A veces en el exilio a uno le entra una
especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña, y comienza a manifestar
un anticastrismo elemental que repite viejos dichos y esquemas, los mismos que
quien ahora sufre el padecimiento en otra época no solo rechazó sino se burló
de ellos.
También ocurre lo contrario, y el que es
víctima del mal de pronto encuentra coincidencias y virtudes en lo que hasta
ayer le producía repugnancia del castrismo.
No se trata de un problema ideológico, de
cambio de posición y mucho menos hay una epifanía. Quizá la explicación sea más
simple: cansancio, aburrimiento, ganas de ser distinto.
Confieso no ser ajeno al síndrome en
ambas manifestaciones. Temo también que no exista inoculación. Que una y otra
vez el fenómeno se repita.
Es posible que haya algo de envidia en
ello, que se añore no ser como aquellos que se han mantenido firmes en uno u
otro sentido.
Reconozco que con los años y las
sucesivas olas migratorias llegadas a Miami he comenzado a sentir cierta
simpatía por la rudeza de un anticastrismo elemental, propia de quienes en
muchas veces —con razón y sin ella— he catalogado de “exilio histórico”. No
deja de ser estimulante enfrentarse a alguien con ideas contrarias pero claras,
y con un empecinamiento tan fuerte como honesto.
Si al parecer los nuevos votantes
rechazan no solo las predicas y los políticos del republicanismo tradicional,
sino se pronuncian en contra del embargo y a favor de los viajes a Cuba sin
limitaciones, pero al mismo tiempo declaran que son partidarios de Donald Trump,
poco queda por hacer.
Aunque el hecho cierto es que la comezón
no respeta edades, ni años o décadas de exilio, por lo que puede afirmarse que
casi nadie está a salvo de ella.
La ciencia, por su parte, no la toma en
cuenta. No figura en los manuales médicos al uso y hasta el momento ningún
seguro la cubre. Tampoco aparece en los cultos más o menos esotéricos. La
astrología ni siquiera la desprecia y los brujeros están ocupados con otras
cosas.
Algunos han intentado reducir a dos las
explicaciones sobre la comezón del exilio. Una literaria y otra
cinematográfica. La literaria se remonta y nos acerca a Rip Van Winkle, o de la
historia condensada en un cambio de retratos para anunciar una taberna. Everyone Says I Love You es la
explicación cinematográfica: algo ocurrido en el cerebro (¿un tumor?, ¿un
bloqueo en las arterias?, ¿un episodio sin importancia?) temporalmente ha
convertido en ultra reaccionario agresivo a un miembro de una familia liberal.
Por suerte el orden natural de las opiniones se restituye antes de que termine
la película.
Al final, lo más probable es que solo se
trate de continuar en el exilio la senda oportunista amparada en el
conocimiento de las “reglas del juego” o apenas el temor a perder privilegios. En
total la ansiada “libertad” adquirida en Miami no pasa de unas cuantas ventajas
económicas y la práctica de un cinismo de café con leche con el que se intenta
cubrir la cobardía.
La comezón del exilio viene muy bien a la
tendencia impuesta desde hace décadas, en ambas costas del estrecho de la Florida,
a mantener una conspiración de los extremos: volver una y otra vez a remedar un
modelo caduco.
Sin embargo, cabe la sospecha de que
estas burdas explicaciones no sean más que la costumbre de politizarlo todo,
existente en Miami. Quizá el padecimiento sea simplemente consecuencia del cambio
climático. Pero hasta ahora no se ha encontrado una institución, universidad o
academia que esté dispuesta a dedicarle parte de su presupuesto, para
investigar el asunto.
Esta es mi columna en El Nuevo Herald, que aparece en la edición del lunes 19 de septiembre de 2016.