Donald Trump dijo el domingo que está
creando una comisión encabezada por el vicepresidente Mike Pence, la cual
investigará su acusación de fraude masivo durante la elección de 2016.
Durante una entrevista con Fox News
emitida justo antes del SuperBowl del domingo, Trump hizo un listado de las
maneras en las que creía que había ocurrido el fraude electoral.
El fraude fue evidente, dijo Trump,
“cuando miras los registros y ves que gente muerta votó, que gente anotada en
dos estados votó en dos estados, cuando ves otras cosas, cuando ves ilegales y
están en las planillas de votación”.
Trump y la Casa Blanca no han podido demostrar
la alegación del Presidente, ya que no ha habido prueba alguna, hecha pública,
de una votación fraudulenta a gran escala durante la elección de noviembre
pasado. Es más, con anterioridad los abogados de Trump habían confirmado, según
aparece en documentos legales, que no había prueba de fraude en la elección del
8 de noviembre.
Sin embargo, ahora Trump habla de un fraude
de alrededor de tres millones de boletas, las mismas que le faltaron para ganar
el voto popular.
Llama la atención este empecinamiento de
Trump. Veamos primero como esta derrota en el voto popular podría perjudicarle
en su mandato y encontramos que no lo afecta en nada en lo que se refiere a
funciones presidenciales. No solo no impidió que llegara a la Casa Blanca sino en
relación a los factores de gobierno, y del discurso del actual mandatario, esta
evidente falta de popularidad no impide que pueda actuar con plena autoridad. Y
por otra parte no ha hecho nada por atraer al sector de la población
norteamericana que no votó por él.
Se puede decir que ha dedicado sus
primeras dos semanas a pagar cuentas pendientes (promesas de campaña) y a sus
obsesiones.
Más allá de las protestas callejeras, por
diversos motivos, la derrota del voto popular no ha sido argumento para
impulsar una acción política determinada, y tampoco hay evidencia visible de
que el partido opositor esté preparando estrategia alguna a partir de ese
resultado.
Cabe por otra parte que su interés sea
por una corrección de algo mal hecho, que realmente crea que ha existido un
fraude. Lo que llama la atención entonces es que no exista un reclamo igual por
parte de otros políticos, incluso en su mismo partido, que solo la sombra de Pence
se limite una vez más a recordarnos aquel viejo anuncio de la Victor y “la voz
del amo”, y repita lo dicho por el presidente.
Así que, de momento, el supuesto fraude electoral
millonario se inclina a ser más un asunto personal que de Estado o nación. Susceptible
que es el Presidente.
Si las razones para llevar a cabo la
supuesta investigación son, al menos, torcidas, el procedimiento pinta a ser
abigarrado.
Para algo que no ha sido motivo de
polémica, sobre lo cual no hay el menor indicio y en que los factores más
diversos han confluido para no denunciar irregularidad alguna, la acometida es
más que desproporcionada.
Una comisión encabezada nada menos que
por el vicepresidente. Todo el poder posible para descubrir un fraude que,
hasta ahora, nada sugiere que exista.
Pero dicha comisión, desde antes de posar
para la foto de rigor, llama la atención por varios aspectos:
* Implica una
desconfianza hacia el sistema electoral: colegios, listas de votantes, máquinas
de votación, etc. En fin, un cuestionamiento de un sistema que, a nivel
nacional y en los últimos decenios, no ha dado muestras de incurrir en fallos o
caer en fraudes.
* Convierte al vicepresidente en
testaferro presidencial.
* Pasa por alto un procedimiento más
sencillo y menos costoso, que es encargar a esa misma maquinaria electoral, en
un año sin votación nacional, una revisión de las listas de electores en cada
distrito, o en los lugares que se considera se produjeron fraudes.
* Crea un clima de desconfianza en el
sistema electoral —lo cual podría ser también un objetivo del empeño en hablar
de fraude— con una repetida acusación, vaga y sin fundamento.
* Desvía la atención, y posibles
recursos, hacia otros problemas más acuciantes. Aquí también cabe la sospecha
de si ese no sea un objetivo tras la creación de la comisión.
En cualquier caso, la propuesta de Trump,
ejemplifica lo que han sido sus dos primeras semanas en la Casa Blanca: mucha
bulla y pocos resultados. Hemos comenzado a vivir bajo una presidencia que no
expone —y mucho menos avanza— en un plan de gobierno a través de los mecanismos
establecidos en una sociedad democrática, que ha funcionado —con las imperfecciones
conocidas— durante 230 años.
Podemos vaticinar —más bien intuir— que
una reforma tributaria se llevará a cabo este año, porque lo quiere el
Presidente, el partido gobernante y los legisladores que dominan el poder
judicial. Pero más allá de este cambio legislativo, es difícil especular. Hay
un interés grande por los republicanos de destruir el plan de salud creado por
el expresidente Barack Obama, pero más allá de dicha intención se sabe poco. Lo
demás se reduce a frases de campaña, arengas, promesas y sueños que cada cual
puede soñar a su antojo.
Todo eso lleva a que, como gobernados, se
nos ha comenzado a exigir confianza, fe y fidelidad en un mandatario que cada
día que pasa se parece más a un caudillo, y algunos —o muchos— se han mostrado
dispuestos a entregarse crédulos y vengativos, sin que mediara siquiera la
necesidad de pedirles tan devoción.
Lo que no es más que otra prueba de que
la democracia se deteriora en Estados Unidos. Y de ello habla el último estudio
de la revista The Economist.
El sistema político de EEUU ha sufrido
tal deterioro que ha pasado de considerarse una “democracia plena” a una
“democracia defectuosa”, de acuerdo con datos de la Unidad de Inteligencia de The Economist.
El índice Democrático 2016, el cual es
realizado anualmente, clasifica a 167 países según una puntuación que va de 0
(“régimen autoritario”) a 10 (“democracia plena”).
Por primera vez, durante los nueve años
consecutivos que lleva haciéndose el informe, EEUU tuvo una clasificación menor
a 8 puntos: 7,98, que lo coloca en el puesto 21 del ranking, por debajo de países
como Noruega, Alemania y Uruguay, que se encuentra en el lugar 19.
“Estados Unidos ha sido rebajado debido a
una mayor erosión de la confianza en el Gobierno y en los funcionarios electos.
No es consecuencia de Donald Trump, aunque la elección de Trump como presidente
de EEUU sí es en gran parte consecuencia de los viejos problemas de la
democracia en Estados Unidos", declaró Joan Hoey, redactor del informe.
Todo indica que dicho deterioro de la democracia, lejos de detenerse, se incrementará sustancialmente con la administración de Trump.
Todo indica que dicho deterioro de la democracia, lejos de detenerse, se incrementará sustancialmente con la administración de Trump.