El domingo 10 de enero el director del
grupo Estado de SATS, Antonio G. Rodiles, denunció que ese día la represión
contra las actividades de las Damas de Blanco y otros activistas de la campaña #TodosMarchamos,
habían sido “especialmente violentas.
“El año va a traer el sello de la
represión”, auguró el activista.
Solo se necesitaron unos pocos días para
al parecer cumplirse ese vaticinio. Dos activistas viajaron a Miami el jueves
para someterse a análisis médicos, tras denunciar que recibieron pinchazos
durante un acto de repudio el pasado domingo. Son —¡Ah, casualidad!—
Antonio
Rodiles y su pareja, la activista Ailer González.
Rodiles alega que el lunes ambos
descubrieron las marcas —“tres orificios pequeños en forma de triángulo y uno
en el centro”, primero en ambos brazos de Rodiles y también en el pecho de
González—y ante la preocupación, manifestada por otros disidentes y
activistas, de que les hubieran inoculado algo en sus cuerpos, habían decidido
finalmente viajar a Estados Unidos para poder realizarse de manera
independiente “un estudio de sangre y descartar una sustancia tóxica”. Tenemos
además las muestras gráficas de la denuncia: Rodiles mostrando sus brazos y
Gonzáles presionando ligeramente sobre uno de sus pechos.
A partir de aquí las posibilidades son
múltiples, y en ellas se mezclan tanto la ciencia médica como la especulación
—e incluso la ficción novelesca, que ha brindado tantas buenas novelas y
películas de espionaje—, ya que una respuesta directa no es fácil.
En primer lugar un planteamiento
esencial: no hay duda de que el régimen de La Habana cuenta con los recursos
necesarios y la disposición para llevar a cabo este tipo de actos en caso de
ser necesario. No hay que dudar, por otra parte, que muchos otros gobiernos en
el mundo procederían igual, pero bajo una óptica centrada en el exilio este
añadido carece de relevancia.
Así que de pronto se da un paso más allá
y se entra en el terreno donde leyenda, política e historia se mezclan para
ofrecer ejemplos más o menos creíbles.
Aunque todo ello elude al mismo tiempo
una pregunta fundamental: ¿vale la pena el objetivo?
Porque la denuncia —no veo de otra manera
la declaración pública y el propósito de la visita a Miami— busca al mismo
tiempo resaltar la importancia política de que quienes se consideran (u otros
consideran, como declara Rodiles para establecer distancias) son protagonistas
tan significativos dentro de la gestión opositora, que el régimen considera
necesaria una acción de este tipo.
Por lo que hay de inmediato dos
conclusiones, que el opositor Rodiles y su pareja intentan trasmitir con su visita
a Miami.
La primera es que régimen de La Habana es
de naturaleza desp ótica, malsana y despiadada (algo con lo que
no es difícil estar de acuerdo), y ellos son probables víctimas de esa
condición. Con lo que se asume un expediente que los incluiría en la lista de
posibles y/o dudosas víctimas de la represión castrista, no mediante
procedimientos explícitos —encarcelación, fusilamiento, atentados directos—
sino a través de vías más contingentes: las muertes de Oswaldo Payá y Laura
Pollán.
Solo que en este caso estaríamos ante dos
casos de “muertos vivientes”, en donde se busca denunciar a tiempo la acción,
antes de que ocurra un fin macabro.
La segunda es que la verdad —cualquiera a
la que se alcance tras los posibles análisis médicos que se realizaran a partir
de ahora— nunca será concluyente. Porque bajo la hipótesis de eficiencia que
lleva a realizar ataques de esta naturaleza —inyección de una sustancia letal,
que altere la conducta o produzca determinado efecto en el organismo— cabe
siempre la sospecha de que los resultados no tienen que ser inmediatos y
visibles, lo que descarta cualquier afirmación de sentirse a salvo.
Así que de no producirse una muerte o trastornos
más o menos cercanos —como ha ocurrido en los casos conocidos de opositores
rusos—, lo demás es rezar y seguir adelante.
Algo que, por supuesto, no deja fuera en
caso alguno —desenlace fatal o no—, el reclamo de ser víctima de un acto
represivo.
Bajo tales parámetros, la denuncia se
agota en sí misma y cumple su objetivo fundamental: enunciar una sospecha.
Si tal sospecha es creíble o no entra en el
terreno de la fe, una senda que en Miami es particularmente escabrosa. En
última instancia, más vinculada a profesar una creencia que a pruebas
objetivas, y donde existen precedentes en las muertes del opositor Payá
—¿accidente de tránsito, asesinato premeditado, error de los perseguidores?— o
de la activista Pollán —¿padecimiento fatal, negligencia médica, muerte inducida—,
y donde no hay hasta ahora una respuesta concluyente.
Formulados en estos términos los motivos
para la actuación del Gobierno cubano, cualquiera que se cuestione los supuestos
pinchazos a los activistas —o las causas de las muertes citadas—, corre el
riesgo de ser catalogado en Miami como procastrista, colaborador del régimen o
incluso mal vecino.
Lo anterior remite apenas a la necesidad
de indagar por otras vías, y es entonces donde llama la atención un patrón que
se repite en el comportamiento de Rodiles como activista, y donde se combinan
histrionismo y acción —no por gusto la referencia a Estado de SATS— como un
singular camino dentro de la llamada disidencia.
Que Rodiles intente abarcar al espectáculo
dentro de la acción opositora no es un gesto novedoso ni debe ser despreciado
como función opositora —hay antecedentes en la antigua Checoslovaquia y
Polonia—, aunque despierte dudas en su énfasis personal.
El tránsito que convierte al espectáculo
en gesto represivo —o incluso la gestión artística en manifestación opositora
más allá de la denuncia— es válido ala hora de enfrentar un régimen
totalitario.
Si dentro de ese afán Rodiles produjo una
foto de las consecuencias de un golpe dado durante un acción represiva en su
contra, que produjo una lesión en su nariz —cuya imagen recuerda al “hombre
invisible” de la película de igual título—, aunque sin secuelas posteriores, no
hay razón alguna para cuestionarse esa forma de denuncia, bajo la premisa de
ser verdaderas las consecuencias del ataque (algo muy distinto a un uso
posterior de fotografías maquilladas de miembros de las Damas de Blanco,
divulgadas el Día de Halloween, en que se recurrió al mismo efecto, con
premisas similares pero en este caso con imágenes adulteradas).
Lo que sí llama la atención es la
voluntad de ciertos miembros, que podrían considerarse como participantes
activos del llamado “exilio histórico”, a sumarse a ese esfuerzo, cuyo fin
resulta debatible si es simplemente una muestra de aferrarse al pasado o un
indicador de buscar otros medios de
confrontación con La Habana.
Más sintomática aún es esa evolución, de
una exposición simple y cruda de la realidad cubana —pobreza, desamparo,
encarcelamientos— a otra en que los mecanismos represivos entran dentro del
campo especulativo.
De esta manera, la asociación en la
denuncia entre Rodiles y el activista Frank Calzón, director del Centro para
una Cuba Libre, podría considerarse algo así como una especie de “cuba libre” a
tono con los tiempos, ron cubano y Coca-Cola: la combinación perfecta.