El presidente venezolano Nicolás Maduro
ha aprendido muy bien la lección que le enseñaron en La Habana: recurrir a la
escasez como una forma de represión.
El viernes hubo filas kilométricas,
protestas y hasta saqueos en varios puntos del país. También heridos y
detenidos, según reportó la BBC.
La salida del billete de 100, el de mayor
valor y el más usado (un 48% de todo el papel moneda), debía ir acompañada con
la introducción a partir del jueves de nuevos billetes y monedas de mayor
denominación, hasta 20.000 bolívares. Pero de momento no llegan. Los
venezolanos están experimentando como se vive casi sin dinero en efectivo.
Este tipo de situación no es nueva en
Venezuela. Una y otra vez Maduro ha utilizado la táctica de crear situaciones
caóticas, que acaba controlando por medio de la represión, para obligar a los
ciudadanos a que dediquen la mayor parte de su tiempo a intentar satisfacer las
necesidades más primarias, esas que en cualquier otro país se solucionan con
una visita al supermercado o la farmacia, o simplemente un viaje a la esquina.
Por ejemplo, Maduro lanzó una campaña de
“saqueos controlados” y recortes obligatorios de precios bajo amenaza de
arresto que enardeció al populacho, aunque el resultado final de este
latrocinio fue que los estantes de los establecimientos se quedaran vacíos.
El recurrir a este tipo de maniobra no
solo brinda a Maduro una recompensa inmediata, propia de cualquier estrategia
populista, de mostrarse preocupado por supuestamente satisfacer los anhelos y las
necesidades de una población de bajos recursos. Las tantas ocasiones en que el
mandatario se ha empeñado en repartir lo que no es suyo, ni del Estado
venezolano, ha hecho poco en favor de los necesitados, pero se ha apuntado
tantos alimentando envidias.
Pero dichas maniobras también tienen objetivos
de largo alcance, aun más perjudiciales para el pueblo venezolano. Se trata de
hacer girar la vida del ciudadano común alrededor de la necesidad imperiosa de
adquirir lo necesario para sobrevivir y si es posible guardar un poco para la
próxima semana. Los cubanos conocen muy bien esto: el “resolver” cotidiano.
En una manipulación que tiene como única
razón de existencia el perpetuar en el poder a un reducido grupo. Y que se
desarrolla al tiempo que el mecanismo de represión invade todas las esferas de
la forma más descarnada, y apelando a los tapujos de supuestos objetivos
sociales. Para ello, además, se recurre a la fabricación de “conspiraciones”
por parte de un enemigo invisible y todo poderoso, que es el “culpable” de que el
Gobierno tenga que tomar esas medidas extremas.
Además de la represión preventiva, el
régimen cubano se ha valido de otros medios para impedir que los ciudadanos se
rebelen. Uno de ellos, utilizado por décadas, ha sido la escasez. La falta
desde alimentos hasta una vivienda o un automóvil ha sido utilizada, tanto para
alimentar la envidia y el resentimiento, como en ocupar buena parte de la vida
cotidiana de los cubanos. Ahora Maduro transita el mismo camino.
En tal situación, la escasez actúa a la
vez como fuerza motivadora para el delito y camisa de fuerza que impide el
desarrollo de otras actividades. Junto con ella se desarrollan el mercado
negro, la corrupción y el delito como importantes fuerzas de un mercado
informal pero poderoso. Entonces el Estado reprime y alimenta al mismo tiempo
esas esferas distorsionadoras. Lo hace por diversos motivos, desde los más
burdos de obtener ganancias económicas esas actividades ilícitas —para los
miembros —de jerarquía baja, media y elevada de ese sistema corrupto— hasta
desviar la atención de la ciudadanía hacia los apuros cotidianos, y así impedir
o dificultar el desarrollo de formas de lucha política contra un sistema
autoritario o francamente totalitario.
De ahí que el mecanismo represivo actúe
en dos niveles que se complementan. Uno puramente político, contra los
opositores, y otro que supuestamente se empeña en la lucha contra el delito
común. Policía política y policía a secas. Solo que los papeles y la misma
definición del delito es dictada por el régimen y adaptada a las circunstancias
del momento. Por ello las acusaciones de corrupción que lanza el poder chavista
casi siempre son selectivas y con un claro objetivo político: desprestigiar a
los opositores. Al igual, inventa planes subversivos, que denuncia están
destinados a crear una situación de desequilibrio y penuria en el país, y que
asume proceden desde el exterior o los enemigos internos: la repetida “guerra
económica”.
En última instancia, el procedimiento se
limita a una simple adulteración. Lo que trata es de echar a otros las culpas
propias. Si faltan los productos en los anaqueles, las medicinas en los
estantes y hospitales y ahora el dinero en los bancos, es debido al daño que el
enemigo intenta infringir al país.
El régimen cubano siempre ha empleado a
su conveniencia la distinción entre delito común y delito político. En una
época todos los presos comunes estaban en la cárcel por ser
contrarrevolucionarios, porque matar una gallina era una actividad contraria a
la seguridad del país. Muchas veces a los opositores se les ha acusado de vagos
y delincuentes.
La escasez también ha sido usada para
incrementar la delación y la desconfianza, a partir de la ausencia de un futuro
en la población manipulada como el medio ideal para alimentar la fatalidad, el
cruzarse de brazos y la espera ante lo inevitable.
Hay que agregar además que, tanto en La
Habana como en Caracas, al régimen no le basta con castigar a los
independientes, quiere matar su ejemplo, enfangar su prestigio.
El régimen de La Habana ha logrado como ningún otro gobierno anterior explotar la dicotomía de la falta de lo necesario para sobrevivir, y la corrupción y el delito actuando como respuestas para conseguir lo más elemental, como instrumentos represivos. Una penosa realidad que se repite ahora, al pie de la letra, en Venezuela.
El régimen de La Habana ha logrado como ningún otro gobierno anterior explotar la dicotomía de la falta de lo necesario para sobrevivir, y la corrupción y el delito actuando como respuestas para conseguir lo más elemental, como instrumentos represivos. Una penosa realidad que se repite ahora, al pie de la letra, en Venezuela.