“No necesitamos que el imperio nos
regale nada”, dice Fidel Castro en un artículo con título irónico y racismo subliminal:
El hermano Obama. Pero la cuestión
es que el presidente Barack Obama en momento alguno prometió “regalar” algo.
Así que aquí tenemos una frase para el estudio de la psicología. O la mente de Castro
está recurriendo a un típico mecanismo de defensa llamado proyección, donde el
sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus
carencias, o está extraviada y confundida, y por lo tanto repite las mismas
palabras que él utilizó hace ya bastantes años, cuando la Unión Europa intentó
llegar a un acuerdo de cooperación y ayuda[1].
Por lo demás, si analizamos su texto solo
bajo la óptica política, no hay nada sorprendente. Basta repasar los últimos
años de la dictadura franquista en España para comprobar que las intrigas, los
avances y retrocesos, los intentos de reforma y las vueltas al ideario más
reaccionario y la represión más despiadada fueron el pan de cada día, con un dictador
agotado físicamente y debilitado mentalmente que se negaba a delegar el poder. Y
aquí reside la clave del asunto. A diferencia de Franco, Fidel Castro sí delegó
el poder en su hermano (el hermano mayor de Franco nunca estuvo cercano a ello).
Así que todo se reduce a la especulación de si las palabras de Fidel Castro
tienen alguna trascendencia, salvo brindar cierto apoyo emocional a los
recalcitrantes (fenómeno por lo demás que ocurre igualmente en Miami, aunque
con el signo ideológico contrario).
El
autor
Como ha ocurrido en otras ocasiones, el artículo
de Fidel Castro será titular de hoy en la prensa y olvido de mañana. Pero sí
contribuye a dos aspectos de la realidad cubana. Uno es la especulación sobre
la función de Fidel Castro como retranca a las reformas promovidas por Raúl. La
ecuación hermano mayor reaccionario y hermano menor práctico y tecnócrata
favorece en última instancia al segundo término, al brindar la justificación
perfecta para el inmovilismo. El segundo tiene que ver con la retroalimentación
mental que representa para el burócrata de bajo nivel, al que muy ocasionalmente
brinda la esperanza tonta de que todavía el futuro pertenece por entero al
castrismo.
Por lo demás, la retórica de Fidel Castro
no solo es incapaz de “agitar a las masas”, en favor de una renuncia inmediata
a depender de las remesas y el turismo extranjero —para citar dos fuentes
recurrentes e importantes de ingresos en Cuba— y partir con el azadón y la
mocha para el campo, a la conquista de la siembra y el güiro. Más que a estas
alturas en Cuba deben provocar ese discurso viejo y esas consignas raídas, lo
más probable es que ya no sean dignas siquiera de la indiferencia, sino de la
distracción: los cubanos miran hacia otra parte. Si lo que en una época se presentó
con el disfraz de un ideario revolucionario y solo fueron metas huecas,
impuestas por la fuerza, volver ahora con tales esperpentos —luego del país
atravesar el llamado “período especial”— es puro delirio.
Aunque para los que desde la niñez
sufrimos el “proceso revolucionario” no hay duda del poder que aún tiene en
nosotros Fidel Castro, para promover conversación y escritura, y de lo cual
este comentario es un ejemplo más. Vale la pena, sin embargo, intentar apartar
el texto del autor.
El
texto
El artículo —ya no se utiliza la categoría
“reflexiones”, al parecer por la falta de continuidad— es similar a otros
anteriores por su falta de coherencia. Castro no presenta una idea, la
desarrolla y concluye, sino que lanza palabras, conceptos, frases, estereotipos,
recuerdos, todo mezclado en una especie de narrativa cercana a un flujo de
conciencia. En este monólogo uno siempre espera encontrar una revelación, una singularidad,
algún detalle curioso, pero casi nunca ocurre. Dentro de un marco de
referencia, que en lo que respecta a la ciencia y la historia universal, parece
fundado en lecturas repetidas de una publicación como la Revista Selecciones, se intercalan algunas anécdotas personales
—casi siempre sin mucha trascendencia—, lugares comunes y una visión del
proceso revolucionario que inició y llevó a cabo en cuya descripción cada vez
más se acentúa una posición a la defensiva: es perenne la confusión entre la
realidad y una serie de supuestos ideales y metas. Hay en este punto un curioso
desplazamiento que solo se explica como una forma tergiversada de
justificación: Castro habla de la actualidad en términos casi siempre
catastróficos, pero ajenos a Cuba: proyecta lo que podría considerarse su
concepción del mundo excluyendo la realidad cubana. Puede argumentarse que
procede así debido a su alejamiento de la vida pública nacional, pero en la
práctica tal alejamiento no es tal: más bien su actitud es propia de un
desterrado, solo que ese destierro obedece a razones de salud y no políticas.
El cuerpo, que le jugó una mala pasada a
Castro —y aquí vuelve a ser válida la comparación con Franco, que pese a su
deterioro físico se mantuvo al frente casi en todo momento hasta su muerte—,
domina ahora su escritura, no como un proceso natural en todo ser humano, sino
en un sentido físico donde se desprecia la memoria del lector para sustituirla
por una verdad propia solo de quien escribe. Así que poco importa que este
último artículo se limite a lanzar logros de la revolución que no son tales y
vuelva a la repetición de alardes que nunca han de materializarse: “Advierto
además que somos capaces de producir los alimentos y las riquezas materiales
que necesitamos con el esfuerzo y la inteligencia de nuestro pueblo”. Para él
las continuas cifras de la incapacidad —endémica a partir del 1ro. de enero de
1959— de producir alimentos no cuentan, como tampoco el intercalar en el texto
párrafos completamente ajenos al desarrollo de las supuestas ideas.
Ejemplo de este desarrollo marginal en el
último artículo de Castro es desviar todo el argumento Obama. Mandela, raza
negra, funeral de Mandela y apretón de manos entre Raúl Castro y Obama a una discreción
sobre Gleijeses y Risquet.
El subtema Gleijeses aparece en el
artículo de Castro de forma sorpresiva para muchos lectores. Piero Gleijeses es
el autor de Conflicting Missions (Havana,
Washington and Africa 1959-1976), un libro importante para conocer lo
ocurrido entonces pero limitado en algunos puntos por una excesiva influencia
de la visión de
Jorge Risquet, quien había sido embajador
cubano en Angola, sobre el asunto. Al volver al tema ahora Castro no solo
recuerda que Risquet está muerto sino en cierto sentido hay cierto reproche
encubierto a Gleijeses —solo explicable a nivel emocional— por esa amistad (“muy
amigo de él [Gleijeses de Risquet]” en la que se siente dejado a un lado.
Sin embargo, el tema de la vanidad
personal es apenas un detalle de la intención fundamental de Castro, y para
conocerla hay que remitirse a la “reflexión” de Castro en octubre de 2008 por
la muerte de Mandela, donde habla más de sí mismo que del líder sudafricano.
Ese centro, que ahora Castro vuelve a repetir, tiene que ver con el hecho de
que la guerra de Angola fue la segunda ocasión en que Cuba estuvo envuelta en
un conflicto que podría haber desencadenado una hecatombe nuclear.
No hay comparación entre la Crisis de
Octubre y la guerra de Angola en cuanto a la dimensión y las implicaciones del
diferendo, pero ambas muestran que el Gobierno cubano, con Fidel Castro al
frente, no estaba dispuesto a detenerse frente a una amenaza de ataque nuclear.
Junto a ese panorama de combatividad,
peligro y una posible destrucción de grandes dimensiones, hay una historia más
vulgar y menos heroica.
“Sudáfrica no soportó el desafío y
negoció, después que recibió los primeros golpes en esa dirección, todavía
dentro de territorio angolano. En la misma mesa se sentaron durante meses los
yanquis, los racistas, los angolanos, los soviéticos y los cubanos”[2].
El artículo de Castro de ahora no es solo
un desfile de rezagos del pasado, sino un intento, en el plano emocional más que
político, de minimizar a su hermano menor, al tiempo que una velada o no tan
velada amenaza a Estados Unidos, que por supuesto no trasciende a una pataleta
de viejo. En igual sentido se sitúa otra amenaza más directa a los propios
funcionarios del régimen. El caracterizar las palabras de Obama de “almibaradas”
no es solo llamar al presidente de estadounidos “blando y meloso“, sino
recordar lo peligroso que puede resultar en Cuba acercarse a lo dulce, sea
azúcar o miel.
Es esa visión de la historia llena de
rencor y lugares comunes es la que repite Fidel Castro de nuevo en este
artículo. Como para perpetuar otro lugar común: genio y figura…
[1] Durante la
celebración del cincuentenario del asalto al cuartel Moncada, Fidel Castro
expresó: “Cuba no necesita a la Unión Europea para sobrevivir y poder
desarrollarse”. Castro además calificó a la UE de “caballo de Troya” de Estados
Unidos.