Los diputados opositores venezolanos,
elegidos el 6 de diciembre pasado, escogieron el domingo al legislador del
partido Acción Democrática (AD) Henry Ramos Allup como presidente de la
Asamblea Nacional. Con esta decisión acertada, es posible que el próximo martes
comience el final de una época perdida en Venezuela.
Difícil, pero aún con la esperanza, un
nuevo país o una nueva república puede iniciarse entonces. Eso si el presidente
Nicolás Maduro no se empeña —y tiene la capacidad para hacerlo— en hundirlo
todo en la violencia y el caos absoluto.
Vale la pena el optimismo —un momento al
menos— y creer que aunque la solución no es fácil tampoco es imposible. De lo
que se trata es de cambiar la demagogia política por la acción política. No es
siquiera cambiar de modelo, porque el chavismo realmente nunca llegó a
establecer un modelo, sino de intentar llevar la nación por el camino de la
cordura. Claro que ello es imposible de entrada, pero antes de que exista la posibilidad
de quitar del medio al “loco” hay que demostrar que se puede conducir a
Venezuela por un rumbo en que justicia social y beneficios para los más
desfavorecidos no pasa obligatoriamente por la gritería y los extremos.
Si en rechazar los extremos está la
solución, por supuesto que las propuestas de la oposición venezolana no deben
buscar una vuelta al pasado sino mirar al futuro. Para ello tienen en su favor
la nueva situación que, poco a poco, se está creando en Latinoamérica, en que
el poder y la influencia que pudo acaparar el fallecido presidente Hugo Chávez
por la bonanza petrolera es cosa del pasado. Porque los precios del crudo de la
época de Chávez no vuelven, al menos de inmediato, no en este año que comienza.
Maduro es un pésimo administrador y un
mal presidente. Eso es lo primero a enfatizar. Su impericia trasciende las
categorizaciones políticas. No es un problema de izquierda o derecha, de
capitalismo o socialismo, no es una lucha de clases: es simplemente que no
sirve para gobernar. No es siquiera un buen administrador de empresa. Su
estrategia para aumentar el precio del combustible no funciona porque es tonta.
Es como si un empleado se parara a exigir un aumento de sueldo, porque no le
alcanza el dinero para sus gastos. Si el sitio donde trabaja no obtiene las ganancias
suficientes, y él desempeña una mala razón, hay 50 razones para decirle no, y
otras tantas para botarlo.
Con Chávez existían las 50 razones para
botarlo, pero las ganancias eran extraordinarias. ¿Para qué perder el tiempo en
ello, junto con la sospecha de que el otro que vendría detrás lo haría peor?
Ese no es el caso con Maduro. Peor que él no hay otro.
Héroe nacional y latinoamericano,
caudillo místico, mártir casi santo. Todo ello trató de abarcar Hugo Chávez.
Todo lo logró en cierto momento. Todo lo dejó a medias. ¡Si Chávez viviera!
Pues estaría igual de mal.
Chávez tituló pomposamente “socialismo
del siglo XXI” a esa amalgama con la cual intentó acuñar su sistema de gobierno
e ideología. Ahora queda claro que más correctamente sería llamarla “del siglo
V o XV”. Igual apelación a la fe, o mejor al fanatismo, para justificar un
mandato terrenal mediante una invocación divina. Solo que había dinero de sobra
para repartir. El problema es que se repartió mal también.
Las enormes ganancias petroleras
sirvieron durante 14 años de precios altos para impulsar el gasto social y
realmente se benefició a la población que menos recursos. Pero eso fue una ínfima
parte de lo obtenido. El resto se malgastó en un afán de dominación continental,
en corrupción e ineficiencia. Venezuela es más dependiente que nunca del
petróleo y ni siquiera cuenta con una buena industria de extracción.
Ramos Allup no es un empresario
millonario. No es un neoliberal. Es un político y abogado socialdemócrata. Es
un vicepresidente de la Internacional Socialista. Así que lo que está a punto
de llegar a la Asamblea Nacional de Venezuela, si Maduro no lo impide, no es la
oligarquía ni la explotación capitalista despiadada. Es un hombre que viene de
la izquierda, solo que de la izquierda democrática. Un político que rechazó públicamente el programa de ajustes
económicos del presidente Carlos Andrés Pérez, cuyas primeras consecuencias
fueron la ola de disturbios y saqueos conocida como el “Caracazo”. Así que no
significa una vuelta a la Venezuela anterior a Chávez.
Claro que nada de eso impidió que Chávez
siempre lo atacara verbalmente y después Maduro repitiera lo mismo. Ramos Allup
tiene dos características que explican esos ataques: cuenta con la experiencia
necesaria para las labores legislativas —incluso de gobierno— y no es un
demagogo. Dos motivos para el ataque del chavismo, pero también dos razones
para la esperanza.