Entre rencillas internas y súplicas o
reclamos al gobierno estadounidense de turno transita la oposición cubana.
De las declaraciones de Antonio Rodiles
al Nuevo
Herald se desprende que:
-
Los activistas de la llamada disidencia, oposición, sociedad civil u otra
denominación, con posibilidades de divulgación en Miami, continúan aferrados a
un discurso dependiente de Washington. Esta retórica les brinda ventajas y
desventajas, que vienen desarrollando año tras año. Al intentar depender los
avances o retrocesos de una supuesta lucha por la democracia en Cuba
participan, sin reconocerlo, en un debate político extraterritorial que les
permite justificar sus fracasos o la imposibilidad de un avance en sus reclamos
a favor de los derechos humanos con argumentos ajenos. En este caso la proposición no se refiere a ayuda económica del Gobierno estadounidense a través del exilio —que puede ser cuestionable pero al mismo tiempo se debe aclarar que admite varias respuestas— y tampoco al apoyo a la disidencia por parte de Washington que se solicita —y que por otra parte nunca ha cesado— sino a acciones directas de la Casa Blanca para resolver el problema cubano.
- El papel a desempeñar por el Gobierno de Estados Unidos, en su
relación con el cubano, se convierte en la clave sobre el destino político,
social y económico de la isla. Lo que lleva a una admisión de dependencia
extrema.
- La relación
entre La Habana y Washington debe definirse, según esa oposición, en términos
de presión económica, aunque en ocasiones se intente manifestarse no tan claramente
al respecto. Las referencias a “entrada económica”, “beneficio al régimen” y el
permitir “sobrevivir” al sistema imperante en Cuba se asocian con una supresión
de fuentes de ingreso, en las cuales no resulta fácil aislar la parte destinada
al gobierno —ya sea directamente mediante gravámenes, impuestos u honorarios, o
indirectamente por otros medios de comercialización como la empresa estatal— y
lo que va a parar inmediatamente al bolsillo del ciudadano de a pie. Como en
ocasiones anteriores, los postulados de Rodiles evidencian la voluntad de
privar de fondos al Gobierno de La Habana por cualquier medio, incluso aunque
ello signifique mayores sacrificios para la población cubana. Bajo tal
enunciado se vuelven a repetir dos principios de vieja data en Miami: la teoría
de la “olla de presión” y la tesis del aislamiento comercial, financiero y
económico. Curiosamente estos dos principios, de los cuales Rodiles hace no
solo una amplia defensa sino una petición urgente, son abrazados con fervor
emocional —más que con racionalidad— por un sector del exilio que se niega a
reconocer que en la práctica han fracasado una y otra vez.
- La exigencia de protagonismo como razón de ser y no como
consecuencia de una acción. Protagonismo que por otra parte no se busca en el
supuesto territorio de l< lucha política, sino en el mapa de configuración
de las definiciones. Así surge una y otra vez el reproche de haber sido “invisibilizados”
por el Gobierno de Barack Obama en una negociación entre Estados. Reproche que,
por otra parte, no toma en cuenta que esa propia administración, que de forma
tan vocinglera han manifestado detestar, estuvo durante ochos años
contribuyendo fundamentalmente a su mantenimiento económico, de forma directa o
indirecta.
- La pésima costumbre,
entre grupos opositores, de hacer públicas sus diferencias y manifestar sus
críticas en el exterior. Al argumento en favor de tal actitud, de que ello
implica transparencia y pluralidad democrática, debe contestarse con la
aclaración de que por lo general las manifestaciones críticas hacia otros
grupos pretenden disminuir otros esfuerzos con imputaciones y declaraciones de
superioridad. Rodiles calificó de “fantasía” la campaña por un plebiscito en
Cuba liderado por la activista Rosa María Payá, de acuerdo a lo publicado en el
Nuevo
Herald. También dedicó “duros términos” a la estrategia seguida por
activistas del proyecto Otro 18, de acuerdo a la misma fuente.
- Parlamentos como el
de Rodiles, que siempre cuentan con la complacencia de la prensa de Miami, no
se libran de caer en lo que en términos cubanos podría llamarse “Política
Cómica” o en expresión más universal catalogar simplemente de farsa: “Todo lo
que esté dando beneficio al régimen y no al pueblo debe ser revertido”. Los
opositores tendrían entonces que “explicar” al pueblo el objetivo político de
medidas que podrían afectarlos directamente, de acuerdo al Nuevo
Herald.
La conclusión
entonces es que el natural “campo de batalla” de la oposición cubana se
traslada a las plácidas playas y las congestionadas calles de Miami, para
agregar un poco más de ruido a la ciudad.