Llama la atención las simpatías que el
aspirante a la nominación presidencial republicana Donald Trump despierta entre
algunos cubanos residentes en Estados Unidos. Más que curiosidad, el hecho debe
provocar asombro, ya que este año hay dos aspirantes de origen cubano y hay
posibilidades de que al menos uno de ello sea incluido en la boleta. Eso sin
contar el hecho de que tradicionalmente dicho exilio ha demostrado una
fidelidad absoluta a un sector del republicanismo y al mismo tiempo recibido el
apoyo total de ese sector.
Si hay una victoria que sin duda debe
anotársele a la comunidad cubana establecida en suelo estadounidense —principalmente
en los estados de Florida y New Jersey— es el lograr situar a políticos de su
preferencia tanto en el Congreso como en determinados momentos en el ejecutivo.
Pero ahora esta fidelidad y dependencia
mutua no está tan clara, ya que Trump no ha encontrado un rechazo, podría decirse
que ni siquiera una apatía entre los exiliados procedentes de Cuba, cuando ha
viajado a Miami.
Cierto que el millonario cubano afincado
en Miami Mike Fernández —el mayor donante de la campaña del precandidato
republicano a la Casa Blanca Jeb Bush— ha iniciado una campaña contra Trump, a
quien considera una persona “narcisista” que debe ser contenida. Sin embargo, su
gesto responde fundamentalmente a su cercanía con Bush.
En general, podría decirse que muchos
cubanos simpatizan con Trump y están de acuerdo con lo que dice.
Por supuesto que estas simpatías no se
traducen necesariamente en votos, por dos razones fundamentales. Se desconoce
si quienes las expresan son votantes calificados y nada asegura que en las
urnas no van a optar por alguno de los dos aspirantes de origen cubano, con independencia
de que “les guste Trump”.
Pero que a Trump se le perdonen opiniones
y cambios de puntos de vista contrasta con la tan repetida “intransigencia de
los cubanos”.
Porque hay razones más que suficientes
para, si no el rechazo, al menos la apatía. La clave entonces habría que
buscarla en la emocionalidad del cubano exiliado, que en más de una ocasión lo
lleva a adoptar actitudes contradictorias, y también a la singularidad
mediática que ha desatado el “fenómeno Trump”.
Lo cierto es que Trump ha dicho cosas y
se ha contradicho con una fuerza que a cualquier otro político, en años
anteriores, le hubiera costado ser declarado poco menos que “persona non grata”
entre los cubanos.
“Cincuenta años es suficiente”, dijo
Trump en una entrevista con el Daily
Caller, publicada el 22 de octubre de 2015, refiriéndose a la decisión del
presidente Barack Obama de restablecer relaciones con La Habana.
“Creo que está bien. Creo que está bien
pero debimos haber logrado un mejor acuerdo”, agregó. “El concepto de apertura
con Cuba es correcto”.
La diferencia para Trump es sobre el
alcance del acuerdo, lo que declara para enfatizar lo que él considera es una
de sus mayores virtudes, su capacidad negociadora, pero en esencia el acercarse
a Cuba es adecuado, según él.
Esta posición contrasta con otra
formulada por el empresario años atrás.
En 1999, cuando valoraba si lanzarse a la
contienda presidencial como candidato del Partido Reformista, Trump publicó un
editorial en The Miami Herald en que
se oponía a la idea de hacer negocios con Cuba. También apoyaba el embargo y llamaba
a Fidel Castro “asesino” y “criminal”. En dicho artículo enfatizaba que la
política de aislamiento al Gobierno cubano llevaría a su derrocamiento.
Entonces fue invitado por la Fundación Nacional Cubano Americana a realizar un
recorrido por La Pequeña Habana.
Ahora apenas se han escuchado en Miami
voces denunciando la “traición” de Trump.
Incluso en otras cuestiones de política
internacional la posición de Trump es radicalmente opuesta a la sostenida por
décadas en el exilio de Miami.
Al hablar sobre el Gobierno mexicano dijo
que este forzaba a sus ciudadanos a que abandonaran el país, lo cual no es
cierto. En todo momento ha omitido a citar el ejemplo de Cuba, donde durante la
época del éxodo del Mariel el régimen de La Habana obligó a cientos a
embarcarse en los botes llevados o enviados por los refugiados cubanos para
sacar de la Isla a sus familiares, y también obligó a quienes estaban a cargo
de las embarcaciones a transportar a esos viajeros no solicitados —en muchos
casos presos o enfermos mentales— fuera del país. Claro que a los efectos de la
política nacional en Estados Unidos el Mariel está muy lejos y México muy
cerca, pero tanto que habla Trump una referencia de dos minutos o cuatro
palabras al respecto no vendría mal.
En julio de 2015 Trump dijo a los
reporteros que no había sido partidario de la Guerra de Vietnam. “No participé
en manifestaciones de protesta, pero la Guerra de Vietnam fue un desastre para
nuestro país. ¿Qué ganamos en Vietnam salvo muertos? Nada”.
Cualquier valoración negativa sobre la
Guerra de Vietnam es un tabú para muchos miembros del llamado “exilio
histórico” de Miami.
A Trump parece no preocuparle mucho lo
que ocurre en Cuba. No ha sido un tema mencionado en su campaña, salvo la
respuesta a la prensa ya citada. Sin embargo, la mención a Cuba, y en
específico el origen cubano de uno de sus contrincantes, le ha servido para
atacar al senador Ted Cruz.
(Hasta el momento, el senador Marco Rubio
parece no preocuparle mucho, por la considerable ventaja que le lleva en las
encuestas: los ataques de su campaña a Rubio se han concentrarlo en
considerarlo un “niño” inexperto.)
En varias ocasiones Trump se ha referido
al origen cubano de Cruz, pero no como un mérito: Más bien como un defecto.
“Según
lo que yo sé, no muchos evangélicos vienen de Cuba. ¿De acuerdo?”, dijo Trump
en un mitin de su campaña en Council Bluffs, Iowa.
Un mes antes —cuando algunos sondeos
comenzaron a mostrar que Cruz lo superaba en los caucuses republicanos de Iowa— había hecho un comentario similar,
en el que enfatizó que él si era un verdadero evangelista, en lugar del senador,
cuyo padre era cubano.
Muchos inmigrantes cubanos y sus hijos
han adoptado el credo protestante tras su llegada a este país, y en Cuba
siempre han existido iglesias evangélicas, Trump sin embargo se limita al
estereotipo de latino: católico.
La referencia es acorde al ideario de
Trump, para el cual el verdadero estadounidense tiene descendientes europeos, y
demuestra que para el magnate no hay gran diferencia entre los latinos, sean
mexicanos o cubanos, indocumentados o no.
Precisamente el que dos políticos de
origen cubano estén compitiendo de forma destacada por la nominación
presidencial es motivo de justo orgullo en la comunidad cubana de Miami. ¿Por
qué entonces no rechazar a Trump, que ataca a “dos de los mejores frutos” del
exilio cubano en Estados Unidos?
Es muy posible que estas simpatías
cubanas hacia Trump se eclipsen en la medida en que la campaña electoral tome
un rumbo más definitorio, pero su existencia actual no deja de marcar cierta
inconsistencia en sus preferencias políticas.