Tristeza producen las imágenes y declaraciones
de los cubanos que han quedado varados en terceros países; sentimientos
solidarios de mínima humanidad —y más si se ha nacido en Cuba— ante la frustración,
incluso el desespero de los que han pasado por riesgos, peligros mortales e
invertido ahorros, el producto de la venta de sus propiedades y la ayuda de sus
familiares en el exilio para lograr un objetivo, que a punto de alcanzarse o con
la esperanza de lograrlo hoy se ha transformado en un desconsuelo árido.
Nada nuevo, por otra parte, en lo que respecta
al caso cubano. Décadas atrás era común que quien intentara irse de Cuba
enfrentara no solo la represión y el ostracismo político —incluso entre
familiares y antiguos amigos que de pronto dejaban de serlo—, sino también una
espera que se extendía por varios años, los cuales se iniciaban con la
separación laboral y en los que una y otra vez se atravesaba el ciclo de
esperanza-frustración: trámites que llevaban a visas nunca obtenidas o
canceladas, cierres temporales —con frecuencia de varios años— en la otorgación
del permiso de salida y las dificultades más diversas, impuestas por el régimen
y diversos gobiernos extranjeros. Todo ello mientras se soñaba con la
oportunidad única. Época además en que solicitar el permiso de salida era, realmente,
un acto de oposición; a veces permitido, pero siempre castigado. No es un
empeño en establecer comparaciones y distancias, sino simplemente dejar
constancia.
Luego la huida se convirtió,
fundamentalmente, en una carrera contra el reloj, donde fines y medios fueron
definidos por el dinero. Dinero para escapar; dinero por alcanzar en Miami o
cualquier otra ciudad de Estados Unidos. La motivación económica —nada
condenable de por sí— también tuvo sus altibajos, y desde hace algún tiempo
estos también son conocidos.
Nada de encerrarse en reprochar “abusos” ahora, pero el
sentimiento ante lo ocurrido —válido como respuesta emocional— tendrá, como
siempre, duración limitada. La prensa lo utilizará por algunos días —pocos
debido a los acontecimientos nacionales la próxima semana— y los políticos, por
supuesto, tratarán de aprovecharlo al máximo.
Lo demás será una vuelta a lo cotidiano,
y esa cotidianidad ya estaba impuesta. Porque en los sentimientos siempre se
mezclan o coexisten la sinceridad y la hipocresía. Y pese al pecado poco
original que todo periodista debe evitar—el citarse o repetirse—, me arriesgo a
publicar de nuevo una columna aparecida el 12 de octubre de 2015 en el Nuevo Herald, para recordar que, al
menos, no podemos decir que no estábamos advertidos. Solo añadir que las cifras
ofrecidas en el artículo original fueron luego ampliamente superadas.
¿Reajuste cubano?
Si hay un aspecto que hasta el momento
puede señalarse como fallido, en el enfoque de la administración Obama respecto
al Gobierno cubano, es el objetivo de reducir el incesante tráfico migratorio
desde la isla.
Durante los nueve primeros meses del año
fiscal 2015 (octubre 2014-junio 2015) entraron en Estados Unidos 27.296
cubanos, según cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de EEUU.
Ello implica un aumento del 78 por ciento respecto al mismo periodo del año pasado.
La esperanza de que un acercamiento entre
Washington y La Habana iba a mejorar las cosas en Cuba ha quedado suplantada
por la realidad de aprovechar el momento para escapar.
El alza en las salidas responde
fundamentalmente al temor de que la normalización de vínculos entre ambos
países pondrá fin a la Ley de Ajuste Cubano, que otorga un trato especial a los
cubanos. Como suele ocurrir, la avalancha provocada por el miedo a la supresión
o cambio de la medida está contribuyendo precisamente a que cada día resulte
más difícil sustentar que se mantenga vigente.
Continuamos presenciando el abandono de
un país donde impera la represión, el desencanto y la inseguridad. Aunque
asistimos a un escape distinto. En mucho casos es simplemente temporal y sin
necesidad de desprendimiento alguno. Y ello, por supuesto, está cambiando a un
exilio que en buena medida ha dejado de merecer tal nombre.
Sigue en pie el indiscutible derecho de
buscar afuera un futuro mejor al que brinda el país de origen. Pero atrás quedó
el principio de abandonarlo todo y empezar de nuevo como un acto de
reafirmación.
El concepto de emigrante se ha impuesto
sobre el de exiliado y se diluye la idea de la diáspora, tanto en su acepción
de un viaje más allá de las fronteras de la patria, como en su aspiración de un
regreso a los principios fundamentales. El salir a medias sustituye el regreso
añorado.
Nada de ello elimina riesgos, esperanzas
y temores. Simplemente hay un cambio de sentido en la partida, que hace que
ahora algunos esgriman la condición de refugiado como medio de obtener
beneficios y no como realidad lacerante.
En un mundo donde la palabra inmigración
se asocia a otras como crisis y rechazo, y en un país en que el tema ha
irrumpido de lleno en la campaña electoral presidencial, los cubanos disfrutan
de una especie de paraíso, al que una mayoría se acoge pero del que también
unos cuantos —¿o muchos?— abusan.
Vivimos un momento en que las fronteras
entre Cuba y Estados Unidos — países que al menos en política e ideología
continúan siendo contrarios— son cada vez más porosas. Este hecho, que en
líneas generales puede considerarse un avance, tiene también una característica
no tan meritoria: una subordinación —primero al Estado, luego a la familia y
por último a otra nación— que hace que quienes viven en la isla no solo sean
incapaces de trascender del ámbito familiar al ciudadano, sino que vivan
encerrados en la burbuja de la válvula de escape.
Un matrimonio de más de 65 años vive en
la isla con unas pensiones miserables que no llegan a los $20. Se traslada a
Miami y puede llegar a recibir hasta $1.457 mensuales en ayuda económica
suplementaria y sellos de alimento. El logro solidario y la condición de
expatriado quedan desvirtuados si esa pareja decide pasar una parte del tiempo
aquí y otra allá. Residiendo en ambos países a cuenta de unos beneficios a los
que no contribuyeron en nada para obtener. ¿Humanidad hacia los refugiados
cubanos o injusticia con los contribuyentes estadounidenses? ¿Hay que comenzar
a pensar en un reajuste?