Los legisladores republicanos hablan de
que la Ley de Ajuste Cubano debe preservarse para quienes sufren persecución
política en Cuba, y posiblemente durante ese mismo discurso o al poco tiempo se
reúnen con un opositor cubano que entra y sale del país y acumula sus merecidas
horas de vuelo durante los más diversos recorridos por el mundo.
Pregonan los mismos fundamentos de
quienes los precedieron o acompañan en la labor legislativa, al tiempo que
mantienen un piadoso silencio sobre las actuaciones que hicieron posible la
situación actual: una enmienda de 1980 a la ley permite a los inmigrantes
cubanos, independientemente de sus razones para abandonar la isla, el acceso al
Programa Federal de Reasentamiento de Refugiados.
En la práctica se limitan a crear un binomio con los políticos locales,
también republicanos, para el enunciado de lamentos y reproches. Así se alzan
las voces sobre la posible crisis a desatarse en Miami si siguen llegando
nuevos inmigrantes, y omiten igualmente que el financiamiento de dichos
programas de ayuda se cubre a través del presupuesto federal.
Una de las consecuencias de tal actitud
es alimentar en esta ciudad un sentimiento de rechazo, o al menos de reserva,
hacia quienes vienen ahora, similar por cierto al surgido durante la crisis del
Mariel, donde no fueron pocos los recién que se vieron obligados, o
prefirieron, ocultar su medio de llegada. Entonces fue patético encontrar a “marielitos” decir “te llamo
pa'tras”, como una forma ingenua y hasta risible de tergiversar el idioma para
ocultar el origen. Claro que con el tiempo el ser “marielito” perdió cualquier
carga de estigma. Igual ocurrirá ahora.