Fue la foto del día y no la tomó ningún estadounidense
sino un fotógrafo ruso. El presidente Donald Trump charlando sonriente en el
Despacho Oval con el canciller ruso, Sergei Lavrov, y el embajador de ese país
en Washington, Sergei Kisliak. Pero también pronto se convertirá en una imagen
única, solo para el recuerdo.
Se comenta que Kisliak abandonará la
capital estadounidense, después de dejar colgado del hilo a quien fuera asesor
de Seguridad Nacional por unos días, el general Michael Flynn. Y Trump, que ha
demostrado un marcado gusto por los militares, puede que se sienta halagado,
aunque no tiene motivos para ello. Putin parece dispuesto a enviarle uno en
sustitución de Kisliak.
La relación entre Rusia y Estados Unidos
es la clave que define a la administración Trump. Dicha clave va mucho más allá
de la investigación en marcha sobre la injerencia rusa en las pasadas elecciones.
Y apenas asistimos al comienzo de una trama tan compleja, que da pie a las
especulaciones más diversas.
Por ejemplo, se ha hablado de un trueque:
un supuesto despido del embajador ruso en
Washington a cambio de la destitución del director del FBI, James Comey.
Rusia lo ha negado.
No discutimos con nadie los cambios de
nuestros cuadros y solo damos a conocer las decisiones tomadas en tal sentido
por el presidente Vladimir Putin, aclaró el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov,
quien no negó ni confirmó la sustitución de Kisliak, ni la supuesta designación
de Antonov.
Cada vez se parecen más los pasillos del
Kremlin y los jardines de la Casa Blanca. Solo que los de Moscú llevan varias
décadas de ventaja.
En cualquier caso, la versión del
supuesto trueque no tiene muchos visos de credibilidad, aunque sí resulta
evidente el interés de ambas partes por un borrón y cuenta nueva, o con rostros
nuevos.
De acuerdo con Kommersant, este mes se realizarán en Moscú las audiencias sobre la
ratificación de Antonov, viceministro de Defensa de Rusia hasta el pasado año.
Entonces Putin lo devolvió, del departamento militar al diplomático, y lo nombró
viceministro de Asuntos Exteriores a cargo de “cuestiones de seguridad política
y militar”, aclara el diario.
El Kremlin tomó la decisión de nombrar a
un partidario de una política más severa en las relaciones con Occidente en
otoño, cuando el gobierno ruso se preparaba para la victoria de Hillary Clinton,
la cual consideraba que traería un aumento de la tensión en las relaciones
bilaterales. Pero lo ocurrido en Washington tras el triunfo de Trump no ha llevado
a un cambio de posición por parte de Rusia. Todo apunta a que Kisliak y Flynn se
han convertido en una huella que, si bien apunta hacia el fin de una ilusión
temprana, no por ello ha desaparecido el empeño de un acercamiento entre Putin
y Trump. Flynn —y la investigación en marcha— es el quid en el despido de
Comey, no Clinton. Solo que Flynn no está solo: otros cercanos miembros de la
campaña electoral de Trump lo acompañan.
Por ello el Kremlin sigue contemplando a
Antonov como el candidato principal, aunque Kommersant
señala que por ahora no se ha tomado una decisión definitiva.
Antonov, que encabezó la delegación rusa
en la negociación sobre el nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, ha
demostrado las dos cualidades más valoradas por el Kremlin: competencia y
fidelidad, señala The Moscow Times,
que también informa sobre el posible nombramiento.
La designación de Antonov como embajador,
quien fue incluido en la “lista negra” de sancionados de la Unión Europea a
raíz de la situación en Ucrania, sería un indicador sobre el posible rumbo de
las relaciones de Moscú y Washington, y de cuánto está dispuesto Trump, a la
hora de distanciarse de sus aliados naturales.
Esta es mi columna en El Nuevo Herald, que apareció en la edición del lunes 15 de mayo de 2017.