El encuentro televisivo reciente
—llamarlo “debate” es tergiversar la palabra— entre José Daniel Ferrer y
Edmundo García, conducido por la periodista María Elvira Salazar en Mega TV, evidenció el despetronque,
desde el punto de vista político e ideológico, en que ha caído del tema cubano.
El objetivo loable de poner a dialogar a
dos figuras, mediáticas para los estándares de Miami, sirvió una vez más para
poner al descubierto —pese o gracias al interés por conquistar audiencia de la
emisora— ese descenso vertiginoso que desde hace años experimentan ambos
extremos del espectro político referido a Cuba. Lo que se intentó presentar
como discusión se redujo casi siempre, y por ambas partes, a un intercambio de
lugares comunes, frases hechas, reproches manidos e intentos vanos de
desacreditación mutua.
Lo lamentable no es lo que dicho
despliegue de necedad pudiera representar para el futuro de la isla, porque en
resumidas cuentas los interlocutores poco significan para dicho futuro, más
allá de cierto rol limitado al espectáculo local, sino la contribución a
limitar cada vez más la discusión visible sobre la situación cubana al choteo
elevado a la categoría de problemática nacional. Por omisión, sumisión o desdén
al enfoque serio, el fenómeno se repite en ambas costas del estrecho de la
Florida. Interminables loas al “Comandante en Jefe” en la prensa oficial de la
isla; banalidad en la televisión de esta ciudad.
Bajo esa óptica, cabe la sospecha de que
tanto Washington como La Habana prefieren contribuir, aquí y allá, al
esperpento como mecanismo de inmovilidad: con figuras así —elegidas no por su
capacidad de referir sino por la posibilidad financiera que les permite
desempeñar tal papel— poca ilusión queda para abandonar la espera.
Más lamentable aún si se toma en cuenta
que los dos personajes aparentan simbolizar, o al menos juegan dentro de
escenarios surgidos en fechas relativamente reciente, y que con su presencia
—por edad, historial y supuestos grupos de referencia— serían, pudieran o
aspiran a convertirse en nuevos actores dentro de dicha problemática.
Ese posible activismo —no importa que se
ejerza de una manera clara o se encubra desde el ejercicio periodístico— ha
nacido viciado por un aspecto que los delata, en acciones más que en palabras.
En ambos casos sus posiciones, aparentemente asumidas de cara a situaciones
nuevas —el ejercicio de una oposición pacífica a pesar de la fuerte represión
en la isla y la práctica de un discurso acorde a La Habana en la ciudad de Miami—,
no se trasladan a una práctica innovadora, porque esos supuestos marcos de
referencia con los que intentan fundamentar su discurso no se complementan con
su base de sustentación.
En última instancia todo se reduce a que
sus grupos de referencia no son los mismos que sus grupos de pertenencia.
Es por ello que el supuesto debate, en
vez de girar sobre la Cuba del presente y del futuro, volvió a caer una y otra
vez en el pasado.
Dentro de lo que podría caracterizarse
como dinámica del intercambio, García dominó a las claras. No solo por su
capacidad para lo que podrían considerarse los mecanismos de este tipo de
debate en Miami, sino fundamentalmente por la incapacidad de su oponente para
trascender esos términos. Fue capaz de llevar al titubeo a Ferrer sobre el tema
Posada Carriles, cuando la respuesta clara e inmediata de este debió haber sido
el deslindarse de una figura con la cual no solo no es posible identificarlo de
forma directa, sino que resulta completamente ajena en estos momentos a la
situación cubana. Consiguió además que Salazar se desdijera sobre la “golpizas”
en los videos de las manifestaciones opositoras. Supo aprovecharse de un viejo
vicio del discurso de exilio: repetir clichés, frases hechas y sin sustentación
en imitación a lo que se hace en Cuba: el discurso democrático exige
responsabilidad, incluso en Miami.
Remitir a Posada Carriles, aprovechando y
dando por sabido el nexo en el pasado de la Fundación Nacional Cubano-Americana
(FNCA) con el terrorista, es una trampa recurrente, pero también fácil de
desenmascarar: en la actualidad los fondos de Washington al grupo de los
derechos humanos de dicha organización no se destinan a acciones terroristas.
Puede cuestionarse la dependencia dichos fondos, pero dicho cuestionamiento no
debe incluir una vinculación con el terrorismo. Si el actual Gobierno
estadounidense ha sacado a Cuba de la lista de países terrorista, por qué La
Habana no hace lo propio y saca de “su lista” a la FNCA. Si argumentar sobre el
pasado no es válido cuando se trata de valorar en ese terreno al régimen
cubano, por qué es válido referirse a esa otra época para el otro bando.
García, que este aspecto de la discusión pudo
recurrir impunemente a la mentira —negar que el terrorismo en las ciudades
fuera una práctica del Movimiento 26 de Julio para aliviar la presión de la
lucha en las montañas—, ante la falta de respuesta apropiada de Ferrer, por
desconocimiento o desinterés.
Lástima que ambos no supieran —o no
pudieran— escapar de dicho encierro, cuando precisamente ha sido el cambio de
situación generado a partir de una nueva actitud por parte de la Casa Blanca lo
que les ha permitido a los dos ampliar su presencia ante las cámaras de la
televisión de Miami.
Es por eso que, a falta de planteamientos
serios sobre lo que ocurre en Cuba, la discusión se limitó a los intentos de descaracterizar
al contrario, el retroceso a trincheras vacías, incluso el chiste ocasional y
una lamentable ausencia de guardar las distancias. Todo ello pese a los
esfuerzos, en ocasiones inútiles, de la moderadora.
Si se recuerda, como ya se ha señalado,
que la misma periodista participó en un debate entre Ricardo Alarcón, entonces
presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, y Jorge Más Canosa, en
esa época chairman de la FNCA, poca
esperanza queda.
Repetir que el envejecimiento del proceso
cubano ha afectado no solo los círculos del poder en Miami, sino también al liderazgo
del exilio y de la oposición pacífica no pasa de una perogrullada. Pero constatar ese deterioro no debe dejar de alarmarnos.
Se
puede argumentar que la remisión al pasado resulta inevitable ante la
permanencia del sistema establecido tras el 1ro. de enero de 1959. Cabe señalar
que ambas esferas cuentan con representantes de mayor calibre intelectual. Nada
de ello elimina el destacar que el descenso a niveles de sobrevivencia
elemental, al referirse a Cuba, empaña el propio objeto de discusión.
Jorge Mañach, en su Indagación del choteo, criticó las funestas consecuencias —en el
orden moral y cultural— de una práctica que no podía justificarse sino como “un
resabio infantil de un pueblo que todavía no ha tenido tiempo de madurar por su
cuenta”; desde “el arribista intelectual
que ha sentado plaza de maestro” hasta “el político con antecedentes
impublicables”.
Lo peor no es convertir la política en
broma, algo que puede resultar saludable, sino limitar el discurso a una broma
transformada en política.