La presidencia de Nicolás Maduro en
Venezuela se sustenta apenas sobre tres pilares: represión, escasez y
corrupción.
Si el presidente Maduro diera muestras de
un mínimo de cordura, el peligro de un estallido social disminuiría. De lo
contrario, lo único que hace es alimentarlo a diario.
Para Maduro cualquier apariencia con
visos de legalidad o democracia está agotada. Teme realizar un referendo
revocatorio que sabe perdería. Se aferra a retornar a un pasado que otros
momentos y otros países resultó en un rotundo fracaso —intervenciones,
nacionalizaciones de empresas— como única salida de futuro. Y en medio de tales
muestras de insensatez, el presidente de Bolivia, Evo Morales, visitó
brevemente a Maduro el sábado 21. Cabe especular que no fue un encuentro
limitado a reiterarle su respaldo ante la crisis política en el país petrolero.
Morales venía de La Habana, donde celebró encuentros tanto con el gobernante
Raúl Castro como con Fidel.
Es lógico especular que ambas reuniones
no se limitaron a la entrega de condecoraciones (Raúl) o la añoranza de tiempos
pasados, con referencias al fallecido Hugo Chávez y la ahora procesada
expresidencia Cristina argentina Cristina Fernández de Kirchner (Fidel).
“Fidel y Evo rememoraron momentos
trascendentales del proceso de integración progresiva de nuestros pueblos y el
papel que desempeñaron , particularmente, Hugo Chávez y Cristina Fernández de Kirchner;
dialogaron sobre los vínculos de hermandad y colaboración crecientes entre
nuestros dos países; intercambiaron acerca de los acontecimientos que tienen
lugar en América Latina, los esfuerzos imperialistas por revertir el movimiento
político y social en nuestra región americana, mientras advertían los
gravísimos peligros que se ciernen sobre la existencia humana”, de acuerdo a la
información publicada en Granma.
Sin embargo, más allá de la breve
retórica, usual y gastada, en la prensa oficial cubana, no hay muestras
explícitas, al menos hasta hoy domingo, de que el Gobierno cubano busque
alentar una escalada en la actual confrontación venezolana.
Claro que una cosa son las declaraciones
y otras los posibles mensajes internos, pero cabe dudar un mayor
involucramiento directo, por parte de Cuba, en la situación venezolana. Y es
que las opciones son muy limitadas, tanto para el Gobierno de Caracas como para
el de La Habana.
El presidente Maduro ha recurrido a los
ejercicios militares como lo que considera cortina de humo perfecta —más bien
única— para campear la situación. Prácticas en siete estados, que incluyeron el
desempeño en el terreno de unidades de defensa antiaérea, acciones ante el
desembarco de tropas enemigas y ataques a instalaciones del sistema eléctrico,
fueron difundidas en una transmisión obligatoria de radio y televisión. Más de
medio millón de participantes, entre tropas militares, milicias civiles y
estudiantes, en juegos de guerra con los que el Gobierno de Maduro pretende
prepararse para afrontar escenarios como una supuesta invasión extrajera o un
golpe de Estado. El mandatario rodeado de uniformados, con las armas apuntando
al cielo, y advirtiendo que “los fusiles están donde tienen que estar, que
nadie se meta con Venezuela”.
El recurso de la amenaza de una supuesta
invasión sirvió durante décadas al régimen cubano para desviar la atención de
los graves problemas nacionales, económicos y de otro tipo. Aún es un recurso
en reserva, por su eficacia demostrada. Pero en Cuba nunca fue utilizado de
forma aislada. Una represión con características diversas, desde la profilaxis
hasta la acción puntual, decisiva y rápida, siempre la ha acompañado.
Y es en este punto donde el gobierno de
Maduro ha carecido de igual efectividad. La línea divisoria para la represión
en Venezuela continúa siendo el impedir las muertes entre la población civil,
al menos lograr que no se alcancen cifras alarmantes. Las fuerzas armadas en
Cuba nunca se han visto involucradas en tareas de este tipo. Existen órganos
represivos para llevar a cabo esa labor siempre se evitan los posibles excesos,
lo que no niega la existencia de un sistema de terror imperante sino
ejemplifica su efectividad. Cuba debe estar diciéndole a Maduro que jugar a la
guerra resulta provechoso mientras al mismo tiempo se evita desencadenarla.
Por lo demás, la mediación internacional
siempre es secundaria mientras no se llegue a situaciones extremas. La OEA no
es factor preocupante, también le debe estar diciendo La Habana a Maduro —“con
OEA o sin OEA ganaremos la pelea, es un viejo lema en la isla— mientras los
militares continúen de su parte o al menos lo admitan.
El problema con Maduro es que no es
Castro —ninguno de los dos hermanos— y Venezuela no ha sido convertida en otra
Cuba, pese a los esfuerzos en este sentido. La Plaza de la Revolución sigue
preocupada por la situación venezolana —pese al empeño en atraer inversión
extranjera el apoyo de Caracas continúa siendo virtual para su economía—, pero
al mismo tiempo sabe que de momento Maduro es al mismo tiempo peón y rey en su
tablero de supervivencia. A estas alturas, poco puede hacer el Gobierno cubano
en asistencia a la represión sin involucrase de forma más directa en el
conflicto, algo que echaría por tierra el proceso de mejoramiento de relaciones
con Washington. No es cuestión de lo que opine Raúl o lo que diga Fidel. Ambos
actúan al unísono en los asuntos graves y el segundo, en plena capacidad de poder,
optó por retroceder en otros lugares cuando consideró que la retirada era la
única alternativa. Todo depende de hasta donde conseguirá el mandatario
venezolano controlar el caos. Maduro parece haber descartado cualquier salida
democrática —a veces da la impresión de estar propiciando el temido “golpe de
Estado”— y se muestra inclinado a jugar a la guerra. El juego para el que está
menos preparado. Más allá de la retórica del apoyo político, Evo Morales puede
haberle llevado a Maduro un mensaje de advertencia.