Si desde el primer momento el intento de
anular y reemplazar la Ley de Cuidados de Salud Asequibles (ACA) o Obamacare ha
sido una batalla política, cada día que pasa la política —en la acepción más
desagradable del término— se impone con mayor fuerza sobre el declarado
esfuerzo de establecer un mejor plan de servicios médicos para los
estadounidenses.
Esto ha llevado al punto de considerar el
proyecto de ley en discusión, en algunos círculos de los partidarios más fieles
al presidente Donald Trump, como simplemente una “trampa de Ryan”.
El aspecto mas notorio y evidente de tal
alerta lo produjo Breitbart, al hacer
pública la filtración de una grabación de audio en que, ante congresistas
republicanos, el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, afirma
que “no iba a defender a Donald Trump, no ahora, no en el futuro”.
La pregunta pertinente es por qué ese
sitio de contenidos tan cercano al Presidente —y del que estuvo a cargo el
principal asesor de estrategia política del mandatario hasta hace poco tiempo—
resucitaba ahora un audio con palabras ya conocidas y de otro momento, pronunciadas
tras la divulgación del video de Access
Hollywood en que Trump alardeaba de una conducta sexual inadecuada.
A la grabación en Breitbart hay que sumar una columna de opinión de Christopher
Ruddy, un amigo por años de Trump, y jefe ejecutivo de Newsmax Media, publicada el martes, en que se insta al Presidente a
“enterrar” la propuesta de ley.
Con un proyecto polémico desde que se dio
a conocer —atacado tanto por los republicanos más extremos como por los más
moderados, así como por muchos gobernadores de ambos partidos— y bajo críticas
aún más fuertes luego que la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) ofreció
sus proyecciones de que el plan dejaría sin seguro a 14 millones de
estadounidenses en 2018 y 24 millones durante la próxima década, queda por
verse hasta dónde el mandatario está dispuesto a arriesgar su capital político
en una medida con posibilidades de terminar en fracaso, un estancamiento o una
discusión de meses que paralice otros proyectos, como ocurrió en el inicio del
primer mandato de Obama.
Lo primero que llama la atención es la
decisión del Presidente de asumir un riesgo tan elevado al comienzo de su
mandato. Si bien durante su campaña había situado como una de sus prioridades
que, desde el momento que pusiera un pie en la Casa Blanca, buscaría la
eliminación del Obamacare, en las primeras semanas pareció que tal promesa le
tomaría más tiempo: desde las afirmaciones de que el problema era más complejo
de lo que suponía hasta los comentarios de posibles plazos que se extendían a
finales de año o inicios del próximo.
Sin embargo ahora, días apenas antes del
inicio de la primavera, la Casa Blanca, el Congreso y todo el país están
enfrascados en la discusión de un proyecto de ley que parece satisfacer a pocos
o a nadie.
¿De
quién es la trampa?
Desde igual óptica de estrategia
política, a Trump pudiera haberle sido más útil lanzarse primero a cumplir su
también promesa de un amplio plan de creación y remodelación de la
infraestructura del país, o a la reforma fiscal tan mencionada, que a ese campo
minado que siempre ha sido, para cualquier presidente de esta nación, un plan
de servicios médicos.
Sobre las razones de Trump solo cabe
especular. Quizás analizó que la sustitución del Obamacare le brindaría tales
réditos que a partir de ese momento cualquier otra propuesta sería fácilmente
aprobada. Es posible que la sombra de Barack Obama —el deseo de destruir, con
la aparente intención de mejorar, el mayor logro de su predecesor— determinara
su conducta. En cualquier caso, se ha lanzado a la batalla. Pero aquí cabe un
señalamiento importante. Trump se ha incorporado a una batalla que no le es
ajena, pero tampoco propia. El plan propuesto es de Ryan, no suyo.
En el caso del legislador republicano la
explicación de llevar a cabo su anhelo es obvia. Desde hace años Ryan viene
tratando de lograr esta propuesta, y para sus fines escogió el momento
adecuado.
Solo que entonces cabe otra pregunta, aun
más importante: ¿es una trampa de Ryan a Trump o de Trump a Ryan?
El representante Ryan es quien uno tiende
a mencionar ante la interrogante de los posibles rivales de Trump dentro del
mismo partido. La alianza forzosa entre ambos se sabe circunstancial, y quizá
en este ejercicio de poder el mandatario esté demostrando mayor sagacidad
política.
Si fracasa la propuesta, el posible mayor
perdedor será Ryan —de conocidas ambiciones presidenciales—, no Trump.
Aunque esta respuesta también es circunstancial,
y depende al menos de dos factores: hasta dónde llegará la implicación del
Presidente en un plan que verbalmente ha hecho suyo —aunque este detalle en
Trump no es confiable— y también otra cuestión: cuál será el alcance de un
fracaso en la negociación para la propia presidencia.
Las
alternativas de Trump
Puede entonces decirse que en estos
momentos asistimos a los primeros encuentros de una batalla que puede ser más o
menos larga —y el interés de Ryan es hacerla lo más breve posible—, pero cuyo
resultado final, si resulta desfavorable para el legislador republicano, no
significará ni el final de los esfuerzos para poner fin al Obamacare ni tampoco
dejará sin alternativas al Presidente.
Así que la atención debe concentrarse no
solo en las discusiones que se llevan a cabo actualmente, sino en la forma en
que maniobre Trump para nadar y guardar la ropa, y hay que añadir que el
mandatario tiene varias opciones a su favor.
Al parecer, conscientes de dichas
opciones, los demócratas están tratando también de aprovechar el momento, y por
ello es que han decidido hablar de Trumpcare en lugar de Ryancare, para
mencionar la Ley Americana de Cuidados de Salud (con la primera palabra para
indicar que la patriotería ha llegado a la consulta médica). Algo así como la
importancia llamar Trump a algo, aunque no sea lo apropiado de origen, pero sí
de fines (demócratas).
Sin embargo, el intento demócrata es
limitado cuando se tiene en cuenta que en la actualidad uno de los principales
argumentos que Trump está empleando —y que le serviría en el futuro para un
nuevo intento— es que el Obamacare se encamina a una implosión, y cabe esperar
que hará lo que esté a su alcance para que dicha implosión ocurra, si fracasa
el actual proyecto de ley.
La
“implosión” del Obamacare
Cuando Trump se dirigió a los miembros de
la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), mencionó lo que les
había dicho tanto a Ryan como al secretario de Salud, Tom Price, y a su equipo
de la Casa Blanca: “Les dije que, desde un punto de vista estrictamente
político, la mejor cosa que podemos hacer es nada. Dejar [al Obamacare] que
implosione completamente. Ya está implosionando”. Agregó que no haría eso
porque “no es lo correcto”.
Pero en una situación de falta de acuerdo,
o en última instancia fracaso del proyecto, el Presidente podría alegar —hasta
cierto punto— que no es su responsabilidad plena sino de la forma tradicional
de hacer política en Washington.
Cuenta además con otra importante baraja
en el juego: una implosión del Obamacare eliminaría muchos de los argumentos
actuales en contra del proyecto de Ryan, que ya no sería de él sino de Trump.
Claro que dicho argumento tiene algo en
contra, y es que realmente el Obamacare no se encamina necesariamente a una
implosión.
Las
cartas de Trump
Hay 11 millones de estadounidenses que
pagan para obtener dichos beneficios y 9 millones que reciben subsidios. La ley
es más popular que nunca.
Así que la idea de echarle la culpa a los
demócratas, y particularmente a Obama, por un plan fallido, no pasa —de momento
y solo de momento— de ser más que una ilusión.
Aunque existe el peligro de que nuevas
acciones por parte del Gobierno de Trump acerquen a la realidad esa posibilidad
de implosión.
La primer orden ejecutiva del nuevo
presidente fue para que las dependencias gubernamentales tomaran cualquier
acción que consideraran necesaria para minimizar las cargas del Obamacare, y ha
sido interpretada por el Servicio de Rentas Internas (IRS) como una medida que
deja sin efecto la disposición, durante el mandato de Obama, de interrumpir el
procesamiento de los reembolsos de las declaraciones de impuestos, para
aquellos que no dejan claro que se encuentran asegurados, lo que abre un amplio
paréntesis para quienes no quieren cumplir con la disposición de inscripción
obligatoria. Por otra parte, la inseguridad sobre el futuro del Obamacare se
traslada a la posibilidad de más aseguradoras retirándose del plan. Todo ello
trae como consecuencia que la disminución de inscriptos jóvenes y saludables
terminará sobrecargando las pólizas de los más viejos y enfermos, en caso se
continuar vigente la actual ley de salud.
A eso se une que la nueva administración
suprimió en enero la publicidad llamando a la inscripción, incluso cuando ya
había sido pagada, aunque la restableció luego, pero de forma tardía y
limitada.
Todo esto ha traído como consecuencia que
la cifra proyectada de inscriptos no se alcanzara. La campaña de inscripción se
encaminaba a superar la cifra récord del año pasado a comienzos de enero, pero
terminó por debajo, con 500.000 menos inscriptos.
Se debe añadir que la vasta mayoría de
los estadounidenses cuentan con seguro de salud a través de sus empleos,
Medicare y Medicaid. Quienes han tenido problemas con el aumento de las pólizas
y el abandono de las aseguradoras constituyen solo el 6 % de quienes adquieren
seguros en el mercado abierto, mediante el Obamacare pero sin subsidios.
Pero un estimado del 32 % de los condados
del país tienen en la actualidad una sola aseguradora que brinda sus servicios
a través del Obamacare, lo que significa un incremento del 7 % con relación al
anterior año. (Algunas aseguradoras ya estaban abandonando el mercado desde
antes de la elección presidencial.)
Trump entonces cuenta con posibilidades
de convertirse en “el salvador” de los servicios médicos para los
estadounidenses, incluso si fracasara el actual plan, mediante una nueva
propuesta. Todo queda en si sabe jugar bien sus cartas, algo que hasta ahora ha
demostrado ser capaz.