¿Bienvenido, Mister Marshall o Nuestro hombre en La Habana? Al ritmo
que van las cosas, poco nos queda, más que analizar el viaje del presidente Barack
Obama a Cuba en clave de película. Otros códigos se agotan: basta con mirar a
sus dos visitas a Birmania.
Un avance para
los no cinéfilos. Bienvenido, Mister
Marshall (1953) es un filme español de Luis García Berlanga, que presenta
las ilusiones de los residentes de un pueblo de Soria ante la supuesta visita
de los “americanos”, encargados del Plan Marshall en Europa.
Para asegurarse
no ser abandonados en su reclamo, los sorianos no encuentran nada mejor que
disfrazarse de “españoles”, con la ayuda y el beneficio de unos cómicos de la
legua.
Al final la
caravana estadounidense pasa sin detenerse en el pueblo y sus habitantes se
quedan igual o peor que antes: más desesperanzados y con pérdidas adicionales:
el Plan Marshall nunca se extendió a España.
En Nuestro hombre en La Habana
(1959), del británico Carol Reed, un inglés vendedor de aspiradoras se dedica a
un espionaje que no lo es tal: sus planos secretos de bombas no son más que
simples diagramas de aspiradoras. Al final triunfa el sarcasmo sobre la guerra
fría y el fraude se convierte en una forma de justicia.
Todo indica que en la isla esperarán a Obama con igual o mayor ilusión que en
la España de Franco a “Mister Marshall”.
Una ilusión no del todo injustificada, solo que distinta a la de Miami. La
Leyenda del Gran Inquisidor, la dicotomía entre seguridad y libertad, vuelve
una y otra vez en el caso cubano. En Washington y en La Habana.
Muy bonito estar en esta ciudad y hablar de libertad, mientras se paga la
cuenta de Publix; algunos pueden quedar satisfechos tras repetir lamentos como
antes consignas; otros mostrarse contrariados por el fin, no solo de un
espejismo del pasado sino de una visión de futuro; unos terceros, en fin,
contemplar cada vez más en entredicho su modus
vivendi. Pero nada de ello impedirá el continuo avance de una situación que
no se define en los términos simples de inmovilidad, cambio, herencia y
hundimiento.
Sin embargo, aunque un “Mister Obama” pueda resultar más conveniente para
los cubanos que la caravana de automóviles que deja a los españoles
polvorientos y desconsolados, en el filme de Berlanga, ello no resuelve las
reticencias ante el engaño y el temor al fraude: ¿hasta dónde puede
transformarse la situación cubana y no quedarse en otro cambio cosmético de
ocasión?
Por ello viaja Obama a Cuba. Para intentar al menos que no le vendan
diseños de aspiradoras como planos secretos. Porque en última instancia no
importa la nacionalidad del pillo: la picardía es contagiosa en la isla.
¿Lo logrará? Aún no hay respuesta definitiva. Solo apuntar que el viaje no
constituye reto alguno. No para Obama (It’s
a tiny little country) ni para Raúl Castro, que lo tiene todo asegurado
para el inicio y fin de su legado: ¡Ahora sí vamos a construir el poscastrismo!
Washington ha demostrado una falta total de imaginación hacia Cuba, y ha
buscado aplicar allí lo que triunfó en otra parte. Siempre sin éxito. Al
derrocamiento de Jacobo Árbenz, la desaparición del campo socialista y la
Primavera Árabe ―para citar algunos ejemplos―, se sucedieron las versiones
isleñas de Bahía de Cochinos, el movimiento disidente y los planes de la USAID.
Así que si de algo se puede acusar al Presidente, es de guiarse por el libro
(¿de la CIA?).
Ahora Obama intenta reproducir en el trópico sus viajes a Birmania. Pero
queda una pregunta: ¿dónde está la Aung San Suu Ky cubana?