El hombre que mató a tres personas cerca
del Parlamento británico antes de ser abatido a tiros nació en Reino Unido y
fue identificado hoy jueves como Khalid Masood, que una vez fue investigado por
agentes de inteligencia del MI5 ante preocupaciones por su posible extremismo
violento, informa la agencia Reuters.
El hecho ejemplifica lo limitado de la
política migratoria que quiere establecer el presidente estadounidense Donald
Trump, que siempre ha considerado la amenaza terrorista como un hecho externo,
que se origina en el “otro”, lo que viene de afuera, lo exterior del país.
Pero al mismo tiempo también seguramente
será utilizado como ejemplo por los seguidores del mandatario estadounidense
para justificar un cierre de fronteras. El problema, para estos últimos, es que
las naciones de lo que se considera “el primer mundo” siempre han enfrentado
dificultades a la hora de asumir su pasado colonial o neocolonial. No se puede
transitar por la geografía y la historia apropiándose de los beneficios
—explotando, para decirlo en un mensaje más rudo— sin asumir o en alguna medida
lidiar con las consecuencias de ese pasado.
La policía dijo que Masood, de 52 años,
nació en el condado de Kent, en el sureste de Inglaterra y estaba viviendo
recientemente en la región central de West Midlands.
“Masood no era actualmente objeto de
investigación y no había inteligencia previa sobre su intención de cometer un
ataque terrorista”, dijo la Policía Metropolitana en un comunicado. “No
obstante, era conocido por la policía y tuvo una serie de condenas previas por
asaltos, incluido GBH (daño corporal severo, por sus siglas en inglés),
posesión de armas y afrentas al orden público”, agregó.
La primera ministra, Theresa May, dijo
antes al Parlamento que el atacante fue investigado una vez por el MI5 en
relación a sospechas sobre extremismo violento, pero que era un “personaje
periférico”.
La policía dijo que Masood no había sido
condenado nunca por delitos terroristas. Su primera condena fue en 1983 por
daños penales y la última, en diciembre de 2003 por posesión de un cuchillo.
La policía arrestó a ocho personas en
seis lugares de Londres y Birmingham en la investigación sobre el atentado,
que, según May, se inspiró en una ideología islamista retorcida.
Unas 40 personas resultaron heridas, de
las cuales 29 siguen hospitalizadas, siete de ellas en estado crítico. Los
fallecidos fueron dos transeúntes, un policía apuñalado y Masood.
El ataque, llevado a cabo con medios
simples, vuelve a poner a prueba las peculiares características de la
democracia británica.
Cualquier visitante de Londres, sobre
todo si proviene de Estados Unidos, contempla con una mezcla de extrañez y
asombro como muchos policías londinenses realizan su labor sin armas de fuego.
Después de haber arrollado a varios peatones
que pasaban sobre el puente de Westminster, Masood bajó del coche y se dirigió
a la entrada del complejo del Parlamento británico, situado en el corazón de
Londres.
Allí estaba con su chaleco amarillo Keith
Palmer, miembro de la comandancia de protección parlamentaria y diplomática de
la Policía Metropolitana y con 15 años de experiencia, y quien se convertiría
en uno de los cuatro muertos en el ataque del miércoles.
Era un agente desarmado.
¿Pero cómo es posible que no portara
pistola alguien con tal responsabilidad?
De hecho, Palmer no era el único.
En Reino Unido, al igual que en Irlanda,
Islandia, Noruega y Nueva Zelanda, además de un puñado de naciones isleñas del
Pacífico, los oficiales suelen patrullar desarmados.
Solo algunos cuerpos especiales tienen
permitido portar pistolas o similares, y únicamente en situaciones
determinadas.
Esto no quiere decir que los policías
municipales no estén armados. Portan porra —que solo pueden emplear en defensa
propia y para restaurar el orden— y espray de pimienta, además de esposas.
Pero si consideran que la amenaza así lo
requiere, deben pedir asistencia a los policías que sí tienen autorizado el uso
de armas (AFO, por sus siglas en inglés).
Estos reciben un entrenamiento especial
para poder utilizarlas y desde 1991 se despliegan en vehículos de respuesta
rápida.
De acuerdo a la última estadística del
Ministerio del Interior de Reino Unido, el 31 de marzo de 2014 había en
Inglaterra y Gales 5.875 policías armados, un 4% menos que el año anterior y
15% menos que en 2009, de acuerdo a la BBC.
"En los últimos seis años ha habido
una tendencia general a la baja en el número de oficiales de policía con armas
de fuego", señalaba el informe.
La medida tiene 186 años de historia.
”Gran parte de lo que consideramos normal
en la labor policial se estableció a principios del siglo XIX”, señaló a la BBC
Peter Waddington, profesor de Política Social de la Universidad de
Wolverhampton, en Reino Unido.
“Cuando (en 1829, el ministro del
Interior) Robert Peel formó la Policía Metropolitana había mucho miedo a los
militares”, explicó.
“Así que los ciudadanos temían que la
nueva fuerza fuera también represiva”.
Si los “bobbies” consideran que la
situación lo requiere, deben pedir asistencia a los policías que sí tienen
autorizado el uso de armas (AFO, por sus siglas en inglés).
Por ello, que los “bobbies” —se llamarían
así por el diminutivo de Robert Peel, Bob— vistieran de azul “era un esfuerzo
por distinguirlos del Ejército”, aclaró Waddington.
El uniforme de la infantería era rojo.
Sin embargo, en Reino Unido la discusión
de si debería haber más agentes armados, sobre todo en la capital, Londres,
está a la orden del día.
El tema ya estuvo sobre la mesa antes del
ataque del miércoles.
Fue en septiembre de 2012, cuando dos
mujeres policía fallecieron en un tiroteo en Mánchester, una ciudad del
noroeste de Inglaterra y la segunda más poblada del país.
Las oficiales Nicola Hughes y Fiona Bone
respondían a una llamada por robo y no portaban armas.
Ante esto, el cineasta Michael Winner —fundador
del Police Memorial Trust, una organización que erige monumentos a los policías
británicos caídos en el cumplimiento del deber— y Tony Rayner, expresidente de
la Federación Policial de Essex, pidieron armar a los oficiales.
Sin embargo, según los sondeos no llevar
armas es algo con lo que los propios agentes están de acuerdo.
Según encuestas de la propia policía, la
mayoría de los agentes que andan desarmados prefieren seguir así.
Una encuesta llevada a cabo por la
Federación de Policía de Reino Unido —la asociación que representa a
alguaciles, sargentos e inspectores jefe— entre 47.328 de miembros en 2006
concluyó que el 82% no deseaba estar armado.
Y eso que casi la mitad reconoció haber
estado “en grave peligro” en los últimos tres años.
Uno de los que ha respaldado la política
de no armas es el jefe de la Policía del Gran Mánchester, Peter Fahy.
“Nos apasiona el estilo británico”, dijo.
“Es triste pero sabemos por la
experiencia de Estados Unidos y otros países cuyos oficiales están armados que
eso no significa que no los maten”, añadió.
Ojalá que esta norma y tradición
continúe, pues de lo contrario los terroristas podrían anotarse un triunfo en
su campaña por destruir el modo de vida de Occidente.