viernes, 16 de junio de 2017

Trump y Cuba: la farsa y la piedra


La historia es vieja, muy vieja; la ilusión infinita. Lo que no deja de producir sorpresa es esa capacidad del exilio miamense, de volver una y otra a tropezar con la misma piedra, y cuando no la encuentra buscarla y colocarla en la vía.
Donald Trump y el exilio, donde los papeles de seductor-seducido se han venido intercambiando desde que el actual mandatario se dio cuenta que no era una mala aritmética contar con votos de cubanoamericanos, y que tampoco era muy difícil ganárselos.
A partir de ese momento, las cifras han importado poco para repetir viejos mitos con nuevos nombres; acelerar mentiras que reafirmen, más o menos, que sin la “little help” de los cubanos de Miami, Trump no habría salido nunca de su penthouse en Manhattan; y también que sin la participación del actual inquilino de la Casa Blanca, el fin del castrismo resultaría imposible.
Lo peor es que vivimos uno de esos tantos momentos, en lo que respecta a Cuba y Estados Unidos, donde oportunistas, revanchistas y reaccionarios de ambas orillas compiten a ver quien cae más bajo.
Ni el régimen de La Habana merece defensa alguna, ni tampoco el desfile de los que se titulan opositores inspira confianza, y mucho menos el tardío reverdecimiento de La Pequeña Habana. Al final todo se resume a una pérdida de tiempo enorme para el avance de la democracia en ambas costas, y lo que se escucha es simplemente un coro de idiotas aprovechados o de aprovechados idiotas.
“Estoy tratando de revertir la dinámica; estoy tratando de crear un sector empresarial cubano que vaya adonde está el gobierno cubano y lo presione para que haga cambios. También estoy tratando de crear una clase floreciente de empresarios privados independiente del gobierno”, ha expresado el senador Marco Rubio, que de pronto se ha atribuido —¿realmente se lo ha dado Trump?— el papel de “Zar” de Cuba dentro de la Administración y el Congreso.
Sin embargo, esa creación de un “sector empresarial cubano” era precisamente lo que estaba tratando de hacer Obama, con resultados pobres. Porque si bien el régimen de La Habana acepta al trabajador por cuenta propia y una pequeña empresa privada con limitada contratación, lo que ha dejado bien claro que no permitirá es lo que considera “concentración de propiedad y riqueza”. O sea, la creación de verdaderos empresarios. Así que lo que se demuestra de nuevo es que ni demócratas ni republicanos tienen la más puta idea de cómo tratar con Cuba, y no me refiero solo al gobierno sino a la población en general.
Puro disparate pretender crear desde fuera una “clase floreciente” de empresarios “buenos”, frente a otros empresarios “malos” (los militares), cuando desde hace varias décadas el país está bajo el mando de una dictadura militar.
El colocar al Grupo de Administración Empresarial, S.A. (GAESA) en el centro de las nuevas medidas demuestra no solo una falta de visión política, al tratar con el gobierno de La Habana (porque en resumidas cuentas la administración Trump no renuncia a la negociación), sino una táctica desafortunada (que no rendirá frutos) y una estrategia sin posibilidades de triunfo.
Dejar fuera a los militares, como potenciales agentes de cambio en Cuba, podrá sonar “glorioso” en La Pequeña Habana, pero tiene en su contra siglos de historia, las geografías más amplias y los resultados políticos más notorios. Las transiciones no suelen ocurrir al gusto y la medida de los ineptos. Y los aptos no siempre son los intachables.
De momento, la tan anunciada política de Trump hacia Cuba se reduce a un acto de malabarismo. Más o menos como lanzar unos cuantos cohetes sobre un aeropuerto militar sirio propiamente avisado. Mucho para gritar y poco para defender. Un nuevo capítulo de la farsa. 

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A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...