Ya es historia. El Air Force One llegó a Cuba
el domingo, y tras el avión presidencial tocar tierra, Obama mandó un tuit
desde su cuenta personal: “¿Qué bolá, Cuba? Apenas aterrizo, quiero encontrar y
escuchar de primera mano al pueblo cubano”, escribió.
El presidente estadounidense parece haber
encontrado un alivio en poder recurrir a la informalidad y el humor cubano en
una visita cuyo precedente ocurrió hace 88 años y su último detalle vinculante
unas pocas horas antes del aterrizaje, con la detención de unos 60 opositores,
entre ellos decenas de miembros de las Damas de Blanco.
Viajar con toda la familia, hasta la
suegra. Iniciar la estancia con un recorrido por la Habana Vieja, la Catedral,
la zona que siempre se muestra al que llega del exterior, y finalizarlo con la asistencia a un juego de
pelota. Dos actividades que definen el principio y el fin de un recorrido, pero
que no lo abarcan en su totalidad, porque lo fundamental está entre ellas.
Con esa mezcla de estadista y “turista en
jefe” —como lo ha caracterizado The New York
Times— el presidente estadounidense Barack Obama transitará en casi tres
días, dos noches y varios encuentros las aún complejas, contradictorias y por
momentos espinosas relaciones entre Washington y La Habana.
Una reunión con el gobernante Raúl Castro
—el centro de la visita— y una cena de Estado, pero también un discurso que se
vislumbra en algunos aspectos no agradará al mando en Cuba y un encuentro con
representantes de la sociedad civil y opositores que tampoco.
Obama se mueve en un terreno donde no se
permite la palabra de más y se reprocha la de menos. Si en su visita el
simbolismo tiene tanta importancia es no solo porque el Gobierno cubano juega
siempre con efectividad la carta de la imagen —no importa que en ocasiones lo
haga de manera burda y vulgar—, sino fundamentalmente porque el símbolo resume
y concreta la relación de EEUU con Cuba. Por lo demás, poca importancia tendría
una nación cuya economía actual no es muy superior a la de Guatemala o
República Dominicana y menor que la del Distrito de Columbia.
No es parte del discurso de Obama
recalcar como objetivo un cambio de régimen en Cuba. Tampoco lo es prometer que
de hoy para luego cesarán una serie de programas que buscan la democracia allá
—dejando ahora a un lado su eficacia—, ni decir que el embargo concluirá mañana
—no tiene esa opción— o será devuelto el terreno que ocupa la Base Aero Naval
de Guantánamo.
Así que recurrir al humor, tratar de caer
bien o ser simpático es un objetivo que Obama puede desarrollar, sin los
límites y peligros de otros más comprometedores. Además de que algún asesor le
debe haber dicho que nada es peor entre los cubanos que “caer pesao”.
En
clave de humor
La apuesta de Obama con Cuba está
adquiriendo ribetes muy serios, cuando se lanza a incluir el humor en ella.
Obama, indudablemente, quiere conquistar a los cubanos, y no solo a fuerza de
billete. A otros viajeros les ha ocurrido con anterioridad: la Isla puede
tornarse obsesión. Si la apuesta en la Plaza de la Revolución es sacar lo
máximo este año —que después ya veremos— y dejarlo hablar un poco porque luego
no va a estar, no deja de ser un juego comprometido más que comprometedor. Pero
no se ha llegado a este punto, todavía hay espacio para la clave de humor.
La participación del Presidente en un
video en el cual el popular personaje cubano Pánfilo —interpretado por el
humorista Luis Silva— llama por teléfono
a la Casa Blanca, y lo atiende
personalmente el propio Obama, apunta a brindar una imagen del mandatario
estadounidense lo más alejada posible de la “prepotencia imperial”. Una
diferencia absoluta con el lejano viaje del presidente Coolidge, que llegó a
Cuba en un acorazado.
Ambos polos buscan la propaganda, o
contrarrestarla, con el video. En un principio fue colocado en la página en
Facebook de la embajada de EEUU en Cuba y rápidamente fue subido al portal en
YouTube de la oficialista Cubadebate.
La cadena Telesur, que se ve en los televisores cubanos, también lo transmitió.
La jugada con Pánfilo es doblemente
efectiva. En primer lugar porque rompe ante los cubanos la tradicional pose del
Gobierno de La Habana —heredada en parte de los regímenes comunistas ya
desaparecidos— de la pompa y circunstancia frente al poder. El hieratismo de
las figuras del mando en Cuba siempre ha sido tan absurdo, en un Gobierno
supuestamente del pueblo y para el pueblo, como el considerar los jeans una prenda de vestir imperialista.
En este sentido, La Habana ha tratado de cambiar en algo esa imagen con el
vicepresidente Díaz-Canel, pero con resultados pobres al no percibirse aún como
una figura determinante.
El segundo aspecto tiene que ver con el
hecho de que el presidente de EEUU es negro y joven, lo que no define pero
ayuda a una identificación entre los cubanos. No por gusto Obama es más popular
en la Cuba de hoy que en el exilio de ayer de Miami.
Para los negros cubanos en particular, la
visita de Obama es también una muestra de todo lo que puede avanzar un miembro
de su raza en EEUU, en clara contradicción con lo inculcado por décadas en la
Isla. Si bien la excepcionalidad del talento político de Obama —y las
circunstancias muy específicas que lo llevaron a la presidencia— no significan
el fin del racismo en Estados Unidos, algo aún muy lejano, la comparación con
la situación cubana es pertinente.
Los cubanos negros se han beneficiado
menos que los blancos de las relaciones más cercanas con Washington.
Relativamente pocos cuentan con empleos codiciados y lucrativos en que presten
servicios a los visitantes extranjeros.
Las contrataciones discriminatorias
resultan particularmente indignantes en los elegantes restaurantes privados,
donde los cubanos pueden ganar más en una noche en propinas de los turistas que
el salario promedio mensual. Ahí, al igual que en muchos empleos en la
industria del hospedaje y el turismo de Cuba, meseros y camareros son en su
inmensa mayoría blancos o cubanos de piel clara y mestizos o de otra mezcla
racial, como señaló reciente una información de la Associated Press.
Imágenes
contrapuestas
Sin embargo, hay algo más importante. Si
uno se detiene por un minuto en la información sobre la reciente visita del
presidente venezolano Nicolás Maduro a Fidel Castro, observa las fotografías
del exgobernante en silla de ruedas y contrasta contenido y fotos con las que
circulan hoy sobre el viaje presidencial, no tiene que esforzarse mucho para determinar
de parte de quien está el tiempo; algo que va más allá de edad y padecimientos
de salud y tiene que ver con el ocaso de una época, que en el caso de Cuba ha
demorado excesivamente no en manifestarse sino en materializarse.
Además de que en el caso de Maduro tanto reconocimiento, protocolo y medalla suena a acta de defunción o entrega anunciada. Demasiado alarde ideológico por estos días en la Isla. Dime de que alardeas y te diré de lo que careces. Al parecer el país se entrega al capital estadounidense pese a los reniegos. Por lo demás, y como siempre, en Cuba es difícil determinar quién le está haciendo la cama a quién.
Además de que en el caso de Maduro tanto reconocimiento, protocolo y medalla suena a acta de defunción o entrega anunciada. Demasiado alarde ideológico por estos días en la Isla. Dime de que alardeas y te diré de lo que careces. Al parecer el país se entrega al capital estadounidense pese a los reniegos. Por lo demás, y como siempre, en Cuba es difícil determinar quién le está haciendo la cama a quién.