¿Es Donald Trump un agente secreto del
Partido Demócrata?, se pregunta el periodista Anthony Zurcher de la BBC.
La cuestión va más allá del simple hecho
de que la campaña del magnate, por contraproducente, termine por beneficiar a
la candidatura presidencial demócrata. Sobre ese punto existen artículos y análisis.
Lo que entra en juego aquí es teoría conspirativa, pura y simple. A los
republicanos, atrapados en medio del pánico de que Trump pueda resultar
nominado o se lance como independiente si su partido lo rechaza, no les ha
quedado más remedio que invocar conspiraciones. Después de eso, los recursos que
le quedan son pocos: las brujas de Macbeth, el tarot, algún hueso de ahorcado.
Como quienes emiten estas afirmaciones
son figuras políticas muy respetadas, y analistas conservadores muy
inteligentes, hay que tomarlas muy en serio, casi igual que a Trump.
“¿Y
si Donald Trump fuera un ‘topo’ de los demócratas, puesto dentro del Partido
Republicano para descarrilarlo, se comportaría de otra manera?, se preguntaba
en julio pasado uno de los comentaristas conservadores más notables, George
Will. “No creo que lo haría”.
Por su parte, el representante republicano
por la Florida, Carlos Curbelo, dijo que Trump “es un candidato fantasma,
reclutado por la izquierda para crear todo un circo político”.
“Trump mantiene una estrecha amistad con
Bill y Hillary Clinton”, agregó el legislador. “Ellos fueron a su última boda,
él ha contribuido a la Fundación Clinton, a la campaña para senadora [de
Hillary]. Todo esto es muy sospechoso”.
Las sospechas van más allá de las
preferencias electorales. Entran en el terreno donde se requiere la ayuda de Chan Li Po, el
célebre “letetive chino”, para desenmascarar los trucos de un villano.
Se trata de la “misteriosa” llamada
telefónica entre Trump y Bill Clinton en mayo pasado, menos de un mes antes de
que el magnate lanzara su candidatura. Los detalles de lo que hablaron se
mantiene en el secreto más riguroso.
“Clinton alentó los esfuerzos de Trump
para realizar un papel más determinante en el Partido Republicano”, escribió
entonces The Washington Post.
El comentarista conservador Brian Cates
fue más allá: “Trump no se lanzó a la campaña por la nominación presidencial
por su profundo amor a Estados Unidos, ni por ser un republicano ni por sus
preocupaciones sobre el conservadurismo”, escribió. “Trump se lanzó a la
campaña porque Bill Clinton lo instó a que lo hiciera”.
Pero Cates también se quedó corto.
Noah Rothman, de la revista Commentary, llega a afirmar que hay un
patrón definido, por parte de Trump, de hacer las declaraciones más
incendiarias en los momentos en que surgen revelaciones escandalosas o que
reflejan las debilidades de la casi segura candidata demócrata.
La atracción mediática recibida por la
campaña de Trump en la prensa ha servido para opacar otras informaciones
relacionadas con el asunto de los correos electrónicos de Hillary Clinton o la
actuación de la entonces secretaria de Estado tras el ataque a la embajada
estadounidense en Benghazi en 2012, escribe.
Cada vez que han surgido revelaciones
dañinas a los demócratas, han brotado llamativos comentarios de Trump para
desviar la atención, agrega Rothman.
“Nada de ello permite establecer una
correlación de causa-efecto, aunque es notable la coincidencia en todas esas
ocasiones en Donald Trump ha rescatado a los demócratas de las garras de un
ciclo de noticias perjudiciales y del escrutinio de la prensa”, concluye.
Claro que no es bueno creer mucho en las
teorías conspirativas. Sin embargo, resultan magníficas para pasar el tiempo. Por
eso agrego una más: ¿No estaría interesado Bill Clinton en que Trump lanzara su
campaña, no para beneficiar sino para mantener aún más entretenida a su esposa?
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece publicada en la edición del lunes 11 de enero de 2016.
Esta es mi columna semanal en El Nuevo Herald, que aparece publicada en la edición del lunes 11 de enero de 2016.