Sin conocerse los detalles en la práctica
de la tan mencionada “conceptualización” del modelo cubano, que el VII Congreso
del Partido Comunista de Cuba (PCC) intenta dilucidar, hay un aspecto
fundamental que por lo que se conoce de las discusiones en el evento, y el
discurso inaugural de Raúl Castro, lleva a un callejón sin salida en la forma
en que se plantea. Es el que tiene que ver con la acumulación de riqueza y la
pequeña y mediana propiedad privada.
Castro mencionó en su discurso que había
que hablar claro y mencionar por su nombre a la pequeña y mediana empresa
privada, y que estas formas de producción no eran ni contrarrevolucionarias ni
antisocialistas.
“Las cooperativas, el trabajo por cuenta
propia y la mediana y pequeña empresa privada no son, por su esencia,
antisocialistas ni contrarrevolucionarias”, afirmó Castro.
Formulado en esos términos, el
planteamiento es un paso de avance. No solo descarta todo lo realizado —o
mejor, destruido— durante la llamada “ofensiva revolucionaria”, algo que por
otra parte se lleva a cabo desde hace algún tiempo, sino que enmienda un
principio básico de la interpretación marxista bajo el enfoque soviético, que
consideraba a la pequeña propiedad generaba la mediana empresa, y que esta a su
vez se desarrollaba en gran empresa hasta llegar al monopolio.
De acuerdo al marxismo tradicional, la
propiedad privada crea las diferencias de clase, más allá de cualquier
cuantificación de esta. Los propietarios de negocios reducidos desarrollan lo
que se conoce como pequeña burguesía, que por su naturaleza aspira a
convertirse en burguesía a secas y gran burguesía.
Castro quiere fijar límites para que ello
no ocurra, tanto para evitar una marcada diferencia de clases como las
desigualdades que ello implica. Más allá de ese planteamiento hay por supuesto
una razón mayor, y es la pérdida de control social y económico que implica la
existencia de un grupo social con suficiente poder monetario como para
intervenir —o al menos participar de forma determinante— en la sociedad.
Por supuesto que la forma más fácil —y
mecánica— de llevar a cabo este objetivo es imponer un control fiscal que
impida o desaliente la acumulación de riqueza. La existencia de dichos
controles no es, de por sí, un elemento negativo y tampoco propio de los
fracasados gobiernos comunistas. Con diferencias de matices existe en las
sociedades democráticas. Pero en el caso cubano, sin la existencia de un Estado
de derecho y una separación de poderes, dichos controlen amenazan con
convertirse en fuente de expolio de controladores, burócratas y funcionarios de
todo tipo, así como en motor impulsor para el establecimiento de trabas de todo
tipo, necesarias e inútiles.
Castro alertó sobre las pretensiones de
“poderosas fuerzas externas” que apuestan al “empoderamiento” de las formas no
estatales de gestión en Cuba ,con el fin de “generar agentes de cambio” para
acabar con la revolución y el socialismo. A su vez, el canciller Bruno
Rodríguez afirmó que en la reciente visita del presidente estadounidense Barack
Obama a Cuba se trató de “encandilar al sector no estatal de la economía, como
si el presidente de EEUU fuera, no el defensor de las grandes corporaciones,
sino de los que venden perros calientes, de los pequeños negocios en ese país”.
El VII Congreso del PCC, por lo tanto,
modificará uno de los “lineamientos”, en lo que se refiere a las formas de
gestión no estatal, cuya actual redacción indica: “no se permitirá la
concentración de la propiedad en personas jurídicas o naturales”. Según lo
adelantado por Castro, al texto se añadirá que tampoco se permitirá la
concentración “de la riqueza”.
“La empresa privada actuará en límites
bien definidos y constituirá un elemento complementario del entramado económico
del país”, señala el Informe Central del VII Congreso del PCC.
Complemento, no eje principal. La
categoría de producción privada limitada al simple “timbiriche” o algo más.
La
“actualización” cubana declara entonces, como rasgo fundamental, un
rechazo no solo al “enriquecerse es glorioso”, la frase atribuida a Deng
Xiaoping, sino a otra que sí se sabe que el dirigente pronunció durante un
encuentro del secretariado del Partido Comunista Chino: “No importa que el gato
sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.
En Cuba, los gatos “rojos” o
“extranjeros” son los que cuentan. Para cazar ratones está el Estado, y no hace
falta que venga flautista alguno, a menos que cuente con el beneplácito de La
Habana, cobre su dinero y deje a los niños tranquilos, sin inculcarles ideas de
un futuro mejor.
La negativa al enriquecimiento de los
cubanos no únicamente implica un factor discriminador, al permitirle a los
inversionistas extranjeros ese beneficio que se niega a los nacionales, sino
que a la larga resultará nocivo para el país.
Desde el comienzo del proceso para tratar
de sacar a la nación del agujero creado durante la época conocida como “Período
Especial” —que aún subsiste—, la estrategia fue permitir cierta participación
reducida del productor privado cubano, bajo la denominación general de
“cuentapropista”. Esta esfera ha ido ampliándose y en la actualidad se han
añadido diversas posibilidades de cooperativas. La estrategia, al mismo tiempo,
ha tenido dos víctimas fundamentales: el propio cuentapropista y el pequeño
empresario extranjero.
La estrecha colaboración con el Gobierno
venezolano fue un factor clave en lograr ese objetivo. Con la crisis económica
en el país sudamericano, se intenta buscar en el inversionista extranjero —tanto europeo como estadounidense—
un sustituto adecuado para llevar a cabo igual plan.
Sin embargo, es precisamente aquí donde
radica el talón de Aquiles de la estrategia gubernamental, ya que por una parte
no permite una disminución de aparato burocrático —una de las metas formuladas
e incluso anticipada en cierta forma por el propio Fidel Castro— y por la otra
se pierde un incentivo necesario para el desarrollo económico. Al verse
amenazado ante la posibilidad de acumular riqueza, el cuentapropista no lleva a
cabo la necesaria “acumulación original”, enunciada por el marxismo, sino
dedica su dinero a mantener, dentro de
lo permitido, una “vida de lujo” y si es posible a sacarlo al extranjero.
El incremento del tráfico de dinero entre
Cuba y Miami y la aparición de “nuevos ricos” en la Isla son dos indicadores de
este proceso.
En la práctica cada vez más se
desarrollan dos modelos de supervivencia en competencia dentro de Cuba. El
fenómeno no es nuevo, y por él pasaron diversos gobiernos comunistas antes de
su desaparición.
Las economías socialistas prereformistas
combinan la propiedad estatal con la coordinación burocrática, mientras las
economías capitalistas clásicas mezclan la propiedad privada con una
coordinación de mercado.
Uno de los aspectos negativos de la
presencia de ambos sistemas en una misma nación es el aumento del desperdicio
de recursos. Mientras que un sector privado vive constantemente amenazado en un
sistema socialista, al mismo tiempo se beneficia de un aumento relativo de
ingresos, al poder fácilmente satisfacer necesidades que sector estatal no
cubre. Pero esos artesanos o propietarios de restaurantes se ven amenazados
ante el “peligro” de acumular riqueza y darles un uso productivo, debido a que
la existencia prolongada de su empresa es bastante incierta y la vigilancia y
espolio se incrementa a medida que son más exitosos. Así que la mayoría emplea
sus ingresos en un mejoramiento de su nivel de vida mediante un consumo
exagerado.
Esta actitud y conducta no difiere de la
del burócrata, que sabe que sus privilegios y acceso a bienes y servicios
escasos dependen de su cargo.
Si bien la propiedad estatal y privada
pueden coexistir dentro de la misma sociedad, en el ambiente político, social e
ideológico de los países de socialismo reformista se trata de una simbiosis
incómoda, plagada de aspectos imprácticos y hasta potencialmente dañinos para
el futuro y la vida del empresario que se destaque demasiado en su labor.
Es por ello que tanto el limitado sector
privado como el amplio sector de economía estatal están en manos de personas
que conspiran contra esa eficiencia por razones de supervivencia. La fragilidad
de un socialismo de mercado es que su sector privado, si bien en parte está
regulado por el mercado, en igual o mayor medida obedece a un control
burocrático.
Por su parte, ese control burocrático
lleva a cabo muchas de sus decisiones a partir de factores extraeconómicos:
políticos y supuestamente ideológicos; en especial en el caso de Cuba, donde la
ideología ha abandonado el canon para caer en la incertidumbre.
Una solución parcial a este dilema sería
aumentar el papel del mercado y concederle mayor espacio a las actividades
productivas privadas, de forma legal y dejando la vía abierta a la competencia
y la iniciativa individual, sin una carga impositiva exagerada y sin el peligro
de la arbitrariedad y el soborno. Solo que entonces, el éxito en el mercado
tendría un valor superior a la burocracia y en última instancia
conspiraría —aunque no de forma
declarada— contra el poder político. Nada hasta el momento indica que ello vaya
a ocurrir en fecha cercana, todo lo contrario según se deduce hasta el momento
del desarrollo del encuentro partidista.
Uno de los espías cubanos miembros de la
Red Avispa, René González, comparó a Obama con el “flautista de Hamelín”,
durante una de las discusiones del Congreso.
“Aquí estuvo el ‘flautista de Hamelín’
hace 15 días y vino a tocarle a nuestros hijos, para llevarse sus corazones.
Tocó muy bien la flauta, porque tiene especialistas que le dicen cómo tocarla”,
dijo González.
Quizá el agente y quienes lo escuchaban no supieron —o no se atrevieron— a captar el profundo alcance “contrarrevolucionario” de la frase y la comparación. Porque el flautista no llegó al pueblo por gusto, sino por la presencia, molesta y dañina, de los ratones.
Quizá el agente y quienes lo escuchaban no supieron —o no se atrevieron— a captar el profundo alcance “contrarrevolucionario” de la frase y la comparación. Porque el flautista no llegó al pueblo por gusto, sino por la presencia, molesta y dañina, de los ratones.