Los cubanos que apoyan a Donald Trump son
la explicación —no la mejor pero sí la más oportuna— de la existencia y
sobrevida del régimen castrista en Cuba.
Juzgando por las razones que aportan para
justificar sus preferencias, y la ira que demuestran en su apoyo, es difícil
encontrar un público —¿o un electorado?— más ignorante desde el punto de vista
político, con mayores limitaciones o carencia absoluta de principios, e igual
simplismo.
Son también una demostración ferviente de
que el concepto de lealtad les resulta ajeno.
Cómo es posible que un grupo social que durante
ocho años adoró al entonces presidente George W. Bush; cuyos miembros eran
partidarios del exgobernador de la Florida Jeb Bush pocos meses atrás; seguidores
fervorosos del senador Marco Rubio hasta hace casi unas semanas, y han
considerado un anatema cualquier relación posible con el régimen de La Habana,
se monte ahora en la ola trumpista con tanto entusiasmo.
No es que estas personas puedan citar
ejemplos para justificarse, invocar líderes comunitarios e incluso recurrir a
políticos. La legisladora Ileana Ros-Lehtinen ha manifestado que no va a votar
ni por Trump ni por Hillary Clinton. El representante Carlos Curbelo ha
pronunciado en las más diversas ocasiones declaraciones en contra del ahora
candidato republicano. Los alcaldes de las ciudades tampoco se han mostrado
partidarios. Todos ellos han sido hasta el momento consecuentes con sus trayectorias
y sus lealtades. Incluso el senador Rubio estableció una distancia, no en sus
palabras pero con su no asistencia personal a la Convención Republicana. Y eso
para no hablar del senador Ted Cruz.
Trump, por su parte, hasta ahora se ha
dado el lujo de ignorar por completo al exilio cubano, al que no le ha dedicado
ni el sabor de una croqueta en el Versailles.
Se puede especular que la simpatía reside entonces en una esfera emocional más primaria, más visceral, donde se alimentan otras pasiones más toscas, más atrasadas, y que la afición a Trump no es más que una forma apenas encubierta para expresarlas.
Se puede especular que la simpatía reside entonces en una esfera emocional más primaria, más visceral, donde se alimentan otras pasiones más toscas, más atrasadas, y que la afición a Trump no es más que una forma apenas encubierta para expresarlas.