domingo, 22 de mayo de 2016

El mensaje de (los) Castro a Maduro


La presidencia de Nicolás Maduro en Venezuela se sustenta apenas sobre tres pilares: represión, escasez y corrupción.
Si el presidente Maduro diera muestras de un mínimo de cordura, el peligro de un estallido social disminuiría. De lo contrario, lo único que hace es alimentarlo a diario.
Para Maduro cualquier apariencia con visos de legalidad o democracia está agotada. Teme realizar un referendo revocatorio que sabe perdería. Se aferra a retornar a un pasado que otros momentos y otros países resultó en un rotundo fracaso —intervenciones, nacionalizaciones de empresas— como única salida de futuro. Y en medio de tales muestras de insensatez, el presidente de Bolivia, Evo Morales, visitó brevemente a Maduro el sábado 21. Cabe especular que no fue un encuentro limitado a reiterarle su respaldo ante la crisis política en el país petrolero. Morales venía de La Habana, donde celebró encuentros tanto con el gobernante Raúl Castro como con Fidel.
Es lógico especular que ambas reuniones no se limitaron a la entrega de condecoraciones (Raúl) o la añoranza de tiempos pasados, con referencias al fallecido Hugo Chávez y la ahora procesada expresidencia Cristina argentina Cristina Fernández de Kirchner (Fidel).
“Fidel y Evo rememoraron momentos trascendentales del proceso de integración progresiva de nuestros pueblos y el papel que desempeñaron , particularmente, Hugo Chávez y Cristina Fernández de Kirchner; dialogaron sobre los vínculos de hermandad y colaboración crecientes entre nuestros dos países; intercambiaron acerca de los acontecimientos que tienen lugar en América Latina, los esfuerzos imperialistas por revertir el movimiento político y social en nuestra región americana, mientras advertían los gravísimos peligros que se ciernen sobre la existencia humana”, de acuerdo a la información publicada en Granma.
Sin embargo, más allá de la breve retórica, usual y gastada, en la prensa oficial cubana, no hay muestras explícitas, al menos hasta hoy domingo, de que el Gobierno cubano busque alentar una escalada en la actual confrontación venezolana.
Claro que una cosa son las declaraciones y otras los posibles mensajes internos, pero cabe dudar un mayor involucramiento directo, por parte de Cuba, en la situación venezolana. Y es que las opciones son muy limitadas, tanto para el Gobierno de Caracas como para el de La Habana.
El presidente Maduro ha recurrido a los ejercicios militares como lo que considera cortina de humo perfecta —más bien única— para campear la situación. Prácticas en siete estados, que incluyeron el desempeño en el terreno de unidades de defensa antiaérea, acciones ante el desembarco de tropas enemigas y ataques a instalaciones del sistema eléctrico, fueron difundidas en una transmisión obligatoria de radio y televisión. Más de medio millón de participantes, entre tropas militares, milicias civiles y estudiantes, en juegos de guerra con los que el Gobierno de Maduro pretende prepararse para afrontar escenarios como una supuesta invasión extrajera o un golpe de Estado. El mandatario rodeado de uniformados, con las armas apuntando al cielo, y advirtiendo que “los fusiles están donde tienen que estar, que nadie se meta con Venezuela”.
El recurso de la amenaza de una supuesta invasión sirvió durante décadas al régimen cubano para desviar la atención de los graves problemas nacionales, económicos y de otro tipo. Aún es un recurso en reserva, por su eficacia demostrada. Pero en Cuba nunca fue utilizado de forma aislada. Una represión con características diversas, desde la profilaxis hasta la acción puntual, decisiva y rápida, siempre la ha acompañado.
Y es en este punto donde el gobierno de Maduro ha carecido de igual efectividad. La línea divisoria para la represión en Venezuela continúa siendo el impedir las muertes entre la población civil, al menos lograr que no se alcancen cifras alarmantes. Las fuerzas armadas en Cuba nunca se han visto involucradas en tareas de este tipo. Existen órganos represivos para llevar a cabo esa labor siempre se evitan los posibles excesos, lo que no niega la existencia de un sistema de terror imperante sino ejemplifica su efectividad. Cuba debe estar diciéndole a Maduro que jugar a la guerra resulta provechoso mientras al mismo tiempo se evita desencadenarla.
Por lo demás, la mediación internacional siempre es secundaria mientras no se llegue a situaciones extremas. La OEA no es factor preocupante, también le debe estar diciendo La Habana a Maduro —“con OEA o sin OEA ganaremos la pelea, es un viejo lema en la isla— mientras los militares continúen de su parte o al menos lo admitan.
El problema con Maduro es que no es Castro —ninguno de los dos hermanos— y Venezuela no ha sido convertida en otra Cuba, pese a los esfuerzos en este sentido. La Plaza de la Revolución sigue preocupada por la situación venezolana —pese al empeño en atraer inversión extranjera el apoyo de Caracas continúa siendo virtual para su economía—, pero al mismo tiempo sabe que de momento Maduro es al mismo tiempo peón y rey en su tablero de supervivencia. A estas alturas, poco puede hacer el Gobierno cubano en asistencia a la represión sin involucrase de forma más directa en el conflicto, algo que echaría por tierra el proceso de mejoramiento de relaciones con Washington. No es cuestión de lo que opine Raúl o lo que diga Fidel. Ambos actúan al unísono en los asuntos graves y el segundo, en plena capacidad de poder, optó por retroceder en otros lugares cuando consideró que la retirada era la única alternativa. Todo depende de hasta donde conseguirá el mandatario venezolano controlar el caos. Maduro parece haber descartado cualquier salida democrática —a veces da la impresión de estar propiciando el temido “golpe de Estado”— y se muestra inclinado a jugar a la guerra. El juego para el que está menos preparado. Más allá de la retórica del apoyo político, Evo Morales puede haberle llevado a Maduro un mensaje de advertencia. 

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