Mas que un evento de cara al futuro, una celebración de añoranza y pasado. Así fue el acto conmemorativo por
el XII aniversario de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (ALBA), organización fundada en 2004 por los fallecidos Fidel Castro y
Hugo Chávez.
“Llegando a Cuba 22 años después del
encuentro entre Fidel y Chávez, a celebrar los 12 años del ALBA y ratificar el
camino de unión y liberación”, escribió Nicolás Maduro en su cuenta oficial de Twitter
al llegar a Cuba, donde fue recibido por el canciller Bruno Rodríguez.
Además de celebrar el aniversario de la
ALBA, que surgió hace doce años como alternativa al ALCA (Área de Libre
Comercio para las Américas), el acto también conmemora los 22 años desde el
primer encuentro, en 1994, entre Fidel Castro y Hugo Chávez.
El bloque bolivariano ALBA fue creado el
14 de diciembre de 2004 en La Habana mediante un tratado constitutivo firmado
entre Cuba y Venezuela, al que después se unieron Antigua y Barbuda, Bolivia,
Dominica, Ecuador, Nicaragua, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas,
Granada y San Cristóbal y Nieves.
La ALBA cuenta con instrumentos como el
Tratado de Libre Comercio; el Banco de ALBA, que financia proyectos sociales, o
el Sistema Único de Compensación Regional (Sucre), una moneda virtual para las
transacciones comerciales entre estos países.
Los países de la ALBA forman parte
también de PetroCaribe, alianza que cuenta también con otros países de la
región a los que Venezuela suministra petróleo con precios ventajosos, un
proyecto que se ven amenazados por la caída de los precios del petróleo y la
grave crisis que atraviesa Venezuela.
En la realidad latinoamericana actual, la
alianza a que aspiraba ALBA es cada vez más un rezago del pasado, incapaz de
lograr el ideal de Chávez y Castro de fundar una organización que consiguiera
opacar la Organización de Estados Americanos (OEA) y terminara por aniquilarla.
Algo más de una década atrás, la
situación política latinoamericana —que en ocasiones se empecina en mantener
latente o activa una mezcla de viejos y nuevos esquemas— parecía encaminarse a
un reverdecimiento de los gobierno de izquierda radical con una mayor o menor
cara autoritaria; un restablecimiento de la utopía mal entendida de una
supuesta justicia social que vulnerara —de forma más activa o pausada— los
canones democráticos mediante la justificación de alcanzar ideales descartados
en otras regiones, especialmente Europa e incluso en buena parte de Asia y
hasta África.
Gracias a la riqueza petrolera, Chávez
trató de extender por toda la región una vuelta al pasado: la fórmula agotada
del Estado paternalista —ineficiente y corrupto— como la solución perfecta de
los problemas ciudadanos. Pero sus
aspiraciones de convertirse en un líder regional no pasaron de ser un
sueño sólo alimentado por los petrodólares y con pocas posibilidades políticas
de triunfo. No obstante, brindaron al Gobierno cubano los recursos monetarios
para sobrevivir. Y en cierta medida, la Venezuela de Maduro continúa
desempeñando dicha labor.
Las cumbres celebradas por ALBA no han
dejado de ser una exhibición de estulticia, demagogia y malas intenciones, todo
bajo el disfraz de un antiamericanismo tardío y una retórica caduca. Que por un
tiempo en Latinoamérica se escuchara con fuerza —y en algunos casos se pusieran
en práctica— fórmulas que habían demostrado su ineficiencia durante casi cien
años obedeció a diversos factores, pero en buena medida el culpable fundamental
fue el petróleo venezolano, que permitió a Chávez repartir dinero a cambio de
una fidelidad política momentánea.
Con Caracas convertida en la capital
mundial del crimen y el delito, la inseguridad cotidiana, una desbordada
inflación de tres dígitos y serias dificultades de escasez de alimentos y otros
bienes que se han extendido al dinero en efectivo, los venezolanos no han visto
avanzar su país en el camino del desarrollo. Más bien han asistido a 17 años de
gobiernos en que la situación nacional se ha caracterizado por la confrontación
política, la inestabilidad social y financiera y los desatinos presidenciales.
Solo gracias a una fuente de riqueza
constante, que actuaba de escudo frente a una gestión económica caracterizada
por la ineficiencia y el despilfarro, pudo Chávez mantener ese statu quo en que
el socialismo se prometía, el capitalismo se practicaba y la miseria se toleraba.
Pero la situación ha cambiado con el descenso vertiginoso del precio del crudo,
y ello, junto a los años acumulados, no solo de ineficiencia sino de
destrucción económica, es lo que enfrenta en la actualidad el presidente
Maduro.
En el campo internacional, no fue poco el
dinero que Chávez ha destinó en Latinoamérica para aumentar su influencia en la
región. Pero su “ideal bolivariano” —el intento de convertirse en el líder que
conduzca al continente hacia un sistema social más avanzado— nunca llegó a concretarse.
Chávez
terminó convertido —¿no lo fue siempre?— en lo contrario: una fuerza
circunstancial que frenó el desarrollo económico y político en su país y
dividió a las naciones latinoamericanos
Más que hablar de una manera simplista de
un enfrentamiento generalizado entre la derecha y la izquierda, en América
Latina pueden señalarse al menos tres tendencias, las cuales representan tres
estrategias diferentes a la hora de enfrentar los problemas económicos y
sociales.
Una es la fórmula neoliberal clásica —que
propone el libre comercio, la reducción de impuestos y la inversión
extranjera—, donde la creación de riquezas es la principal vía —o la única
según sus partidarios más fervorosos— que conduce al bienestar.
Otra es la izquierda democrática —que
combina los acuerdos internacionales y las inversiones con una política de
justicia social—, la cual busca una combinación que sabe imperfecta, pero al
mismo tiempo entiende que puede mejorarse, entre el capital nacional y
extranjero y los derechos laborales y ciudadanos.
La tercera es la izquierda autoritaria
—que aún hoy apuesta por el control estatal férreo, las nacionalizaciones y es
enemiga más o menos declarada de las inversiones foráneas—, cuyos seguidores
fundamentan su discurso en la pobreza y la injusticia social, pero los cuales
terminan casi siempre por mostrar una peligrosa vocación favorable al
establecimiento de un régimen totalitario.
El populismo —un mal latinoamericano casi
endémico— se ha paseado de derecha a izquierda, lo que impide adjudicarlo
simplemente a un polo político.
El aporte de Chávez a este cuadro
político complejo fue la posibilidad de tratar de difundir un esquema que
parecía agotado —la revolución social al estilo cubano— no mediante la
violencia guerrillera, sino empleando la otra arma tradicional necesaria para
hacer la guerra: el dinero. El poder de los petrodólares convertido en un
recurso antiimperialista.
La paradoja es que Chávez actuó como un
factor de discordia en Latinoamérica, en lugar del aglutinador que aspiraba a
ser, como autoproclamado seguidor de la idea bolivariana de una América Latina
unida.
Más allá de sacar provecho a los elevados
precios del petróleo, la Caracas chavista siempre ha carecido de un proyecto
económico viable para la región.
¿Qué ofrece la ALBA? Declaraciones,
reuniones y algunos proyectos de alcance limitado en el momento de mayor alza
del crudo, pero que por lo general terminaron en fracaso. Por lo demás, Chávez
y los gobernantes de las naciones del ALBA ―un hatajo de pillos que en algunos casos estarían mejor tras el
mostrador de un bar perdido en el desierto― insisten en revivir el pasado, sea
mediante una exaltación trasnochada e ignorante de la figura de Ernesto “Che”
Guevara y su estulticia sangrienta de la guerrilla, como ha ocurrido en Ecuador
y Bolivia, o mediante el viejo expediente de sacar a los militares de los
cuarteles, como ha sucedido en Caracas, mientras los sueños de la dominación en
la zona continuaban produciendo monstruos. A la recordación de dos de esos
monstruos —Fidel Castro y Hugo Chávez— se dedicó el acto en La Habana.