domingo, 31 de julio de 2016

Maduro: torpes trastazos


Cuando un gobierno adopta el sistema de otro país lo hace fundamentalmente por dos motivos: se trata de un ejemplo reconocido como efectivo —por años, expertos, organizaciones y naciones— o depende de una potencia poderosa para existir y no le queda más remedio que imitarla. No en el caso del presidente Nicolás Maduro. Su imitación del modelo cubano, su copia incluso de etapas ya consideradas obsoletas por los propios gobernantes cubanos, no es más que un acto de despotismo torpe. El Estado venezolano como un autobús que conduce Maduro embiste  por una senda sin rumbo fijo, donde lo que se contempla no es la vía a seguir sino los trastazos que constantemente recibe. Mandar a los empleados de las empresas en la ciudad al campo es el último ejemplo de su empecinamiento y desacierto.
El régimen venezolano ha ordenado a todas las empresas, tanto públicas como privadas, que pongan a disposición del Estado a sus empleados para trabajar en la agricultura durante 60 días, un plazo que se puede prorrogar por otros 60 más, según un decreto publicado esta semana.
Hay dos aspectos que resumen este decreto.
El primero es su carácter dictatorial.
El gobernante se apoya en la declaración de un Estado de Excepción y de Emergencia Económica para lanzar planes con nombres pomposos —“gran misión abastecimiento soberano y seguro”— y formas y objetivos represivos —al encomendar a las Fuerzas Armadas el control de la distribución y producción de los alimentos—  destinados a someter a los ciudadanos a una dominación arbitraria y abusiva —a partir de ahora cualquier empleado venezolano sabe que puede ser arbitrariamente sacado de su trabajo y enviado al campo, a realizar labores a las cuales no está acostumbrado— simplemente para tratar de ocultar su incapacidad de gobierno.
El segundo aspecto es la inutilidad del esfuerzo que desempeñaran otros, no Maduro y su círculo de poder.
En Cuba por décadas se llevaron a cabo este tipo de “esfuerzos” —a veces algunos incluso persisten— y siempre el resultado fue el mismo: se organizaban movilizaciones, incluso de carácter paramilitar y con la utilización de medios de transporte de las fuerzas armadas; los empleados de oficinas tenían que permanecer durante un mes, cuarenta y cinco días o varios meses dedicados a labores agrícolas en donde brindaban pobres resultados, debido a una incapacidad y apatía generalizada; todo ese tiempo permanecían alejados de sus hogares, sus lugares habituales, cualquier forma de diversión y alojados en barracones, sin camas y en casos incluso sin paredes, con las peores condiciones higiénicas y sin privacidad alguna; al igual los estudiantes permanecían alejados de las aulas, sus vidas y estudios detenidos; mientras tanto, los campesinos mirarán con desprecio a los “voluntarios” que llegan para desempeñar trabajos que no saben. Luego de esas temporadas, quienes regresaban a sus puestos de trabajo y familia trataban de hacer lo menos posible, de olvidar el tiempo perdido y disipar el temor de que dentro de poco serían “movilizados” —imperaba la fraseología militar— de nuevo para el campo.
Al igual que ocurrió y ocurre en Cuba, la medida tendrá como consecuencia abusos, irregularidades, sobornos y corrupción. Siempre habrá alguien con poder que lo utilizará para enviar a pasar trabajos al campo a otro que envidia u odia; en todo momento existirá quien —con dinero u otros medios— evitará ser “mandado al campo”. Nada ha nuevo, ni una acción, un gesto o una palabra, en lo que intenta ahora Maduro. Simplemente opresión y desperdicio. 

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