lunes, 25 de julio de 2016

La cruz de Trump


Fue sarcástico, “traidor” según unos, vengativo de acuerdo a otros, pero el senador Ted Cruz realizó la intervención más notoria en ese aquelarre o “convención de las rubias” que oficializó la candidatura presidencial del ahora republicano Donald Trump.
En primer lugar hay que agradecerle al senador que “hiciera la noche”, en un día destinado al discurso del apagado vicepresidente nominado, el gobernador de Indiana Mike Pence.
Por lo demás, lo que dijo Pence carece de importancia. Sus mentiras (basta verificarlas en un artículo de The Washington Post) sirvieron para presentar a un comodín colocado para lograr el voto de la ultraderecha cristina.
Lo que dijo Cruz sí importa y mucho. Simplemente pidió el voto por los “candidatos” más acordes con las convicciones de los electores. Que a la hora de votar se tomen en cuenta los hechos, la actuación y no simplemente las palabras, como recalcó al día siguiente, en una reunión con los delegados de Texas. Votar de acuerdo a la conciencia de cada cual.
Cruz —y nada más alejado para este columnista que la posición política del senador texano— enfatizó la necesidad de actuar de acuerdo a principios, no simplemente para ganar votos.
“Nos merecemos líderes que representen de acuerdo a principios, que nos unifiquen por valores compartidos y dejen a un lado el odio en favor del amor”, señaló Cruz.
Curioso que sus palabras fueran respondidas con un abucheo y su esposa tuviera que ser protegida por un delegado a la salida, ante la amenazante proximidad de los irritados, uno de los cuales no tuvo un mejor insulto que gritarle: “¡Goldman Sachs!”
Un momento. ¿Pero es esta clase de insulto lo que uno espera escuchar en una convención republicana o en una reunión de partidarios de Bernie Sanders?
No es que Goldman Sachs esté libre de culpas. Es que algo no cuadra ideológicamente cuando se está a favor de quien que es la imagen por excelencia del empresario capitalista.
La confirmación de tales incongruencias vino al día siguiente, cuando en su discurso de aceptación Trump se refirió favorablemente a Sanders en dos ocasiones.
Lo hizo para tratar de atraer a los votantes demócratas partidarios del rival de Hillary Clinton en las primarias, pero ambas menciones evidencian la ausencia de principios de Trump, el acomodar su discurso a lo que venga, con tal de ganar votos.
Nada en contra de las rubias. De hecho esta semana tendrá lugar la convención de la otra rubia. Mucho en contra de vender la ilusión de que Estados Unidos vuelva a ser una nación dominada por blancos y rubios que se intenta vender, porque ese país ya no existe.
Ivanka Trump, más preocupada por su pelo que por sus palabras, presentó a su padre en la convención —aunque poca falta hacía, el egotismo de Trump lo obligó a estar presente o en video desde el primer día—, en otro alarde de falsedad.
Fue el avance al discurso de aceptación de Trump, cargado de promesas que sabe es incapaz de cumplir, pero con las que desde el principio complace a su auditorio. ¿Dónde está su plan? Lo mencionó varias veces, aunque nunca entró en detalles.
Lo único que se desprende del discurso leído —el interés en mostrarse a la nación como “presidenciable” nos impidió verlo tal como es, salvo al referirse de lo mucho que había disfrutado al vencer a sus rivales, en una velada alusión a Cruz— es el mantra repetido de que restaurará la “ley y el orden”. Con esa garantía pretende llegar a la presidencia. Con igual promesa entró Benito Mussolini en Roma. Amenaza con un fascismo rosa, un Estado policial. Eso sí, los peluqueros tendrán su trabajo garantizado.
Esta es mi columna en El Nuevo Herald, que aparece en la edición de hoy lunes, 25 de julio de 2016.

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