Medir el avance de las reformas
emprendidas por el régimen de Raúl Castro implica al menos dos caminos
posibles.
Uno es el más practicado a diario:
constatar que hasta el momento los cambios económicos han sido pocos, limitados
y lentos, y aquí el debate se centra en mirar al conocido vaso de agua: cuánto
hay de lleno y cuánto de vacío. Al final todo se reduce al optimismo o pesimismo
del observador, o a los intereses o la voluntad que le guían.
El otro es más amplio, pero también más desesperanzador:
contemplar lo que ocurre en Cuba y contrastarlo con lo que sucedió en la desaparecida
Unión Soviética, sin detenerse a enfatizar los casos puntuales sino
considerándolos simplemente como breves pasos dentro de un largo camino.
Como la prensa no se cansa en su afán de detenerse
en los ejemplos concretos, en este artículo se prefiere la visión de conjunto.
Nadie duda que la meta de Leonid Brezhnev
era preservar el Estado soviético. Pero ese empeño en sobrevivir no hizo más
que contribuir a su destrucción. Los funcionarios y miembros del partido no
hacían más que volver, una y otra vez, a las viejas consignas de Lenin y
Stalin, aunque nadie creía en ellas y nadie pensaba ni por un momento que
Brezhnev creía en ellas.
Raúl Castro se ha dado cuenta del peligro
que representa este aferrarse al pasado, aunque públicamente no lo admite, y tras
verse forzado al abandono del mando cotidiano su hermano mayor se encargó de
reafirmar la vieja utopía en sus escritos, no por convicción sino por
justificación de vida. Ahora que este ha muerto, tal reafirmación no pasará de
simple añoranza eventual, muy de cuando en vez.
Yuri Vladímirovich Andrópov hizo pocas reformas y su mandato tuvo corta
duración: se extendió desde el 12 de noviembre de 1982 hasta su muerte, 15
meses más tarde. Sin embargo, su sucesor, Konstantín Chernenko, aún hizo menos
en un sentido propio, por lo que vale considerar que ese pobre legado que fue el
modelo de Andrópov mantuvo su vigencia
hasta mediados de 1986.
El modelo de Andrópov se caracterizó por
la reafirmación de la ley y el orden: mayor disciplina laboral, campañas en
contra de la corrupción y el alcoholismo y cambios en el aparato
administrativo, con la eliminación y transformación de ministerios: de pronto
surgía un poderoso sector, con la fusión de dos ministerios, que al poco tiempo
era dividido en… tres nuevos ministerios.
Durante diez años, Raúl Castro ha estado repitiendo,
con pobres resultados, un esquema similar.
Con la llegada de Mijaíl Gorbachov al
poder, en 1985, vino el anuncio oficial de que la economía soviética estaba estancada
y que era necesaria una reorganización acelerada. Luego se pusieron de moda los
términos “glásnost” (apertura, transparencia) y “perestroika” (reconstrucción),
pero la realidad es que la creación de empresas comerciales y asociaciones con
empresas occidentales no nacieron con Gorbachov sino datan de la época de Brezhnev.
Es por ello que tal práctica —más allá de las razones perentorias y conocidas
de las dificultades económicas reinantes en la isla— se acepte y alabe
actualmente en La Habana.
Puede afirmarse que el modelo cubano —con
esa mezcla de improvisación, ajiaco ideológico y oportunismo que siempre lo ha
caracterizado— pueda situarse en una etapa “pre Gorbachov” en estos momentos, en
lo que se refiere a control estatal en los principales aspectos sociales y
económicos, y ni siquiera pensar en un acercamiento a un “socialismo
pluralista” en lo político, como llegó a plantear Gorbachov. La ecuación cambia
en cuanto a la cultura.
Lo que sí ha asumido el régimen raulista
es una actitud distinta ante los intelectuales y artistas. Ello puede llevar a
confusiones en cuanto a su alcance.
En primer lugar hay que reconocer esta
apertura. En segundo, añadir que es pautada desde arriba y acorde a un criterio
pragmático, del cual se dio cuenta en su momento Gorbachov.
Durante el mandato de éste, se publicó la
novela antiestalinista Los hijos del
Arbat, de Anatoli Ribakov, y salieron relucir nombres hasta entonces
prohibidos como Anna Akhmatova, Andrei Platonov, Mijaíl Bulgakov, Alexandr
Tvardovsky y Vasily Grossman. Pero el cambio también obedeció al hecho de que
los límites de “lo permitido” estaban lo suficientemente interiorizados, lo que
hacía innecesario la utilización burda del terror para recordárselos a los
intelectuales y artistas.
No fueron estos los únicos cambios que
merecen recordarse. Otros como facilitar los viajes a Occidente, el contacto
con colegas de los países capitalistas y autorizar a la Iglesia Ortodoxa una
mayor participación en tareas caritativas, así como permitir la entrada de
biblias, hicieron de la URSS un país más libre. Igual ocurre ahora en Cuba.
Pero ni la reintroducción parcial de
elementos capitalistas, ni cierta apertura democrática fueron los factores
claves —aunque sí contribuyentes— en el fin del “socialismo real” en la URSS y
el bloque de países del Este. Fue el rechazo de Gorbachov al uso de la fuerza
para mantener el sistema. Y ese paso, es el que Raúl Castro no parece estar
dispuesto a dar.