Cuando un gobierno adopta el sistema de
otro país lo hace fundamentalmente por dos motivos: se trata de un ejemplo
reconocido como efectivo —por años, expertos, organizaciones y naciones— o
depende de una potencia poderosa para existir y no le queda más remedio que
imitarla. No en el caso del presidente Nicolás Maduro. Su imitación del modelo
cubano, su copia incluso de etapas ya consideradas obsoletas por los propios
gobernantes cubanos, no es más que un acto de despotismo torpe. El Estado
venezolano como un autobús que conduce Maduro embiste por una senda sin rumbo fijo, donde lo que se
contempla no es la vía a seguir sino los trastazos que constantemente recibe.
Mandar a los empleados de las empresas en la ciudad al campo es el último
ejemplo de su empecinamiento y desacierto.
El régimen venezolano ha ordenado a todas
las empresas, tanto públicas como privadas, que pongan a disposición del Estado
a sus empleados para trabajar en la agricultura durante 60 días, un plazo que
se puede prorrogar por otros 60 más, según un decreto publicado esta semana.
Hay dos aspectos que resumen este
decreto.
El primero es su carácter dictatorial.
El gobernante se apoya en la declaración
de un Estado de Excepción y de Emergencia Económica para lanzar planes con
nombres pomposos —“gran misión abastecimiento soberano y seguro”— y formas y
objetivos represivos —al encomendar a las Fuerzas Armadas el control de la
distribución y producción de los alimentos— destinados a someter a los ciudadanos a una
dominación arbitraria y abusiva —a partir de ahora cualquier empleado
venezolano sabe que puede ser arbitrariamente sacado de su trabajo y enviado al
campo, a realizar labores a las cuales no está acostumbrado— simplemente para
tratar de ocultar su incapacidad de gobierno.
El segundo aspecto es la inutilidad del
esfuerzo que desempeñaran otros, no Maduro y su círculo de poder.
En Cuba por décadas se llevaron a cabo
este tipo de “esfuerzos” —a veces algunos incluso persisten— y siempre el
resultado fue el mismo: se organizaban movilizaciones, incluso de carácter
paramilitar y con la utilización de medios de transporte de las fuerzas armadas;
los empleados de oficinas tenían que permanecer durante un mes, cuarenta y
cinco días o varios meses dedicados a labores agrícolas en donde brindaban
pobres resultados, debido a una incapacidad y apatía generalizada; todo ese
tiempo permanecían alejados de sus hogares, sus lugares habituales, cualquier
forma de diversión y alojados en barracones, sin camas y en casos incluso sin
paredes, con las peores condiciones higiénicas y sin privacidad alguna; al
igual los estudiantes permanecían alejados de las aulas, sus vidas y estudios
detenidos; mientras tanto, los campesinos mirarán con desprecio a los
“voluntarios” que llegan para desempeñar trabajos que no saben. Luego de esas
temporadas, quienes regresaban a sus puestos de trabajo y familia trataban de
hacer lo menos posible, de olvidar el tiempo perdido y disipar el temor de que
dentro de poco serían “movilizados” —imperaba la fraseología militar— de nuevo
para el campo.
Al igual que ocurrió y ocurre en Cuba, la
medida tendrá como consecuencia abusos, irregularidades, sobornos y corrupción.
Siempre habrá alguien con poder que lo utilizará para enviar a pasar trabajos
al campo a otro que envidia u odia; en todo momento existirá quien —con dinero
u otros medios— evitará ser “mandado al campo”. Nada ha nuevo, ni una acción,
un gesto o una palabra, en lo que intenta ahora Maduro. Simplemente opresión y
desperdicio.