Fue sarcástico, “traidor” según unos, vengativo de acuerdo a
otros, pero el senador Ted Cruz realizó la intervención más notoria en ese
aquelarre o “convención de las rubias” que oficializó la candidatura
presidencial del ahora republicano Donald Trump.
En primer lugar hay que agradecerle al senador que “hiciera la
noche”, en un día destinado al discurso del apagado vicepresidente nominado, el
gobernador de Indiana Mike Pence.
Por lo demás, lo que dijo Pence carece de importancia. Sus
mentiras (basta verificarlas en un artículo de The Washington Post) sirvieron para presentar a un comodín colocado
para lograr el voto de la ultraderecha cristina.
Lo que dijo Cruz sí importa y mucho. Simplemente pidió el voto
por los “candidatos” más acordes con las convicciones de los electores. Que a
la hora de votar se tomen en cuenta los hechos, la actuación y no simplemente
las palabras, como recalcó al día siguiente, en una reunión con los delegados
de Texas. Votar de acuerdo a la conciencia de cada cual.
Cruz —y nada más alejado para este columnista que la posición
política del senador texano— enfatizó la necesidad de actuar de acuerdo a
principios, no simplemente para ganar votos.
“Nos merecemos líderes que representen de acuerdo a principios,
que nos unifiquen por valores compartidos y dejen a un lado el odio en favor
del amor”, señaló Cruz.
Curioso que sus palabras fueran respondidas con un abucheo y su
esposa tuviera que ser protegida por un delegado a la salida, ante la amenazante
proximidad de los irritados, uno de los cuales no tuvo un mejor insulto que
gritarle: “¡Goldman Sachs!”
Un momento. ¿Pero es esta clase de insulto lo que uno espera
escuchar en una convención republicana o en una reunión de partidarios de
Bernie Sanders?
No es que Goldman Sachs esté libre de culpas. Es que algo no
cuadra ideológicamente cuando se está a favor de quien que es la imagen por
excelencia del empresario capitalista.
La confirmación de tales incongruencias vino al día siguiente,
cuando en su discurso de aceptación Trump se refirió favorablemente a Sanders
en dos ocasiones.
Lo hizo para tratar de atraer a los votantes demócratas
partidarios del rival de Hillary Clinton en las primarias, pero ambas menciones
evidencian la ausencia de principios de Trump, el acomodar su discurso a lo que
venga, con tal de ganar votos.
Nada en contra de las rubias. De hecho esta semana tendrá lugar
la convención de la otra rubia. Mucho en contra de vender la ilusión de que
Estados Unidos vuelva a ser una nación dominada por blancos y rubios que se
intenta vender, porque ese país ya no existe.
Ivanka Trump, más preocupada por su pelo que por sus palabras,
presentó a su padre en la convención —aunque poca falta hacía, el egotismo de
Trump lo obligó a estar presente o en video desde el primer día—, en otro
alarde de falsedad.
Fue el avance al discurso de aceptación de Trump, cargado de
promesas que sabe es incapaz de cumplir, pero con las que desde el principio
complace a su auditorio. ¿Dónde está su plan? Lo mencionó varias veces, aunque
nunca entró en detalles.
Lo único que se desprende del discurso leído —el interés en mostrarse a la nación como “presidenciable” nos impidió verlo tal como es, salvo al referirse de lo mucho que había disfrutado al vencer a sus rivales, en una velada alusión a Cruz— es el mantra repetido de que restaurará la “ley y el orden”. Con esa garantía pretende llegar a la presidencia. Con igual promesa entró Benito Mussolini en Roma. Amenaza con un fascismo rosa, un Estado policial. Eso sí, los peluqueros tendrán su trabajo garantizado.
Lo único que se desprende del discurso leído —el interés en mostrarse a la nación como “presidenciable” nos impidió verlo tal como es, salvo al referirse de lo mucho que había disfrutado al vencer a sus rivales, en una velada alusión a Cruz— es el mantra repetido de que restaurará la “ley y el orden”. Con esa garantía pretende llegar a la presidencia. Con igual promesa entró Benito Mussolini en Roma. Amenaza con un fascismo rosa, un Estado policial. Eso sí, los peluqueros tendrán su trabajo garantizado.
Esta es mi columna en El Nuevo Herald, que aparece en la edición de hoy lunes, 25 de julio de 2016.