viernes, 15 de enero de 2016

La disidencia como espectáculo o el nuevo “cuba libre”


El domingo 10 de enero el director del grupo Estado de SATS, Antonio G. Rodiles, denunció que ese día la represión contra las actividades de las Damas de Blanco y otros activistas de la campaña #TodosMarchamos, habían sido “especialmente violentas.
“El año va a traer el sello de la represión”, auguró el activista.
Solo se necesitaron unos pocos días para al parecer cumplirse ese vaticinio. Dos activistas viajaron a Miami el jueves para someterse a análisis médicos, tras denunciar que recibieron pinchazos durante un acto de repudio el pasado domingo. Son  —¡Ah, casualidad!— vaticinio.
 Antonio Rodiles y su pareja, la activista Ailer González.
Rodiles alega que el lunes ambos descubrieron las marcas —“tres orificios pequeños en forma de triángulo y uno en el centro”, primero en ambos brazos de Rodiles y también en el pecho de González—y ante la preocupación, manifestada por otros disidentes y activistas, de que les hubieran inoculado algo en sus cuerpos, habían decidido finalmente viajar a Estados Unidos para poder realizarse de manera independiente “un estudio de sangre y descartar una sustancia tóxica”. Tenemos además las muestras gráficas de la denuncia: Rodiles mostrando sus brazos y Gonzáles presionando ligeramente sobre uno de sus pechos.
A partir de aquí las posibilidades son múltiples, y en ellas se mezclan tanto la ciencia médica como la especulación —e incluso la ficción novelesca, que ha brindado tantas buenas novelas y películas de espionaje—, ya que una respuesta directa no es fácil.
En primer lugar un planteamiento esencial: no hay duda de que el régimen de La Habana cuenta con los recursos necesarios y la disposición para llevar a cabo este tipo de actos en caso de ser necesario. No hay que dudar, por otra parte, que muchos otros gobiernos en el mundo procederían igual, pero bajo una óptica centrada en el exilio este añadido carece de relevancia.
Así que de pronto se da un paso más allá y se entra en el terreno donde leyenda, política e historia se mezclan para ofrecer ejemplos más o menos creíbles.
Aunque todo ello elude al mismo tiempo una pregunta fundamental: ¿vale la pena el objetivo?
Porque la denuncia —no veo de otra manera la declaración pública y el propósito de la visita a Miami— busca al mismo tiempo resaltar la importancia política de que quienes se consideran (u otros consideran, como declara Rodiles para establecer distancias) son protagonistas tan significativos dentro de la gestión opositora, que el régimen considera necesaria una acción de este tipo.
Por lo que hay de inmediato dos conclusiones, que el opositor Rodiles y su pareja intentan trasmitir con su visita a Miami.
La primera es que régimen de La Habana es de naturaleza desptica﷽﷽﷽﷽﷽﷽ visita a Miami. El r conclusiones que el opositor Rodiles y su pareja intentan trasmitir con su visita a Miami. El r ótica, malsana y despiadada (algo con lo que no es difícil estar de acuerdo), y ellos son probables víctimas de esa condición. Con lo que se asume un expediente que los incluiría en la lista de posibles y/o dudosas víctimas de la represión castrista, no mediante procedimientos explícitos —encarcelación, fusilamiento, atentados directos— sino a través de vías más contingentes: las muertes de Oswaldo Payá y Laura Pollán.
Solo que en este caso estaríamos ante dos casos de “muertos vivientes”, en donde se busca denunciar a tiempo la acción, antes de que ocurra un fin macabro.
La segunda es que la verdad —cualquiera a la que se alcance tras los posibles análisis médicos que se realizaran a partir de ahora— nunca será concluyente. Porque bajo la hipótesis de eficiencia que lleva a realizar ataques de esta naturaleza —inyección de una sustancia letal, que altere la conducta o produzca determinado efecto en el organismo— cabe siempre la sospecha de que los resultados no tienen que ser inmediatos y visibles, lo que descarta cualquier afirmación de sentirse a salvo.
Así que de no producirse una muerte o trastornos más o menos cercanos —como ha ocurrido en los casos conocidos de opositores rusos—, lo demás es rezar y seguir adelante.
Algo que, por supuesto, no deja fuera en caso alguno —desenlace fatal o no—, el reclamo de ser víctima de un acto represivo.
Bajo tales parámetros, la denuncia se agota en sí misma y cumple su objetivo fundamental: enunciar una sospecha.
Si tal sospecha es creíble o no entra en el terreno de la fe, una senda que en Miami es particularmente escabrosa. En última instancia, más vinculada a profesar una creencia que a pruebas objetivas, y donde existen precedentes en las muertes del opositor Payá —¿accidente de tránsito, asesinato premeditado, error de los perseguidores?— o de la activista Pollán —¿padecimiento fatal, negligencia médica, muerte inducida—, y donde no hay hasta ahora una respuesta concluyente.
Formulados en estos términos los motivos para la actuación del Gobierno cubano, cualquiera que se cuestione los supuestos pinchazos a los activistas —o las causas de las muertes citadas—, corre el riesgo de ser catalogado en Miami como procastrista, colaborador del régimen o incluso mal vecino.
Lo anterior remite apenas a la necesidad de indagar por otras vías, y es entonces donde llama la atención un patrón que se repite en el comportamiento de Rodiles como activista, y donde se combinan histrionismo y acción —no por gusto la referencia a Estado de SATS— como un singular camino dentro de la llamada disidencia.
Que Rodiles intente abarcar al espectáculo dentro de la acción opositora no es un gesto novedoso ni debe ser despreciado como función opositora —hay antecedentes en la antigua Checoslovaquia y Polonia—, aunque despierte dudas en su énfasis personal.
El tránsito que convierte al espectáculo en gesto represivo —o incluso la gestión artística en manifestación opositora más allá de la denuncia— es válido ala hora de enfrentar un régimen totalitario.
Si dentro de ese afán Rodiles produjo una foto de las consecuencias de un golpe dado durante un acción represiva en su contra, que produjo una lesión en su nariz —cuya imagen recuerda al “hombre invisible” de la película de igual título—, aunque sin secuelas posteriores, no hay razón alguna para cuestionarse esa forma de denuncia, bajo la premisa de ser verdaderas las consecuencias del ataque (algo muy distinto a un uso posterior de fotografías maquilladas de miembros de las Damas de Blanco, divulgadas el Día de Halloween, en que se recurrió al mismo efecto, con premisas similares pero en este caso con imágenes adulteradas).
Lo que sí llama la atención es la voluntad de ciertos miembros, que podrían considerarse como participantes activos del llamado “exilio histórico”, a sumarse a ese esfuerzo, cuyo fin resulta debatible si es simplemente una muestra de aferrarse al pasado o un indicador de buscar  otros medios de confrontación con La Habana.
Más sintomática aún es esa evolución, de una exposición simple y cruda de la realidad cubana —pobreza, desamparo, encarcelamientos— a otra en que los mecanismos represivos entran dentro del campo especulativo. 
De esta manera, la asociación en la denuncia entre Rodiles y el activista Frank Calzón, director del Centro para una Cuba Libre, podría considerarse algo así como una especie de “cuba libre” a tono con los tiempos, ron cubano y Coca-Cola: la combinación perfecta. 

La comezón del exilio revisitada

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