sábado, 15 de julio de 2017

Sobre un debate intelectual poco centrado


Analizar el llamado debate sobre el “centrismo”, que en la actualidad se lleva a cabo en Cuba, permite una lectura que prescinde de la óptica del exilio y entra a considerar la discusión solo en los términos que le dieron origen: la realidad de la Isla.
Por supuesto que no es la única observación, y parte de la premisa de no ser excluyente, lo que no le resta ser necesaria. Un enfoque en estos términos — más sociológico que político, en el sentido de inmediatez y práctica del segundo— prescinde de las características personales de los implicados —cualquier juicio de valor al respecto— y se limita al fenómeno: el porqué de su existencia en estos momentos y sus posibles implicaciones.
Lo primero que llama la atención es que en Cuba —es decir en la prensa oficial y los medios oficiosos— se hable de centro político o de una posición de neutralidad ideológica o política, o se plantee el peligro de una “tercera vía”. Este simple hecho no solo reconoce una existencia sino que la amplía, pese a los intentos de voluntades contrarias.
Desde el punto de vista lingüístico el hablar de algo —no importa incluso si en una circunscripción imaginaria— abre la puerta a su existencia; sin importar tampoco la dimensión temporal: sea hoy o en el futuro. Más aún en un lenguaje de discusión política. De ahí la importancia de la censura, tan apreciada en sistemas totalitarios y autoritarios. Así que, para quienes el “centrismo”, lo primero a decirles es que su empeño contribuye a la  propagación de eso que combaten.
Y aquí nos encontramos algo a tener en cuenta: el Gobierno de La Habana —de momento— ha prescindido de la censura. Aunque cabe destacar de tal discusión lleva implícita una advertencia, tampoco se debe olvidar que en otras ocasiones dichas “advertencias” han utilizados formas más directas y perentorias: la policial.
Esto nos lleva a otro aspecto importante también a mencionar, y es la adopción de un criterio de discusión —o advertencia— en vez de recurrir al expediente policial.
Puede argumentarse que una discusión de esta naturaleza no afecta directamente al poder o no llega a la calle, pero dicho argumento enfrenta en su contra un historial de represión, por parte de dicho Gobierno, donde un simple corto cinematográfico o una canción han desatado las alarmas.
¿Se desprende del señalamiento de estos dos aspectos una afirmación de que hay una mayor libertad? No necesariamente, si lo llevamos a una valoración desde una óptica política inmediata o incluso ética y moral —que desde el inicio se aclaró quedaban aquí fuera—, sino que simplemente indica una nueva situación existente. Como este párrafo podría dar la impresión de ser elusivo, vale añadir que es cierto que en la Cuba actual hay mayores libertades —“formales” si se adopta una terminología marxista— que décadas o años atrás.
Lo que ha asumido el Gobierno de Raúl Castro es una actitud distinta ante los intelectuales y artistas. Ello puede llevar a confusiones en cuanto a su alcance.
En primer lugar hay que reconocer esta apertura. En segundo, añadir que es pautada desde arriba y acorde a un criterio pragmático. Cabe la pregunta si este cambio no ha obedecido al hecho de que los límites de “lo permitido” están lo suficientemente interiorizados que hacen innecesaria la utilización de la policía —es decir, el terror— para recordarle tales límites a los intelectuales y artistas. También indicar que la sucesión de décadas, desde el 1ro. de enero de 1959, ha tenido como consecuencia lógica una adaptación de las generaciones posteriores al sistema imperante. Pero precisamente la existencia de este debate brinda una respuesta al anterior argumento, en dos sentidos.
Uno, que la aparente alarma, entre un sector de la intelectualidad oficialista, ante la existencia de posiciones “centristas” indica tanto una falta de estabilidad, al menos ideológica, del sistema —si se comenta, existe el problema— como el temor al respecto.
La amplitud entonces en los márgenes de “lo permitido” no obedece a una consolidación, sino simplemente a un adaptarse a las circunstancias.
Dos, que dicha discusión indica también no solo esa falta de estabilidad ideológica, sino el fracaso o el éxito parcial en la puesta en práctica de otros mecanismos y conceptos, destinados a posibilitar un acomodo donde no fuera necesario un imperativo absoluto —es decir, al menos en parte; porque desde el inicio el objetivo no fue una sustitución— de una combatividad a toda prueba, una militancia absoluta y una definición ideológica precisa.
Por esa vía transitó el Gobierno cubano tras la desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista, con el énfasis en el nacionalismo y el exaltamiento de los valores patrios (en la acepción adoptada por el centro del poder).

Militantes y “centristas”
Cabría señalar que, en última instancia, la aparición de este llamado de alerta no es más que la expresión de un determinado grupo o de ciertos individuos, pero la aparición del artículo de Enrique Ubieta en Granma y lo publicado en Cubadebate muestran una concordancia ante tal preocupación, por parte del Gobierno.
Se llega así a uno de los puntos claves que evidencia esta alarma y el debate consecuente, y es la dificultad en mantener vivo un rechazo al capitalismo, y una actitud nada neutral, sino de militancia combativa; de apoyo más o menos activo, o al menos de acatamiento en la participación en la “construcción del socialismo” —que sea fingido es secundario— mientras el país avanza en una transformación que, a falta de una precisión mayor, muestra rasgos de un capitalismo de Estado.
En este caso, la posición de Ubieta e Iroel Sánchez es profundamente reaccionaria, no en cuanto a una valoración política —que lo es— sino respecto a la realidad cubana. En su discurso de clausura en la Asamblea Nacional del Poder Popular, el presidente Raúl Castro acaba de ratificar la permanencia, y continuación de desarrollo, del sector de producción no estatal.
Para que en Cuba se adoptara a plenitud la actitud que ellos propugnan —queda a un lado si el acatamiento sería real o forzado—, la nación tendría que adoptar una forma de gobierno y una realidad social, cultural e ideológica similar a Corea del Norte.
Pero resulta que Cuba no es ni avanza hacia una Corea del Norte, y una afirmación de este tipo no demerita una posición anticastrista, como tampoco lo es el renunciar a la bobería de hacer un llamado a volver a incluir a Cuba en la lista de países terroristas.

El “centrismo” o la teoría de la “tercera vía”
Aunque el tema del “centrismo” no nace ahora —se remonta a poco más de un año atrás—, llama la atención su desarrollo en un momento en que la política cubana, de la nueva administración estadounidense, o al menos lo poco que de la misma que se ha puesto en práctica, o tiene aprobada ejecución en los próximos meses, parece transitar por un rumbo distinto al del anterior mandatario.
Si bien el Gobierno de Donald Trump no rehúye el diálogo con La Habana, tampoco se muestra inclinado a estimularlo desde el interior de la Isla.
Todo lo contrario, su base de lanzamiento ha sido el sector más recalcitrante —y en desventaja biológica— del exilio.
Tal llamada de alerta resultaría más lógica dentro de una continuación de la vía emprendida por el expresidente Barack Obama, de empoderamiento del ciudadano y apoyo a la sociedad civil, y no con un tibio retorno, por parte de Estados Unidos, a una posición propia de la Guerra Fría.[1]
Asistimos entonces a una puesta en escena donde se rumian rencores y furias que no obedecen tanto a un peligro desde fuera —aunque algunos ponentes se empeñan en lo contrario— sino a una situación nacional. Más allá de los ataques personales y el enfoque encarnizado en determinados actores, y la respuesta de quienes originalmente se han visto involucrados, la cual ha dado origen a una discusión más amplia, hay un arrastre larvado que, de alguna manera, ha encontrado que ahora es la ocasión de manifestarse a plenitud. Quizá porque piense que las causas exteriores —la administración Trump— podrían propiciar un cambio de situación, y es el momento de entrarle a fondo, o por considerar que ese “centrismo” o “tercera vía” experimenta un desarrollo mayor, con independencia de la supuesta fuente de origen, y hay que hacer algo al respecto.
Así se ha desembocado en una exposición variada que, en cierto sentido, sirve como termómetro para conocer la naturaleza y posibilidades de lo que podría considerarse —con las limitaciones conocidas— un debate intelectual en Cuba.

Los límites del debate
Sobre dicho debate vale la pena señalar varios puntos:
A diferencia de ocasiones anteriores, en estos momentos Cuba no cuenta con una publicación idónea para una discusión de esta naturaleza. Cubadebate, que supuestamente estaba destinada a cumplir esta función en un formato digital, es más un órgano de difusión —o propaganda— que de análisis. A diferencia del exilio, o la prensa independiente dentro de la Isla, el Gobierno cubano ha descuidado esta tarea, que algún que otro blog ha terminado ocupando.
El debate ideológico en Cuba no puede prescindir del “argumento de autoridad”. Además de evidenciar el viejo pecado original de mucha discusión supuestamente en términos marxistas —que en la práctica siempre ha derivado en pura escolástica o catecismo parroquial— esta práctica hace fácil a quien la emplea el “justificar” sus puntos de vista, pero encierra siempre el peligro de la falacia: defender algo como verdadero porque quien es citado, como parte de la argumentación, tiene autoridad en la materia. Como dato curioso, vale indicar  la disminución o ausencia de citas de Fidel Castro en los textos analizados, aunque aún no se puede eludir su mención.
El empleo recurrente de otro vicio típico en la discusión intelectual oficialista cubana: un supuesto historicismo que lleva a meter en el mismo cartucho los datos más disímiles, las fechas más absurdas y los hechos más traídos por los pelos; simplemente para ganar —o mantener— una aprobación oficial o partidista. En este caso, varios textos han dedicado varios párrafos a recordar la tesis del autonomismo en el proceso independentista cubano. Uno podría extrañar que con igual justicia no se hablara de la pasividad de taínos y, sobre todo, siboneyes.
 La recurrencia a una exaltación “revolucionaria” propia de otra época, en la actualidad ausente no solo en Cuba sino en todo el mundo. En ocasiones, se cae de lleno en el ridículo. Uno de los textos sobre el tema se inicia de esta manera: “En los momentos actuales en que se acrecienta la lucha ideológica de las fuerzas revolucionarias contra el imperialismo...”.
La torpeza, causada por el recurrir a los vicios mencionados, y otros adicionales, que lleva a tratar al asunto por las ramas, sin llegar nunca al centro del problema. Aquí la pereza se mezcla con el temor.
El error de acumular conceptos tergiversados para brindar un panorama donde se oculta mucho y lo que se dice está mal dicho. Sirva un ejemplo: “El diseño para su aplicación en Cuba tiene el sello made in USA. Entre sus principios están fomentar una clase media en Cuba que se separe de las mayorías; promover un sector no estatal sin el control del Estado de tal manera que cambie la actual estructura social; transitar por un camino intermedio entre el capitalismo y el socialismo que permita alcanzar un consenso entre los revolucionarios y los contrarrevolucionarios, como si en las condiciones históricas de Cuba pudiera ocupar espacio una tercera posición; además, generar reformas socio políticas de corte burguesas y neoliberal”. Al no negarse la posibilidad del desarrollo de una clase media en Cuba, porque entonces se entraría en contradicción con la actual política del Gobierno, se recurre a una figura esquiva: que esta clase media no se “separe” de las “mayorías”. O el mencionar que se debe evitar la promoción de un sector no estatal no controlado por el Estado. Hasta en Estados Unidos bajo Trump el Estado controla al sector no estatal. También esta el problema de las definiciones: “contrarrevolucionarios” son, simplemente, los que no son “revolucionarios”; las reformas serían de corte “burguesas” y “neoliberal (sic)”, sin admitir otras variantes; las “condiciones históricas de Cuba” —un mantra agotado por el oficialismo— no permiten otras opciones.
* La aparición aislada de una opinión que remonta a los conceptos de patria y nación, a que se hace referencia más arriba en este análisis: “De todas formas, no hay que ser socialista para vivir en Cuba y gozar de los derechos que implica la condición de ciudadano. Esto incluye el respeto a la manera de pensar de estas personas y las prerrogativas de expresarla. La unidad nacional no se debilita con esta práctica, sino que se fortalece, mediante la inclusión de todos aquellos que, definidos a partir de lo que no quieren para el país, pueden ser considerados patriotas” Pero esta mención termina siendo un llamado único a la racionalidad, en medio de una serie de textos que desbordan de una actitud que bordean o caen de lleno en el “talibanismo”.

Sin esperanzas
La lectura, engorrosa por momentos de estos textos, en su mayoría opuestos al “centrismo” o de rechazo a una “tercera vía”[2], y de algunos que podríamos considerar más centrados aunque no declarados en el centro, agrupa a un conjunto variopinto de participantes. Unos pertenecientes al conjunto de la tradicional intelectual orgánica y otros de generaciones posteriores. Más allá de la diferencia de matices, poco queda a la hora de sostener esperanzas. El verdadero debate intelectual sobre el futuro de Cuba continúa siendo una asignatura pendiente. Y esto no es una opinión, es una realidad.






[1] Que la posición de Obama siempre fue vista con un peligro, ideológico y político, por parte del Gobierno cubano, acaba de ratificarlo el presidente Raúl Castro. En su discurso de clausura al IX Período Ordinario de Sesiones de la VIII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, en el Palacio de Convenciones, el 14 de julio de 2017, y dentro de una crítica a la posición adoptada por Trump, dedicó una línea a reprobar a Obama: La historia no puede ser olvidada, como a veces nos han sugerido hacer.
[2] Queda para otro artículo el análisis de los textos de a quienes se acusa de estar a favor del “centrismo” o son partidarios de “una tercera vía”.

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