísmo de La Habana ha definido la dicotomía en esta ciudad, y
también se ha extendido a otras partes del mundo. Ya es hora de cambiar el
enfoque.