Si se demuestra que lo ocurrido hoy
miércoles en Londres fue un ataque terrorista, la táctica empleada sería
similar a la de otros ataques llevados a cabo en Francia, Alemania e Israel:
atentar contra inocentes en sitios vulnerables y cotidianos, buscando matar al
mayor número posible, con medios improvisados como un vehículo.
Tal modo operativo demuestra por una
parte la efectividad del contraterrorismo en Occidente, pero por la otra deja
bien en claro lo fácil que le resulta a un individuo acabar con la vida de
varios ciudadanos anónimos mediante un acto indiscriminado.
Y hay un factor, al parecer inevitable,
que está contribuyente a que esos intentos por implantar el terror en los
países occidentes estén en parte logrando su objetivo: la inmediatez de la
noticia.
A pocos momentos de ocurrir los hechos,
las imágenes del puente de Westminster estaban en las pantallas de televisión
de todo el mundo. Pronto las fotos en las páginas en internet de los periódicos
brindaron muestras variadas de solidaridad ciudadana, disciplina y sangre fría
policial, así como de la efectividad de un sistema de respuesta rápida ante las
emergencias, pero también brindaron notoriedad a lo que se supone fue un ataque
terrorista.
A veces uno se pregunta por las ventajas
de la época en que un suceso de tal tipo aparecía en las ediciones vespertinas
de los periódicos, cuando lo ocurrido comenzaba a verse con mayor claridad. Por
supuesto que no deja de ser un pensamiento reaccionario —aunque el mismo no
llegue a añoranza—, pero hay cierta vulnerabilidad que paradójicamente trae
consigo una mayor información. En buena medida por lo limitado de los supuestos
medios terroristas, pero también por la capacidad londinense para enfrentar un
peligro de esta naturaleza, las imágenes en este caso nos han ayudado más a
reafirmar certezas que alimentar terrores.