De los espías que trabajaron para la
Unión Soviética, el matrimonio Cohen es un ejemplo donde la rutina de la labor
sustituyó cualquier elemento heroico y el glamur siempre está ausente. Más allá
del peligro rutinario de una actividad clandestina, poco da pie a una trama excitante,
y apenas se puede decir más, salvo reconocer que actuaron por convicción hasta
el final de sus vidas. Especular demasiado es tan válido como señalar el dejo
de resignación siempre presente en un empleado de banco retirado.
Aunque la aventura estuvo siempre
presente en los Cohen, al igual que los diversos destinos y la eficacia con la
cual llevaron a cabo su trabajo. Fueron premiados por ello en el país al que
sirvieron fielmente y que no fue su patria de nacimiento. Recibieron honores y
murieron tranquilos. Lo que llama la atención es que el teatro, el cine y la
literatura se han acercado a ellos de una forma casi tangencial, sin que hasta
ahora despierten la atención necesaria a una variante británica de Bridge of Spies, una trama que por
cierto no les es ajena.
Todo se resume en que los Cohen ejemplificaron
una época, pero en esa fidelidad al tiempo —en esa falta de lo novedoso—, quizá
radique que en la actualidad no se les recuerde. Una biografía recién editada
puede que cambie esta situación.
Rostros
del ayer
Morris Cohen nació el 2 de julio de 1910
en Nueva York, de padre ucraniano y madre lituana. La procedencia de sus padres,
de países que han cambiado nombres, fronteras y pertenencia a lo largo del
siglo pasado, y el origen judío, son dos factores que contribuyen a esa marca
de época.
Sin bien estudió en Columbia University,
tras graduarse en la Mississippi State University, no fue por méritos
académicos extraordinarios sino gracias a una beca obtenida por sus aptitudes
como jugador de fútbol americano.
Su participación en el Batallón Mackenzie-Papineau,
durante la guerra civil española en 1937, es el hecho que lo define. En los
archivos de la Brigada Abraham Lincoln aparece como periodista y soldado raso
durante la contienda, organizador y líder de sección, entrenado en la lucha
guerrillera y en comunicaciones.
España resultó mucho más que un ideal
libertario. Allí conoce al bielorruso Aleksandr Orlov, una figura legendaria
dentro del espionaje.
Orlov, que se dedicó a tareas mayores en
suelo español, como supervisar el envío de 510 toneladas de oro para las arcas
de Stalin, ser el protector de Ramón Mercader —que se convertiría en el asesino
de Trotsky— y dirigir un campo de entrenamiento de 3.000 guerrilleros y una
escuela de agentes de inteligencia, encontró tiempo para también convertir a
Cohen en espía.
Orlov sí ha encontrado su lugar en un
libro notable, que es más que su biografía: Deadly
illusions, de John Costello y Oleg Tsarev. No es para menos. Durante más de
una década logró eludir a Washington y Moscú y mantenerse en Estados Unidos. La
apostasía, y más si es hacia dos frentes opuestos, siempre paga para la
literatura.
Lo singular es que Orlov logró un acuerdo
casi inverosímil. Cuando recibió una comunicación de que regresara a la URSS, y
sospechó que iba a ser purgado, envió un mensaje al Kremlin: no revelaría
secretos si no se “molestaba a mi vieja madre”. La mencionada singularidad
radica en que ambas partes cumplieron con esa propuesta de acuerdo.
Cohen nunca se vio ante ese tipo de
situación extrema y siempre fue fiel. Al regresar a Estados Unidos en el vapor
Ausonia, el 20 de diciembre de 1938, tras ser herido en la contienda española,
ya se había convertido en un espía soviético.
Para ello contó con la ayuda de quien
sería por siempre su esposa. En 1941 se casó con Leontina Petra, activista del
Partido Comunista de EEUU, correo del físico Theodore Hall, que laboraba en el Manhattan
Project, y parte de un grupo de espionaje mucho más exitoso en el envío de
secretos atómicos a la URSS que el célebre matrimonio Rosenberg.
El papel fundamental de la pareja de
Morris y Lona, en el envío de información secreta sobre la bomba atómica, no
vino a ser confirmado hasta muchos años después, cuando un artículo aparecido
en 1991 en el semanario soviético Tiempos
Nuevos, y escrito por el coronel Vladimir Matveyevich Chikov —un alto oficial
de la entonces recién creada Oficina de Información Pública de la KGB—
reconoció el papel decisivo del espionaje en la fabricación de la primera bomba
atómica soviética.
Chikov fundamentó sus afirmaciones en la
información contenida en el “Expediente 13676”, al cual habían tenido acceso
solo seis personas en 50 años, y él era una de ellas.
Entre los documentos leídos por Chikov se
encontraba una declaración de Cohen, que admitía su labor de espía y en ningún
momento la consideraba un acto de traición, sino parte de su “lucha por la
verdad y justicia universal”.
Una
salida a tiempo
Los Cohen estuvieron trabajando en
conexión con el “coronel Rudolph Abel ” —el espía soviético detenido y luego
intercambiado que aparece en Bridge of
Spies—hasta 1950, cuando de forma secreta partieron para la URSS.
El mensaje que recibieron de la KGB, por
parte de un visitante inesperado fue simple y perentorio: “Dejen la luz
encendida y desaparezcan”.
Reaparecen en pocos años en Gran Bretaña,
luego de un tiempo en Nueva Zelanda, como supuestos ciudadanos canadienses.
Para 1954 están instalados en 45 Cranley Drive, en Ruislip, donde acumulan una
buena cantidad de materiales de espionaje, entre ellos equipos fotográficos,
libros de códigos, una antena y un equipo de trasmisiones. Usan como cobertura ser
los propietarios de una tienda de libros antiguos y utilizan los nombres de Peter
y Helen Kroger. Estaban en contacto con
el espía soviético Gordon Lonsdale.
El 7 de enero de 1961 son arrestados, por
formar parte de la red de espionaje soviética conocida como el Portland Spy Ring, que había penetrado
la Royal Navy. El registro a su vivienda y librería dura siete días. Son
condenados a 20 años de prisión.
Pero solo cumplen ocho años de cárcel. En
1967 la URSS admite que son espías a su servicio y en julio de 1969 son
intercambiados por el británico Gerald Brooke, condenado a cinco años de
prisión, cuatro de ellos en campos de trabajo forzado “por actividades
subversivas anti-soviéticas en el territorio de la Unión Soviética”.
Los Cohen regresan a Moscú y durante
décadas Morris se dedica a entrenar a los jóvenes futuros agentes en la
recolección de información. Muere el 28 de junio de 1995. Su mujer había
fallecido tres años antes.
En la URSS los Cohen fueron galardonados
con la Orden de la Bandera Roja y la Orden de la Amistad de Naciones. Los dos
aparecen, individualmente, en diversos sellos postales soviéticos. Luego de la
disolución de la URSS, recibieron el título de Héroes de la Federación Rusa por
parte del presidente Boris Yeltsin. Ambos disfrutaron de pensiones de la KGB
hasta su último día.
Teatro,
Cine y Literatura
Se acaba de editar un libro que relata la
trayectoria de los Cohen como espías. Operation
Whisper: The Capture of Soviet Spies Morris and Lona Cohen, de Barnes Carr.
Décadas transcurridas, no solo de sus actividades más notables en el campo de
espionaje sino de su muerte, por fin tienen la biografía que desde hace mucho
tiempo atrás merecen. Es posible que la obra despierte finalmente el interés en
esta pareja, al mismo tiempo ordinaria y excepcional. Pero por igual tiempo el
tema no ha despertado la atención en el terreno de la ficción.
Lo que ha llamado la atención al teatro y
al cine no han sido específicamente los detalles de la vida de la pareja de
agentes, sino una situación singular que esta provocó.
En 1983 el autor británico Hugh Whitemore
escribió Pack of Lies, que se
representó en el circuito teatral londinense del West End, con actuaciones de
Judi Dench y Michael Williams. La obra estuvo en Broadway durante tres meses y
medio, en 1985, y por ella Rosemary Harris ganó el Tony a mejor actriz por su
papel como la vecina de los Kroger (Cohen). En 1987 se realizó una versión
cinematográfica para la televisión, con Ellen Burstyn, Alan Bates, Teri Garr y
Daniel Benzali (como "Peter Schaefer (Peter Kroger/Morris Cohen).
Sin embargo, la trama no se centra en el
matrimonio de espías sino en los vecinos y amigos de la pareja, cuya vivienda
es utilizada por los servicios de contrainteligencia británica para vigilarlos,
y como esa doble existencia (no de los espías sino de los vecinos y supuestos
amigos) altera y gradualmente destruye la vida de estos durante ese tiempo en
que se mezclan la paranoia, la sospechas y los sentimientos de traición.
Hay otro libro donde también aparecen los Cohen,
pero no son protagonistas.
En su papel de supuestos vendedores de
libros antiguos son mencionados por la escritora estadounidense Helene Hanff, como
amigos del también librero Frank Doel, el personaje que recibía las cartas y
los pedidos de títulos de literatura inglesa difícil de adquirir en Estados
Unidos, que es uno de los dos protagonistas de la novela 84 Charing Cross Road (la propia autora es el otro), adaptada
posteriormente al teatro y llevada al cine en una excelente película, con Anne
Bancroft y Anthony Hopkins en los papeles principales.
Según el conocido autor de bestsellers, Eric Frattini, la librería
de los Cohen estaba especializada en obras de sadomasoquismo y tortura. A
Frattini siempre hay que leerlo con mucho de entretenimiento y más de una pizca
de incredulidad. Difícil adoptar como cobertura un tema que para algunos puede
despertar desconfianza, y más en aquella época.
De ser cierta la afirmación de Frattini,
e incluso como ficción, sería un buen ángulo literario o cinematográfico: el
otro lado oscuro de un matrimonio de apariencia sencilla, pero que buena parte
de su vida vivió en la sombra, aferrado a un ideal que era —fundamentalmente y
desde cualquier ángulo ético y no ideológico— también una traición.