Desde hace años la prensa mundial, en
especial los periódicos, enfrenta una crisis interminable, que ha llevado al
cierre de diarios, la transformación del medio y la pérdida de circulación y
anunciantes y por supuesto una disminución de ganancias sin precedentes. Esto,
por supuesto, no es noticia.
Para enfrentar el problema, todos los
órganos y cadenas —mayores y menores— han adoptado diferentes tácticas, con
mayor o menor éxito. Entre estos recursos siempre ha estado la tentación de la complacencia,
y ninguno —incluso The New York Times, la
cabecera más prestigiosa del país— se ha visto libre de recurrir a ella. Adaptar informaciones, artículos de opinión,
destacar hechos menores y celebrar tonterías se ha vuelto una especie de pan
diario a la hora de conservar y atraer un publico, convertido de lector en
simple consumidor.
Solo que hay límites, fronteras que no se
deben traspasar, porque entonces el periódico incumple la función fundamental
que lo definió durante la mayor parte del pasado siglo y que en Estados Unidos
lo convirtió en referencia mundial.
Un texto aparecido en El Nuevo Herald el día 30 de este mes
—llamarlo artículo o columna es una ofensa a ese lector y a ese medio en
peligro de extinción— es un buen ejemplo de ese traspaso de límites, para
desembocar en una caída libre que arrastra en descenso el prestigio de la
publicación.
Se trata de Madame Chanchullo, el Comunistón y el Capitán América, y lleva la
firma de Anólan Ponce.
Desde el título se anuncia el lenguaje
barriotero, pero no se trata de un problema de estilo. No hay que tener mucha
imaginación o inteligencia para saber en Miami que la “Madame Chanchullo” es la
aspirante a la nominación demócrata, la exsecretaria de Estado Hillary Clinton;
el “Comunistón” es el senador Bernie Sanders, también aspirante a la nominación
demócrata; y “Capitán América” el magnate Donald Trump, con la nominación
presidencial republicana casi asegurada.
A partir de ese título se desprende hacia
donde se dirigen las preferencias de quien escribe, pero ese no es el problema.
Todo el mundo tiene derecho a una opinión propia, lo que nadie tiene derecho es
a presentar “hechos propios” como si fueran verdades. Porque entonces se deja a
un lado el camino del periodismo —ya sea de opinión o de otro tipo— para entrar
en el terreno de la difamación.
Y lo que escribe Ponce es pura
difamación.
El primer problema es con los epítetos
—más bien “nombretes”, para hablar en cubano— utilizados.
Años atrás, durante otra campaña
presidencial, en esa ocasión entre el presidente titular republicano George W.
Bush, que buscaba y ganó la reelección, y el contendiente demócrata, el
entonces senador y hoy secretario de Estado John Kerry, un columnista ya
fallecido de ese mismo periódico se refirió a la esposa de Kerry como “Madame
Ketchup”. No se trataba de una referencia inventada por quien escribía sino de
una expresión común entre algunos comentaristas radiales y sitios en internet
con una virulenta agenda anti demócrata.
Sin embargo, a los efectos de un
periódico serio se consideró que su uso no solo era ofensivo sino poco serio.
Una figura existente en la época en las
publicaciones de mayor renombre de Estados Unidos y Europa, especie de
“representante, defensor o portavoz del lector” dedicó un artículo —publicado en
El Nuevo Herald, ya que quien cumplía
esa función era un periodista pagado por la empresa, pero no sometido a la
empresa— a explicar lo inadecuado del término.
No ocurrirá igual ahora. Entre las tantas
cosas buenas que han ido desapareciendo con los recortes de gastos en la prensa
escrita está la pérdida de ese “defensor del lector”.
Lo que no debería desaparecer es el buen
juicio que evitara la publicación de textos que recurrieran a tales trucos
baratos, no como un acto de censura sino como una definición de medios: en la
actualidad sobran los sitios, portales, blogs y programas radiales y
televisivos donde tales expresiones encuentran su nicho más adecuado.
Como por la frecuencia en que aparecen
mis columnas en El Nuevo Herald —y el
largo otorgado a las mismas—, tendría que esperar casi dos semanas para
expresar mis criterios sobre Madame
Chanchullo, el Comunistón y el Capitán América, he decidido darlos a
conocer aquí.
En primer lugar, Ponce señala que el
senador Sanders es “un social demócrata, entiéndase, un ‘comunistón’ que quiere
desmantelar los bancos entre otras cosas y, en simples términos, despojarnos
del 90% de nuestras entradas para financiar su utópica agenda socialista”.
Deduzco que por el término “comunistón”
quiere decir que Sanders es un político con ideas comunistas. Falso.
Evidentemente para quien eso escribe comunistas, socialistas y socialdemócratas
son la misma cosa. Historia y política demuestran lo contrario: quienes pertenecen
a las diversas organizaciones surgidas bajo tales nominaciones son por lo
general enemigos jurados, a veces a muerte (en el sentido real, no metafórico).
Aunque quizá el error de quien escribe
así obedece a simple ignorancia.
No hay propuesta de Sanders donde se
plantee o se llegue a insinuar el “desmantelar los bancos”. Escribir así es
caer en la mentira, bajo la impunidad con que puede hacerse en esta ciudad: lo
mismo que en Cuba, aunque en dirección contraria: al final todo se reduce a un
problema de vías.
No sé de dónde ha salido eso de
“despojarnos del 90% de nuestras entradas”. Aquí la mentira raya en locura,
pero con el mismo desparpajo.
En el caso de Clinton, el texto señala:
“Sobre ella existe una investigación criminal del FBI por el uso irresponsable
de un servidor privado cuando fue secretaria de Estado”.
Llegado a este punto, el texto no se
limita a mentir, sino cae de lleno en la difamación más burda.
Clinton:
la investigación
La realidad es la siguiente:
Hay una “investigación de la policía
federal sobre el uso de Clinton de una cuenta privada de correo electrónico, en
vez de una oficial, cuando era secretaria de Estado, y estaría en sus etapas
finales, según las autoridades”, de acuerdo a una información publicada en ese
mismo diario, el 6 de mayo.
“La investigación intenta establecer si
Clinton manejó información clasificada a través de su servidor privado”, de
acuerdo a la misma noticia aparecida en el Herald.
“El FBI no ha encontrado pruebas que
demuestren que Clinton violó la ley deliberadamente”, también según lo
publicado en el Herald.
“El FBI abrió una investigación criminal
tras la denuncia del Partido Republicano de que el uso de un sistema no seguro
para la correspondencia oficial ponía en peligro la seguridad nacional”, se
añade en la noticia del Herald, de
fecha tan reciente —repito— como el 6 de mayo.
Lo que ha sido filtrado a la prensa en
estos días es un informe interno del Departamento de Estado sobre la forma como
la exsecretaria de Estado manejó sus correos electrónicos, pero ello no es una investigación
criminal. En el informe se especifica que los inspectores federales no están
sugiriendo que alguien relacionado con el asunto de los emails cometiera delito
alguno.
Si acaso Clinton puede ser “acusada” de
algo, hasta el momento, es de violación de los procedimientos de seguridad del
Gobierno federal, en lo que concierne al uso exclusivo de los servidores
gubernamentales y la salvaguarda de todo correo electrónico, así como de haber
guardado material delicado en su servidor personal, que no dispuso de los
niveles de confidencialidad mínimamente aceptables por los servicios de
seguridad. Nada de esto es un comportamiento criminal.
La exsecretaria de Estado ha negado que
en momento alguno esos documentos entonces estaban clasificados como de “máxima
seguridad”, aunque alguno pudiera estarlo ahora, porque los estándares al
respecto cambian constantemente.
Quizá sí hubo una violación
administrativa de las reglas internas y una profunda negligencia, porque su
servidor personal siempre estuvo expuesto a cualquier tipo de ataque exterior,
algo que parece no haber sucedido.
Por supuesto que todo ello afecta su
imagen, pero nada de ello indica ella es el “objetivo” de la investigación del
FBI.
Clinton es un sujeto de la investigación,
pero si ella reúne los criterios de ser considerada oficialmente un “objetivo”
de la investigación es al menos desconocido. Es lo más que puede decirse en la
actualidad-
El término “objetivo” se reserva para
aquellas personas sobre las cuales existen pruebas sustanciales que la vinculan
a un delito.
La exsecretaria de Estado dijo en marzo
que los investigadores no le habían dicho que ella o cualquier miembro de su
equipo eran “objetivos” de la investigación.
Si las personas preguntan por su estatus
en una investigación, es una práctica del Departamento de Justicia decirles si
son o no objetivos de la investigación.
Es decir, que no se puede hablar aún de
que la exsecretaria de Estado está siendo investigada, en el sentido legal del
término. Lo que están siendo investigados son sus correos electrónicos y el
manejo de los mismos. Y todo ello a consecuencia de una solicitud de
legisladores republicanos.
Realidad
y tergiversación
Así que lo que Ponce da por un hecho no
es cierto. Estamos ante un caso que se alteran los hechos para hacerlos
coincidir con una opinión. Si quien escribe señala que la exsecretaria de
Estado debería ser investigada, tiene todo su derecho a expresarlo. Darlo por
hecho es difamar.
La autora también considera que sobre Clinton
“pesa la sangre de 4 norteamericanos muertos en el ataque terrorista al
consulado en Bengasi, el cual se prestó a encubrir para proteger la reelección
de Barack Obama”.
Aquí de nuevo entramos en el terreno de
la fantasía —no como género literario sino como uso difamatorio—, porque por
encima de las 11 horas de testimonio ante el Congreso, que no lograron
demostrar nada impropio en su conducta, Ponce señala que las palabras más asociadas con ella a nivel nacional son
“mentirosa”, “deshonesta”, “poco confiable” y “criminal”.
Asistimos a un caso de verdadera
intoxicación de la cadena Fox News en todo el país, la emisora radial La
Poderosa en Miami, y comentaristas radiales iracundos de todo tipo, entre los
cuales, quien escribe el texto busca destacarse, al menos a nivel local.
El
uranio y la bomba
Tampoco la Fundación Clinton podía quedar
fuera de la andana: “entidad aparentemente utilizada para facilitar el soborno
de la Sra. Clinton cuando manejaba el Departamento de Estado a cambio de
favores políticos. Gracias a ello, los rusos hoy son dueños de 1/5 de toda la
producción estadounidense de uranio, materia prima para la producción de bombas
atómicas”.
De nuevo aquí se tergiversan los hechos,
para reducirlos a una simpleza donde de nuevo brota la difamación.
Del complejo acuerdo que involucra a
empresarios mineros canadienses, que hicieron donaciones a la Fundación Clinton
al tiempo que vendían su compañía de extracción de uranio a una empresa estatal
rusa de energía nuclear, en el escrito del Herald
se deduce que Clinton puso en manos de los rusos uranio para ¡fabricar bombas
atómicas!
Lo único errado que ha sido comprobado es
que la donación —de $2.35 millones del acuerdo principal firmado— no fue hecha
publica. Clinton había firmado un acuerdo con la administración Obama que
requería que los nombres de los donantes se hicieran públicos al pasar a ser
ella secretaria de Estado. No lo hizo en este caso, y estuvo mal, muy mal.
No hay indicación de que Clinton
desempeñara papel alguno en el acuerdo, aprobado por una comisión a nivel de
gabinete.
De la exsecretaria de Estado se pueden
decir muchas cosas en su contra, pero de eso a acusarla de responsable de
muertes, venta de uranio para fabricar bombas atómicas y “criminal” hay un
largo camino.
El
“Capitán América”
Al llegar a Trump, el escrito cambia por
completo. “Hay ‘legiones de electores’ que ven en él a un ‘Capitán América’ que
viene a desagraviarlos, a restaurar el orden, y a devolver la grandeza a este
país.
Ninguna referencia a la frustración
existente ante el Congreso, a la decadencia de la clase media o al establishment de ambos partidos. Todo se
resuelve con un “hombre fuerte” que restaure el orden, y para eso está el
magnate inmobiliario
Ponce está asombrada con Trump: “Lo que
sí es asombroso es la rápida victoria de Donald Trump contra 16 competentes
candidatos usando un discurso francamente ofensivo y políticamente incorrecto,
pero ahondando en la ira y frustración de miles de electores cansados de la
ineptitud y corrupción política en el gobierno”.
Bueno, como suele ocurrir en el circo,
después del número con las ferias le toca el turno al payaso. Y aquí solo cabe reír.
Lástima que ese asombro por la ¿rápida?
victoria de Trump eche a un lado algunas de las figuras más dignas del Partido
Republicano, como los Bush y la legisladora Ileana Ros-Lehtinen. Porque ganar
una elección es importante, pero mantener los principios lo es más aún.
Por supuesto que textos como Madame Chanchullo, el Comunistón y el
Capitán América pueden ganar el aplauso y las cartas de felicitación de un
par de lectores —trasnochados bajo el criterio de quien esto escribe— e incluso
un comentario de elogio a su ¡objetividad! Nada de ello lo salva de ser un
ejemplo de decadencia ¿periodística?