Quiero pensar por un momento que el
discurso del presidente Barack Obama, en el Gran Teatro Alicia Alonso de La
Habana, no estuvo destinado al pueblo cubano, sino especialmente a Fidel
Castro. Sé que esa no fue su intención. Es posible que la presencia o el
recuerdo del líder de casi 90 años pasó por el texto en algún momento, pero
solo un minuto. No importa. Ese podrá ser el discurso de Obama, pero no mi
discurso de Obama.
Mi discurso de Obama es el que esperé por
décadas. Y tuvieron que pasar muchas cosas para poder escuchar algo así en Cuba.
Un discurso que seduce con lo cotidiano, y ello no es poco mérito.
En la lógica no pudo existir antes porque
era imposible suponer que un hombre de tal naturaleza e inteligencia, no solo
de la raza negra sino con una compleja y única mezcla racial y étnica, llegara
a la Casa Blanca. Como era difícil suponer el fin de la Unión Soviética —el
futuro pertenece por entero al socialismo— y de muchas otras cosas.
Acostumbrado desde la infancia y la
adolescencia a un sometimiento a lo heroico, siempre añoré llegar a un momento
en la vida en que nadie me intentara conquistar con la épica.
Lo logré hace muchos años en lo personal,
pero es un consuelo —quizá tardío— ver que alguien que vino del frío lo
consiguiera al calor de mi país de origen.
Para decirlo rápido: el discurso de Barack
Hussein Obama es lo más anticastrista que he oído en mi vida. No en el sentido
partidista, ni de lucha política ni de causa de los pueblos y exilios. Lo es en
su esencia. Nunca había visto que alguien desarmara con igual lucidez y
honestidad el entramado utilizado para engatusar a millones, y que brindara la
utopía no como un reino de futuro sino como una posibilidad de presente. Todo
una trama desde la post-ideología que desbarata promesas incumplidas y planes
catastróficos.
Lo mejor de todo es que esa elocuencia
calmada destruye por igual las pompas de Miami y La Habana, y ya debe estar
corriendo tinta y saliva de reproche en esta ciudad no por hablar directamente
de esto o aquello.
Aunque nada de lo que se diga, aquí y
allá, desviará lo ocurrido. Solo será trama de truhanes, tufo de resentidos.
Solo uno entre muchos. El ejemplo de
Obama a los cubanos, sobre las elecciones ahora en marcha en Estados Unidos,
donde dos aspirantes de origen cubano han competido para alcanzar la
presidencia ahora en manos de un negro, la cual a la vez se disputan una mujer
y un socialista, para así explicar los beneficios de la democracia, debe
convertirse en ejemplo de oratoria a enseñar en las escuelas. Nunca un proceso
más turbio ha sido utilizado en demostrar una explicación tan diáfana.
Sí, tuve que esperar décadas para ver postrada
en pedazos esa retórica guerrerista y altisonante de Fidel Castro —que su
hermano ha abandonado por personalidad y circunstancias—, no mediante acciones
bélicas sino con razonamientos de paz.
Como aviso agorero a esa misma retórica,
las canciones de Silvio Rodríguez se escuchaban en el teatro habanero antes del
comienzo de las palabras de Obama, como para anunciarnos el canto del cisne de
esa ampulosidad histórica que ha quedado atrás, por urgencias menores pero la
historia, pero más importantes para el individuo: tratar de vivir un poco
mejor.
Hubo una sola mención en el discurso de
Obama, cuando se refirió a ese empeño de quienes viven en Cuba por influir en
los destinos del mundo, en que casi sale a flote el nombre de Fidel Castro.
Pero por suerte no ocurrió, y siguió condenado a ser el oyente ausente.