Analizar el llamado debate sobre el
“centrismo”, que en la actualidad se lleva a cabo en Cuba, permite una lectura
que prescinde de la óptica del exilio y entra a considerar la discusión solo en
los términos que le dieron origen: la realidad de la Isla.
Por supuesto que no es la única
observación, y parte de la premisa de no ser excluyente, lo que no le resta ser
necesaria. Un enfoque en estos términos — más sociológico que político, en el
sentido de inmediatez y práctica del segundo— prescinde de las características
personales de los implicados —cualquier juicio de valor al respecto— y se
limita al fenómeno: el porqué de su existencia en estos momentos y sus posibles
implicaciones.
Lo primero que llama la atención es que
en Cuba —es decir en la prensa oficial y los medios oficiosos— se hable de
centro político o de una posición de neutralidad ideológica o política, o se
plantee el peligro de una “tercera vía”. Este simple hecho no solo reconoce una
existencia sino que la amplía, pese a los intentos de voluntades contrarias.
Desde el punto de vista lingüístico el
hablar de algo —no importa incluso si en una circunscripción imaginaria— abre
la puerta a su existencia; sin importar tampoco la dimensión temporal: sea hoy
o en el futuro. Más aún en un lenguaje de discusión política. De ahí la
importancia de la censura, tan apreciada en sistemas totalitarios y
autoritarios. Así que, para quienes el “centrismo”, lo primero a decirles es
que su empeño contribuye a la propagación de eso que combaten.
Y aquí nos encontramos algo a tener en
cuenta: el Gobierno de La Habana —de momento— ha prescindido de la censura.
Aunque cabe destacar de tal discusión lleva implícita una advertencia, tampoco
se debe olvidar que en otras ocasiones dichas “advertencias” han utilizados
formas más directas y perentorias: la policial.
Esto nos lleva a otro aspecto importante
también a mencionar, y es la adopción de un criterio de discusión —o
advertencia— en vez de recurrir al expediente policial.
Puede argumentarse que una discusión de
esta naturaleza no afecta directamente al poder o no llega a la calle, pero
dicho argumento enfrenta en su contra un historial de represión, por parte de
dicho Gobierno, donde un simple corto cinematográfico o una canción han desatado
las alarmas.
¿Se desprende del señalamiento de estos
dos aspectos una afirmación de que hay una mayor libertad? No necesariamente,
si lo llevamos a una valoración desde una óptica política inmediata o incluso
ética y moral —que desde el inicio se aclaró quedaban aquí fuera—, sino que simplemente
indica una nueva situación existente. Como este párrafo podría dar la impresión
de ser elusivo, vale añadir que es cierto que en la Cuba actual hay mayores
libertades —“formales” si se adopta una terminología marxista— que décadas o
años atrás.
Lo que ha asumido el Gobierno de Raúl
Castro es una actitud distinta ante los intelectuales y artistas. Ello puede
llevar a confusiones en cuanto a su alcance.
En primer lugar hay que reconocer esta
apertura. En segundo, añadir que es pautada desde arriba y acorde a un criterio
pragmático. Cabe la pregunta si este cambio no ha obedecido al hecho de que los
límites de “lo permitido” están lo suficientemente interiorizados que hacen innecesaria
la utilización de la policía —es decir, el terror— para recordarle tales
límites a los intelectuales y artistas. También indicar que la sucesión de
décadas, desde el 1ro. de enero de 1959, ha tenido como consecuencia lógica una
adaptación de las generaciones posteriores al sistema imperante. Pero
precisamente la existencia de este debate brinda una respuesta al anterior
argumento, en dos sentidos.
Uno, que la aparente alarma, entre un
sector de la intelectualidad oficialista, ante la existencia de posiciones “centristas”
indica tanto una falta de estabilidad, al menos ideológica, del sistema —si se
comenta, existe el problema— como el temor al respecto.
La amplitud entonces en los márgenes de
“lo permitido” no obedece a una consolidación, sino simplemente a un adaptarse
a las circunstancias.
Dos, que dicha discusión indica también
no solo esa falta de estabilidad ideológica, sino el fracaso o el éxito parcial
en la puesta en práctica de otros mecanismos y conceptos, destinados a posibilitar
un acomodo donde no fuera necesario un imperativo absoluto —es decir, al menos
en parte; porque desde el inicio el objetivo no fue una sustitución— de una
combatividad a toda prueba, una militancia absoluta y una definición ideológica
precisa.
Por esa vía transitó el Gobierno cubano
tras la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista, con el
énfasis en el nacionalismo y el exaltamiento de los valores patrios (en la
acepción adoptada por el centro del poder).
Militantes
y “centristas”
Cabría señalar que, en última instancia,
la aparición de este llamado de alerta no es más que la expresión de un
determinado grupo o de ciertos individuos, pero la aparición del artículo de
Enrique Ubieta en Granma y lo publicado en Cubadebate muestran una concordancia ante
tal preocupación, por parte del Gobierno.
Se llega así a uno de los puntos claves
que evidencia esta alarma y el debate consecuente, y es la dificultad en
mantener vivo un rechazo al capitalismo, y una actitud nada neutral, sino de militancia
combativa; de apoyo más o menos activo, o al menos de acatamiento en la participación
en la “construcción del socialismo” —que sea fingido es secundario— mientras el
país avanza en una transformación que, a falta de una precisión mayor, muestra rasgos
de un capitalismo de Estado.
En este caso, la posición de Ubieta e Iroel
Sánchez es profundamente reaccionaria, no en cuanto a una valoración política
—que lo es— sino respecto a la realidad cubana. En su discurso de clausura en
la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente Raúl Castro acaba de
ratificar la permanencia, y continuación de desarrollo, del sector de
producción no estatal.
Para que en Cuba se adoptara a plenitud
la actitud que ellos propugnan —queda a un lado si el acatamiento sería real o
forzado—, la nación tendría que adoptar una forma de gobierno y una realidad
social, cultural e ideológica similar a Corea del Norte.
Pero resulta que Cuba no es ni avanza
hacia una Corea del Norte, y una afirmación de este tipo no demerita una
posición anticastrista, como tampoco lo es el renunciar a la bobería de hacer
un llamado a volver a incluir a Cuba en la lista de países terroristas.
El
“centrismo” o la teoría de la “tercera vía”
Aunque el tema del “centrismo” no nace
ahora —se remonta a poco más de un
año atrás—, llama la atención su desarrollo en un momento en que la
política cubana, de la nueva administración estadounidense, o al menos lo poco que
de la misma que se ha puesto en práctica, o tiene aprobada ejecución en los
próximos meses, parece transitar por un rumbo distinto al del anterior
mandatario.
Si bien el Gobierno de Donald Trump no rehúye
el diálogo con La Habana, tampoco se muestra inclinado a estimularlo desde el
interior de la Isla.
Todo lo contrario, su base de lanzamiento
ha sido el sector más recalcitrante —y en desventaja biológica— del exilio.
Tal llamada de alerta resultaría más
lógica dentro de una continuación de la vía emprendida por el expresidente
Barack Obama, de empoderamiento del ciudadano y apoyo a la sociedad civil, y no
con un tibio retorno, por parte de Estados Unidos, a una posición propia de la
Guerra Fría.[1]
Asistimos entonces a una puesta en escena
donde se rumian rencores y furias que no obedecen tanto a un peligro desde
fuera —aunque algunos ponentes se empeñan en lo contrario— sino a una situación
nacional. Más allá de los ataques personales y el enfoque encarnizado en
determinados actores, y la respuesta de quienes originalmente se han visto
involucrados, la cual ha dado origen a una discusión más amplia, hay un
arrastre larvado que, de alguna manera, ha encontrado que ahora es la ocasión
de manifestarse a plenitud. Quizá porque piense que las causas exteriores —la
administración Trump— podrían propiciar un cambio de situación, y es el momento
de entrarle a fondo, o por considerar que ese “centrismo” o “tercera vía”
experimenta un desarrollo mayor, con independencia de la supuesta fuente de origen,
y hay que hacer algo al respecto.
Así se ha desembocado en una exposición
variada que, en cierto sentido, sirve como termómetro para conocer la
naturaleza y posibilidades de lo que podría considerarse —con las limitaciones
conocidas— un debate intelectual en Cuba.
Los
límites del debate
Sobre dicho debate vale la pena señalar
varios puntos:
* A
diferencia de ocasiones anteriores, en estos momentos Cuba no cuenta con una
publicación idónea para una discusión de esta naturaleza. Cubadebate, que supuestamente estaba destinada a cumplir esta
función en un formato digital, es más un órgano de difusión —o propaganda— que
de análisis. A diferencia del exilio, o la prensa independiente dentro de la
Isla, el Gobierno cubano ha descuidado esta tarea, que algún que otro blog ha
terminado ocupando.
* El debate ideológico
en Cuba no puede prescindir del “argumento de autoridad”. Además de evidenciar
el viejo pecado original de mucha discusión supuestamente en términos marxistas
—que en la práctica siempre ha derivado en pura escolástica o catecismo
parroquial— esta práctica hace fácil a quien la emplea el “justificar” sus
puntos de vista, pero encierra siempre el peligro de la falacia: defender algo
como verdadero porque quien es citado, como parte de la argumentación, tiene
autoridad en la materia. Como dato curioso, vale indicar la disminución o ausencia de citas de Fidel
Castro en los textos analizados, aunque aún no se puede eludir su mención.
* El empleo recurrente
de otro vicio típico en la discusión intelectual oficialista cubana: un
supuesto historicismo que lleva a meter en el mismo cartucho los datos más
disímiles, las fechas más absurdas y los hechos más traídos por los pelos;
simplemente para ganar —o mantener— una aprobación oficial o partidista. En este
caso, varios textos han dedicado varios párrafos a recordar la tesis del
autonomismo en el proceso independentista cubano. Uno podría extrañar que con
igual justicia no se hablara de la pasividad de taínos y, sobre todo, siboneyes.
* La recurrencia a una exaltación “revolucionaria” propia de otra
época, en la actualidad ausente no solo en Cuba sino en todo el mundo. En
ocasiones, se cae de lleno en el ridículo. Uno de los textos sobre el tema se
inicia de esta manera: “En
los momentos actuales en que se acrecienta la lucha ideológica de las fuerzas
revolucionarias contra el imperialismo...”.
* La torpeza, causada
por el recurrir a los vicios mencionados, y otros adicionales, que lleva a
tratar al asunto por las ramas, sin llegar nunca al centro del problema. Aquí
la pereza se mezcla con el temor.
* El error de acumular
conceptos tergiversados para brindar un panorama donde se oculta mucho y lo que
se dice está mal dicho. Sirva un ejemplo: “El
diseño para su aplicación en Cuba tiene el sello made in USA. Entre sus
principios están fomentar una clase media en Cuba que se separe de las
mayorías; promover un sector no estatal sin el control del Estado de tal manera
que cambie la actual estructura social; transitar por un camino intermedio
entre el capitalismo y el socialismo que permita alcanzar un consenso entre los
revolucionarios y los contrarrevolucionarios, como si en las condiciones
históricas de Cuba pudiera ocupar espacio una tercera posición; además, generar
reformas socio políticas de corte burguesas y neoliberal”. Al no negarse la
posibilidad del desarrollo de una clase media en Cuba, porque entonces se
entraría en contradicción con la actual política del Gobierno, se recurre a una
figura esquiva: que esta clase media no se “separe” de las “mayorías”. O el
mencionar que se debe evitar la promoción de un sector no estatal no controlado
por el Estado. Hasta en Estados Unidos bajo Trump el Estado controla al sector
no estatal. También esta el problema de las definiciones: “contrarrevolucionarios”
son, simplemente, los que no son “revolucionarios”; las reformas serían de
corte “burguesas” y “neoliberal (sic)”, sin admitir otras variantes; las
“condiciones históricas de Cuba” —un mantra agotado por el oficialismo— no
permiten otras opciones.
* La narración que
sigue el estilo del expediente policial en la argumentación: “El
14 de mayo del 2004 a las 16:00 horas se reunieron en la residencia de un
funcionario estadounidense, destacado en la Sección de Intereses de los Estados
Unidos en la Habana (SINA), Francisco Sáenz, un grupo variopinto de
funcionarios yanquis, funcionarios diplomáticos de países aliados del gobierno
de los Estados Unidos y oficiales de la CIA”.
* La aparición aislada de una opinión que
remonta a los conceptos de patria y nación, a que se hace referencia más arriba
en este análisis: “De
todas formas, no hay que ser socialista para vivir en Cuba y gozar de los
derechos que implica la condición de ciudadano. Esto incluye el respeto a la
manera de pensar de estas personas y las prerrogativas de expresarla. La unidad
nacional no se debilita con esta práctica, sino que se fortalece, mediante la
inclusión de todos aquellos que, definidos a partir de lo que no quieren para
el país, pueden ser considerados patriotas” Pero esta mención termina
siendo un llamado único a la racionalidad, en medio de una serie de textos que
desbordan de una actitud que bordean o caen de lleno en el “talibanismo”.
Sin
esperanzas
La lectura, engorrosa por momentos de
estos textos, en su mayoría opuestos al “centrismo” o de rechazo a una “tercera
vía”[2],
y de algunos que podríamos considerar más centrados aunque no declarados en el
centro, agrupa a un conjunto variopinto de participantes. Unos pertenecientes
al conjunto de la tradicional intelectual orgánica y otros de generaciones
posteriores. Más allá de la diferencia de matices, poco queda a la hora de
sostener esperanzas. El verdadero debate intelectual sobre el futuro de Cuba
continúa siendo una asignatura pendiente. Y esto no es una opinión, es una
realidad.
[1] Que la posición
de Obama siempre fue vista con un peligro, ideológico y político, por parte del
Gobierno cubano, acaba de ratificarlo el presidente Raúl Castro. En su discurso
de clausura al IX Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la
Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 14 de
julio de 2017, y dentro de una crítica a la posición adoptada por Trump, dedicó
una línea a reprobar a Obama: La historia no puede ser olvidada, como a veces nos han
sugerido hacer.
[2] Queda para otro
artículo el análisis de los textos de a quienes se acusa de estar a favor del
“centrismo” o son partidarios de “una tercera vía”.