La campaña republicana a la presidencia
sigue girando sobre el mismo punto. Esta semana lo hemos visto con la última
trifulca entre los aspirantes Donald Trump y Ted Cruz sobre sus respectivas
esposas.
Hay un aspecto de Trump que asusta a los
líderes republicanos, y es que el posible candidato siga acumulando un rechazo creciente entre los grupos de votantes que se consideran necesarios para ganar la
Casa Blanca. Pero lo ven simplemente como un problema de imagen,.
Otro problema con Trump es que no resulta
de fiar, no es bona fide —como le
reclaman las hijas al engominado personaje que interpreta George Clooney en O Brother, Where Art Thou?: But you ain't bona fide!—, y ello
preocupa a todos —pero asusta a pocos. Por eso hay algunos que piensan que con
Trump se puede llegar a un arreglo.
Un último problema, menor, es que Trump
dice cosas que no resultan gratas al ideario republicano actual, como mantener
sin alterar el social security, medicare y medicaid, y que diga estar en contra del libre comercio a nivel internacional,
el traslado de fábricas fuera de Estados Unidos y la contratación de
extranjeros. Aunque el mismo
argumento de no ser bona fide y el
hecho fundamental de que a Trump los pobres lo tienen sin cuidado —es más, está
a cada momento dispuesto a mandarlos al demonio— convierte al asunto en un
problema menor. En resumidas cuentas, en su negocio ha practicado todo lo
contrario a lo que propone en sus mítines políticos, por lo que no hay que
preocuparse mucho.
Lo fundamental es que Trump resulta menos
embaucador que quienes lo acusan de serlo. Al menos lo es a las claras. A la
hora de los extremos, no lo es mucho más que el fracasado senador floridano
Marco Rubio o el superviviente senador Cruz. Y es también menos embaucador y
extremista que los lideres de ambas cámaras en el Congreso, en estos momentos
en manos republicanas, y que algunos legisladores de ese partido —lo más vocingleros.
Así que a la hora de hablar de propuestas
y planes —temas además que en muchas ocasiones esquivan entrar en detalles—,
los republicanos siguen aferrados a las viejas recetas y los conceptos caducos
de “distribución dinámica” y “trickle-down
economics”. Todos quieren reducir el déficit pero al mismo tiempo rebajarle
los impuestos a los poderosos y las corporaciones en cifras aún mayores que las
propuestas durante los gobiernos de Ronald Reagan y George W. Bush.
Pero el problema de los republicanos con
los votantes —incluso con los de su partido— es que estos están cansados de
esas políticas fracasadas, incluso aunque sus respuestas sean más emocionales
que razonadas y que continúen hechizados conque el problema son los inmigrantes
—indocumentados o no— contratados y no con quienes los contratan. Porque la
globalización no es una idea comunista, socialista o de las izquierdas.
Así que poco vale que el también fracaso
exgobernador de Florida, Jeb Bush, ahora le brinde su apoyo al senador Cruz,
como que antes se lo negara al senador Rubio. Porque los votos de Bush no
cuentan, siempre fueron muy pocos desde el momento en que los votantes se
dieron cuenta que era un disparate volver a la época de un Bush al frente al
gobierno.
Un gobierno populista siempre resulta
pésimo, no importa su color político, pero lo importante es analizar las causas
que llevan al populismo. Y en estos momentos el auge del populismo en Estados
Unidos obedece a causas reales.
Por eso en la actualidad va a resultar
muy difícil convencer a los votantes de elegir para que los represente a
alguien que solo le interesa beneficiar al famoso 1%. No es tarea imposible,
otras veces ha ocurrido, pero salvo que ocurra un factor externo, como un
atentado terrorista en suelo estadounidense, les va resultar lograrlo a esos líderes
republicanos que detestan a Trump y no tragan a Cruz, pero que en última
instancia quieren lo mismo: el gobierno para unos pocos elegido por muchos.