¿Y si fuera cierto que a Trump lo han
estado investigando las agencias de inteligencia? Pues la conclusión entonces
no es afirmar que el actual presidente de Estados Unidos es inocente o
culpable, sino dilucidar si existieron —o existen— razones justificadas para
esa investigación. En este país todo el mundo es inocente hasta que se pruebe
lo contario. Pero como están las cosas, es probable, o muy probable, que existieran
razones para la investigación, o todavía las hay.
El problema con tal enredo —no encuentro
otra palabra para describir mejor lo que está ocurriendo— es que hay en curso
una batalla entre la realidad y la retórica. Y en este punto hay que reconocer
que Trump ha logrado su objetivo.
Investigar a Trump no ha sido ni es un
delito. El uso inapropiado de un servidor privado de internet y todo un conjunto de correos electrónicos de su oponente, Hillary Clinton, fueron investigados durante un tiempo que —nada casualmente— coincidió mayormente con la campaña electoral.
Por lo tanto, lo que aún no se puede
afirmar es que Trump fuera o es culpable de algo.
Ese algo es imposible de precisar en
estos momentos. Solo pocos saben en este país, con certeza, sobre la inocencia
o culpabilidad de Trump.
La cuestión fundamental es que, cuando el
mandatario produjo los famosos tuits, dio a entender algo muy distinto.
Trump dijo literalmente que Obama le había
“pinchado” los teléfonos. Y agregó en los cuatro tuits tres palabras claves: macarthismo,
Nixon, Watergate.
Estas tres palabras definieron sus
mensajes mucho más allá de la simple mención a que sus teléfonos habían sido
intervenidos (“pinchados”).
Estas palabras caracterizaron la supuesta
intromisión telefónica como una vendetta política, un abuso de autoridad, un
atentado a la privacidad: un acto propio de un régimen totalitario.
Primero a través de sus asesores y luego
personalmente, en la reciente entrevista con la cadena Fox, Trump ha intentado
cambiar el alcance de lo que escribió. Durante semanas se viene debatiendo
sobre si, en efecto, sus líneas telefónicas fueron intervenidas o si se
emplearon métodos más modernos para conocer sus comunicaciones, o contenidos de
información que pudieran brindar datos relevantes.
Así se ha pasado a la semántica, la
gramática, la tecnología y los actuales
medios de espionaje —incluso formas más inverosímiles, como el gesto de las comillas
con las manos de su secretario de prensa o la referencia a los hornos de
microondas por su asesora más florida y esperpéntica— en un despliegue amplio
de encubrimiento.
No todo ha sido tiempo perdido en tal
embrollo. Hemos asistido también a un cambio notable de posición, por parte de
uno los legisladores en apariencia más fieles a Trump.
Devin Nunes, el representante por
California que participó en el equipo de transición de Trump y está al frente
de la comisión de inteligencia de la Cámara de Representantes dijo el miércoles
que no existían pruebas de que en la Torre Trump se hubieran intervenido los
teléfonos durante el tiempo que el actual mandatario era candidato.
“No creo que hubo una intervención
telefónica en la Torre Trump”, dijo Nunes. Agregó que si se tomaban al pie de
la letra los tuits de Trump, entonces “claramente el Presidente estaba
equivocado”.
Por su parte, el secretario de
Justicia, Jeff Sessions, que actuó como
consejero legal durante la campaña de Trump y también participó en el equipo de
transición, respondió con un “no” cuando los reporteros le preguntaron si le
había ofrecido al Presidente información alguna sobre la supuesta intervención telefónica
en la Torre Trump.
De esta manera la afirmación de una
actitud vengativa y francamente totalitaria, por parte del ahora expresidente
Obama, ha quedado prácticamente descartada.
La intervención en las comunicaciones de
un agente extranjero o de un representante de una potencia enemiga es un
ejercicio cotidiano de las agencias de inteligencia de las más diversas
naciones en el mundo actual.
Sin embargo, en Estados Unidos, para
extender dicha actuación a un ciudadano estadounidense se requiere una
autorización judicial. Y esa autorización o su solicitud es la que hasta ahora
no aparece.
No es lo mismo que en una llamada
interceptada de un embajador, funcionario o agente extranjero figure un
estadounidense al otro lado de la línea (por lo general el nombre se tacha
cuando se da a conocer el informe, si no resulta relevante o no está autorizada
su divulgación). Lo que importa aquí es la relevancia o participación del
estadounidense: caso Flint.
Por lo que queda en pie es una pregunta
más amplia: ¿había razones para sospechar de Trump o de su equipo?