Imagine por un momento: ¿un oso bailarín
por las calles de La Pequeña Habana? ¿Unas strippers
audaces o inocentes cheerleaders?
Nada de eso necesita Miguel Saavedra para captar la atención de las cámaras.
Siempre presente con su reducido grupo de
agitadores, Saavedra es un personaje que nos representa para bien y para mal.
¿Por qué la comisión de la ciudad no se ha reunido y bautizado una calle con su
nombre? Se lo merece. Si en una época resultó imposible hablar de La Habana sin
mencionar al Caballero de París, hoy ocurre lo mismo con él y Miami. Finalmente
hemos logrado tener un apellido ilustre que simboliza nuestro peor destino.
Falta el Cervantes, porque este otro Saavedra no se detiene ante la dificultad
de un párrafo, la sumisión ortográfica y el apego a la palabra, pero no
importa. Los objetivos de este nuevo hidalgo son más amplios: no hay protesta
innecesaria que lo encuentre impasible. Donde la gritería impere, donde la
estupidez amenace, allí estará Saavedra: el manifestante errante.
Pertenecer a la breve troupe de Vigilia Mambisa no es un destino carnavalesco. Uno no
puede dejar de admirar el espíritu de este grupo de infatigables voceadores.
Basta que aparezca una cámara en el horizonte, para que renazcan los rostros
maltratados por los años, para que las gargantas se entusiasmen. Su
organización nos recuerda la necesidad de la libre expresión. Nadie mejor que
él para poner a prueba nuestra sinceridad ante el principio de que cualquier
voz tiene el derecho a proclamar lo que piensa quien la emite, aunque resulte
un eufemismo hablar de pensamiento en este caso.
El problema con Saavedra es que no creo
que sus acciones estén guiadas por igual criterio libertario. Durante años, las
variadas manifestaciones organizadas por Vigilia Mambisa han sido la expresión
más vulgar de las diversas campañas atemorizadoras llevadas a cabo en esta
ciudad. Cosa curiosa. El principal objetivo de la mayoría de estas campañas han
sido los artistas: pintores y músicos fundamentalmente. ¿Por qué preocupa tanto
el arte a este hombre poco ilustrado? No es simplemente un empeño personal. Si
lo fuera, sus opiniones y actos no merecerían un comentario. Pero Saavedra se
ha convertido en una figura pública. No hay exposición, concierto o puesta en
escena que involucre la participación o el vínculo con artistas procedentes de
Cuba en que no esté presente. Su rostro aparece en las pantallas y su nombre en
la prensa local y nacional. Nadie se detiene en sus palabras, pero ningún
periodista pasa por alto sus gestos a la hora de informar sobre los diversos
actos culturales de esta ciudad, los que con frecuencia hacen titulares.
Saavedra no representa una posición más
en el debate de ideas que se lleva a cabo todos los días, tampoco una de las
tantas opiniones propias de un exilio diverso: es una caricatura, la imagen
estereotipada siempre al auxilio de cualquiera que quiera presentarnos como una
comunidad ignorante, irracional y torpe. En este sentido le hace daño al
exilio, aunque pretenda todo lo contrario. Es por ello que vale la pena
criticarlo: por la utilización que se hace en el exterior de las labores de una
organización y un hombre que apenas logran reunir una veintena de seguidores,
cuando la generosidad sustituye a la aritmética a la hora de contar.
¿Por qué ese empeño contra los artistas
procedentes de Cuba? La respuesta es sencilla. Economía de medios y amplia
cobertura. No es que estos artistas estén libres de culpa, es que Vigilia
Mambisa convierte al debate cultural y la disparidad de criterios en escándalo
callejero. El afán de protagonismo, el interés en "robar cámara",
tergiversa una confrontación saludable.
Hay quienes consideran que no vale la
pena detenerse en las labores de un grupo cuyas actividades apenas producen
comentarios risibles e indiferencia: la carencia de seguidores es la mejor
justificación de la existencia de Vigilia Mambisa. Pero no hay que considerar
inofensiva a una organización que en las cuestionadas elecciones presidenciales,
que llevaron al poder a George W. Bush se destacó por su labor intimidatoria
durante el recuento de votos en el sur de la Florida. Luego Vigilia Mambisa ha
continuado esa labor de algarabía —disfrazada de agitación política— y hoy, por
supuesto, celebró en su “centro neurálgico” (perteneciente o relativo a la
neuralgia), su sitio de combate que no es otro que un lugar para comer
pastelitos y tomas café, la toma de posesión de Donald Trump. No deja de
existir cierta justicia no-poética en ello. Saavedra no es más que eso: nuestro
Donald Trump, pero sin dinero.
Si Vigilia Mambisa no ha logrado
convertirse en una fuerza organizadora capaz de lanzar una turba peligrosa a la
libertad ciudadana es porque vivimos en una sociedad democrática, no por la
falta de interés de sus miembros. La diferencia entre las manifestaciones que
realiza esta agrupación y los actos de repudio ejecutados por el régimen de
Fidel Castro se debe al poder que le confiere a los segundos un estado
totalitario. Nada los aparta en el apego a la irracionalidad, la intolerancia y
la simplicidad de los medios. Saavedra quizá aspire a que ahora, con Trump, su
poderío aumente.
Saavedra es un hábil titiritero siempre
dispuesto a mostrar su espectáculo. A veces actúa por cuenta propia, otras no
es más que un simple títere de intereses mayores. Tiene todo su derecho. Pero
no debe ser ignorado. Es la mejor manera de proteger la misma libertad que le
permite mostrarse, irritado y vehemente, ante el fotógrafo de turno.
Este texto es
una versión actualizada de otro, publicado el viernes 12 de septiembre de 2003,
en el Nuevo Herald.