viernes, 29 de septiembre de 2017

Trump, los cubanos inocentes y las visas expiatorias


Vuelta al pasado. Donald Trump ha hecho retroceder 36 años la situación política entre Cuba y Estados Unidos. Al menos para quienes viven en ambos lados del estrecho de la Florida.
El Departamento de Estado anunció este viernes la suspensión de la tramitación de las visas “por tiempo indefinido”, así como la retirada del personal no esencial de su embajada en La Habana. La medida recuerda otra similar, adoptada bajo el mandato de Ronald Reagan, donde dejaron de otorgarse visas en la capital cubana.
Tras el éxodo del Mariel, los cubanos que querían entrar en Estados Unidos —en aquella época y en la mayoría de los casos no era un simple viaje de visita sino una salida de la isla, sin vuelta atrás— tenían que trasladarse a un tercer país durante varios meses o años, vivir en este con mayor o menor fortuna —según la generosidad y posibilidades de sus familiares— y al final recibir la ansiada visa o quedar anclados en un destino ajeno. Todo un largo y costoso proceso, que se ha comprobado no hizo a Cuba más democrática, causó el menor daño al régimen de La Habana y en grado alguno logró avanzar la lucha por los derechos humanos.
Por otra parte, no hay sorpresa en el anuncio. Con una administración como la de Trump, empeñada en hacerle la vida más difícil a los ciudadanos de cualquier país del mundo, incluido Estados Unidos, no era de esperar que los cubanos fueran la excepción.
Pese a que Obama le había facilitado en algo la labor, con el fin de la norma “pies secos/pies mojados”, todavía quedaba mucho por hacer en la ardua labor de división, cerco y muro en que está empeñado el actual gobierno estadounidense; una tarea que no cesará hasta lograr convencer a las norteamericanas blancas y rubias de que deben parir más (algo similar a lo ensayado en la Alemania nazi).
Era tonto pensar, por lo tanto, que el muro no iba también para los cubanos. Más cuando ya habían sobradas señales electorales de que el interés de la Casa Blanca no era precisamente los nuevos cubanos de aquí y allá, sino los viejos de siempre. Ahora reverdecerá en Miami la exhausta teoría de la “olla de presión”, y los que se fueron hace mucho repetirán por radio y televisión que la solución al problema cubano estaba en no irse (los otros). Tampoco van a faltar, entre los llegados en fecha más reciente, los que experimenten el síndrome del pasajero de guagua habanera.
Es de suponer que algún funcionario del actual gobierno de EEUU —no hay que considerar que toda esta estrategia política descanse exclusivamente en la mente de los legisladores Marco Rubio y Mario Díaz Balart, porque entonces lo único a celebrar es que no tengan ancestros norcoreanos— calculó el riesgo de violar todos los pactos migratorios con Cuba (suspender indefinidamente la expedición de todas las visas de inmigrante y no inmigrante, afectar el programa de reunificación familiar, la marcha del 60% del personal de la embajada) en momentos en que aparentemente Raúl Castro se retirará del poder el próximo año, tras la muerte de Fidel Castro y con el país en una difícil situación económica, empeorada por el huracán Irma. Lo demás es tomar riesgos gratuitos en una relación que transitaba sin pena ni gloria, solo para satisfacer a unos cuantos. Por lo demás, la maraña detrás de lo que pasó (¿o no?) es cada vez más tediosa. A estas alturas, las consecuencias de los incidentes ocurridos comienzan a pesar más en las noticias que los propios hechos.
Dos reacciones a observar.
La de La Habana. Aunque la medida está configurada para no avanzar de forma explícita hacia un resquebrajamiento de las relaciones diplomáticas, sino trazada bajo el discurso forzado del escudo de protección a la salud del personal diplomático y a los estadounidenses en Cuba (aún no hay noticia de algún ciudadano afectado), representa todo un reto a la moderación que hasta el momento ha caracterizado la posición oficial del Gobierno de Cuba ante la administración de Trump, en lo que respecta a las relaciones de ambos países. De ahora en lo adelante, el mantenimiento de ese tono moderado podría interpretarse como un signo de debilidad. Es posible que la Plaza de la Revolución no salte directamente por el asunto de las visas, pero el Departamento de Estado ha dicho que emitirá una alerta recomendando a los estadounidenses no viajar a la isla debido a los “ataques”, y eso es algo que difícilmente el Gobierno de Raúl Castro dejará sin respuesta.
La de Miami. La mayoría de la población exiliada de Miami, de una forma u otra, se verá afectada por esta medida. En la práctica posiblemente se traduzca en más gastos para los familiares de quienes viven en Cuba, nuevas complicaciones, angustias y demoras. Esto no tendrá una repercusión política inmediata, pero vuelve a colocar la pregunta de hasta cuándo una minoría en franco declive seguirá influyendo en las vidas de la mayor parte de los cubanos que viven en Miami, y que saben que ninguna de estas patrañas, sean creadas por La Habana o por Washington, va a significar un cambio democrático para Cuba. 

Tener o no tener, la internet llega a la casa en Cuba


En una conferencia sobre comunicación celebrada hace un par de años en La Habana, Abel Prieto dijo que la internet era un “derecho social” y destacó la necesidad de promover el acceso a la red entre los que menos tienen, como repitiendo una mala novela hemingwayniana.
La terca realidad y los intereses de ese mismo gobierno del que Prieto forma parte van por otro rumbo. Finalmente la internet llegará a los hogares en Cuba, pero solo para los que tienen, más, mucho más: the ones that have. (Ernest Hemingway, To Have and Have Not).
Durante años el discurso del Gobierno cubano, al hablar de internet, redes sociales y telefonía inalámbrica ha mezclado una dosis de represión y cautela, cuyos límites varían de acuerdo al momento.
En una época incluso se llegó a considerar a los teléfonos móviles como instrumentos ideales para labores “subversivas”, al afirmar que durante la “insurrección armada” en Siria, los celulares “especialmente promovidos por Estados Unidos, permitieron establecer coordenadas y ubicar blancos civiles y militares, que ocasionaron incalculables pérdidas a las fuerzas leales al gobierno de entonces”, según afirmó un editorial de Cubadebate en 2012.
Pero desde entonces la utilización de los celulares se ha extendido, han surgido puntos de conexión a través de wifi y multiplicado hasta el cansancio las fotos de cubanos con teléfonos móviles. Digamos que se ha impuesto algo de flexibilidad, aunque por supuesto que cuesta dinero, mucho dinero (los que menos tienen, de Prieto, Hemingway y Cía. no entran en esa cuenta).
En esa trama compleja que es la vida cotidiana en la isla, al menos tres esferas giran alrededor de una llamada local o al exterior, ese recorrido en la red y cualquier correo electrónico.
La primera es la más simple, porque se hace cada vez más intrascendente, y son los comentarios de gente como Prieto o canales como Cubadebate, que sirven de pericón del momento.
“Debemos promover, Cuba, el ALBA, la CELAC, otros actores progresistas de la comunidad internacional, la difusión de un pensamiento descolonizador sobre el uso de estas tecnologías”, afirmó el de nuevo ministro (ahora, no entonces) en la clausura de una conferencia internacional celebrada en La Habana.
La segunda es una situación económica creada, donde la propiedad estatal existe junto con la coordinación burocrática; pero donde también están presentes un sector privado nacional, que vive constantemente amenazado aunque se beneficia al poder satisfacer necesidades que el sector estatal no cubre, y una esfera inversionista y administrativa capitalista internacional, sin la cual en la actualidad no sobrevive la nación.
La tercera se rige por el principio represivo de que, en un régimen totalitario, el ejercer un pensamiento independiente de forma pública resulta peligroso. La difusión de ideas y opiniones, que van en contra de la corriente del pensamiento impuesto desde el poder —aunque no fomenten la subversión— no puede ser tolerada.
La primera explica torpezas, mientras la segunda y la tercera definen cambios. Si el gobierno cubano ha decidido extender el uso de internet a los hogares, algo que hasta ahora supuestamente rechazaba ideológicamente al enfatizar el objetivo “social”, es porque considera que cuenta con los medios de control necesarios para permitir la expansión; además de partir de la premisa de que los límites de “lo permitido” están lo suficientemente interiorizados en los internautas.
Lo demás es hablar de tarifas —excesivas— y velocidades de descarga, factores que con el tiempo se irán modificando como ocurrió en este país (el atraso en años, precios y tecnología es característico de Cuba). Lo importante es que la internet toca (tocará) a las puertas, y si para un miamense ello es pasado desde hace mucho tiempo, para un cubano es algo de futuro. Aunque no deja de ser un futuro sin muchas esperanzas, para los que no tienen.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Entre locos


Estás loco. No, el loco eres tú. Bajo acusaciones mutuas de locura, el presidente estadounidense Donald Trump y el gobernante norcoreano Kim Jong-un esgrimen un argumento que, en última instancia, podría estar actuando en favor del contrario en ambas partes. Para complicar aún más el asunto, el mandatario venezolano Nicolás Maduro ha entrado en esa danza de recriminaciones, donde la psiquiatría no es más que la política por otros medios. Pero, ¿alguno de ellos o todos están realmente locos o simplemente utilizando una vieja táctica, no exenta de grandes riesgos?
Algunos expertos sospechan que Trump se vale de la “Teoría del loco" (Madman theory) contra Corea del Norte como un instrumento persuasivo. De ser así, la acusación de “mentalmente desquiciado”, que le lanzó el mandatario de ese país, quizá fue un logro para él.
La idea básicamente consiste en mostrarse frente a los enemigos como alguien demasiado impredecible o dispuesto a ir al combate, para disuadirlos de actuar contra los intereses propios, informa la BBC.
Las conjeturas de que Trump podría actuar de ese modo en política exterior surgieron desde antes que asumiera la presidencia en enero.
Él mismo reivindicó la carta de la imprevisibilidad a lo largo de su campaña electoral.
“Tenemos que ser impredecibles”, respondió el año pasado cuando el diario The Washington Post le preguntó cómo actuaría ante el expansionismo chino.
“Somos totalmente predecibles. Y lo predecible es malo”.
Las sospechas de que Trump está empleando la “Teoría del loco” crecieron desde el mes pasado, cuando sorpresivamente advirtió que respondería con “fuego y furia” si Corea del Norte amenazaba a Estados Unidos.
Continuaron cobrando fuerza la pasada semana, cuando sacudió a sus homólogos de todo el mundo reunidos en la Asamblea General de las Naciones Unidos al amenazar con “destruir totalmente” a Corea del Norte.
Y el sábado se incrementaron las tensiones luego de que bombarderos B-1B y aviones de caza estadounidenses volaron cerca de la costa este de Corea del Norte como una demostración de fuerza, según comunicó el Pentágono.
Entonces, ¿realmente busca Trump que Pyongyang lo vea como un demente? ¿Y cuál sería el riesgo de hacer eso frente a un régimen tan cerrado que posee armas nucleares?
El primer presidente estadounidense al que se le atribuyó el uso de la “Teoría del loco” fue Richard Nixon (1969-1974), supuestamente para intimidar a la Unión Soviética y a Corea del Norte.
H. R. Haldeman, quien fue jefe de gabinete de Nixon, escribió que este le habló de esa teoría cuando le dijo que quería que los norvietnamitas pensaran que “podría hacer cualquier cosa” para parar la guerra de Vietnam y que recordaran que tenía en sus manos “el botón nuclear”.
Trump se ha encargado de recalcar que controla el mismo botón, y lo hizo al día siguiente de su comentario del mes pasado sobre “fuego y furia”, palabras que desde su propio Gobierno describieron como espontáneas.
Mientras su secretario de Estado, Rex Tillerson, tranquilizaba a aliados negando que hubiera una amenaza inminente de Corea del Norte, Trump usó su cuenta de Twitter para decir que su primera orden como presidente fue “renovar y modernizar” el arsenal nuclear de EEUU.
“Esperemos que nunca tengamos que usar ese poder, pero nunca habrá un tiempo en que no seamos la nación más poderosa del mundo”, agregó de inmediato el 9 de agosto.
Diversos analistas estadounidenses han planteado abiertamente desde entonces la posibilidad de que Trump esté haciendo algo similar a Nixon, en este caso para amedrentar a Corea del Norte.
“Podría ser que piensa que la teoría del loco es la teoría correcta aquí”, dijo David Brooks, columnista del diario The New York Times, en el programa PBS Newshour. “Creo que puede ser muy eficaz, siempre y cuando no estés realmente loco”.
Sin embargo, por tratarse de una estrategia que debería seguirse sin anunciarla expresamente, siempre habrá dudas sobre la “Teoría del loco”.
Es probable que Trump no se ande con vueltas y quiera advertir de veras al mundo sobre el riesgo de una guerra devastadora con Corea del Norte si EEUU “se ve obligado a defenderse o a defender a sus aliados”, como dijo en la ONU.
Sin embargo, otros analistas se interrogan si el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, se comporta de forma tan impredecible como parece.
Joan Hoff, una historiadora que ha publicado libros sobre Nixon y política exterior de EEUU, sostuvo que ni siquiera hay una confirmación de que el expresidente haya empleado la “Teoría del loco” como dijo Haldeman.
“Siempre se usa sobre Nixon, pero Nixon sabía demasiado sobre política exterior como para suscribir un enfoque tan simplista”, dijo Hoff a BBC Mundo.
No obstante, opinó que “probablemente es cierto cuando se aplica a Trump, porque no sabe nada sobre política exterior”.
Ante la duda, han surgido varias advertencias de que la propia imprevisibilidad puede ser peligrosa.
“Puede haber (…) algún mérito en la Teoría del loco hasta que te encuentras en una crisis”, dijo David Petraeus, general retirado de EEUU, en una discusión que tuvo lugar en la Universidad de Nueva York hace algunos días.
“No quieres que el otro lado piense que puedes ser lo suficientemente irracional como para conducir un primer ataque o hacer algo, ya sabes, lo que se llama ‘impensable’”, advirtió.
También muchos creen que el líder norcoreano Kim Jong-un utiliza la “Teoría del loco” para hacerse respetar en su región y por EEUU.
El propio Trump lo definió el viernes vía Twitter como “un loco al que no le importa morir de hambre o matar a su pueblo”.
Sin embargo, otros lo ven de forma diferente.
“Kim Jong-un no es un loco, es muy calculador… Lanzan comunicados que son muy rimbombantes y militaristas, pero él no ha tirado misiles hacia Guam, Estados Unidos o sobre Corea del Sur”, dijo Howard Stoffer, un experto en seguridad nacional que trabajó durante 25 años en el servicio exterior estadounidense.
A su juicio, hablar duro y mostrarse impredecible cuando se tiene un cargo de tanta responsabilidad es contrario a los intereses globales.
“Es lógica de calle, eso funciona cuando eres un chico en el barrio y hay pandillas. No funciona en la diplomacia internacional”, dijo Stoffer a BBC Mundo. “El mundo funciona si tiene estabilidad y todos son previsibles”.
Para los cubanos, el mejor ejemplo que conocen de un uso eficiente de la “Teoría del loco” está representado por el fallecido gobernante Fidel Castro.
Todo el historial de Castro se define, desde sus inicios políticos, por una conducta volátil, de apariencia impredecible, volcánica y sin medir riesgos.
El calificativo de “loco” siempre fue recurrente no solo entre los enemigos de Castro. También sus aliados, con supuesta o real admiración, se referían a dicho atributo, aunque por supuesto en un tono admirativo.
En realidad Castro actuó siempre de una manera calculadora —calificativo que en igual sentido puede valorarse de forma positiva o negativa— y con una completa evaluación de los riesgos que asumía. Sus “locuras” por lo general estuvieron relacionadas con planes económicos, cuyos fracasos terminaban afectando la vida de los cubanos, pero no colocando su poder en riesgo.
El elemento irracional, en la conducta de un político, y en especial de los dictadores, ha jugado un papel determinante en la historia. Pero vale la pena parafrasear aquello de que, aunque todos los dictadores “locos” han resultado similarmente perjudiciales para sus pueblos, algunos han sido menos iguales que otros: Hitler y Stalin, para citar el caso más recurrente. En estos casos, quizá lo peor no se limite al loco, sino a las ocasiones en que en el loco y el idiota coinciden en el mismo déspota. 

martes, 26 de septiembre de 2017

El fisco, la represión y la economista Karina Gálvez


“A partir de mañana, 1 de enero de 2013, el Gobierno cubano contará con un nuevo instrumento represivo o justificación legal para ir contra disidentes y opositores: la reforma tributaria que paulatinamente entrará en vigor”.
El párrafo anterior es el inicio de una columna que publiqué en El Nuevo Herald y este sitio, el lunes 31 de diciembre de 2012, y la vanidad de citarme quiero justificarla con una afirmación de cuya crueldad acuso al régimen de La Habana: no hay mérito alguno en vaticinar que siempre se debe esperar lo peor de dicho Gobierno. El fallo judicial, en relación al supuesto delito de evasión fiscal contra la economista Karina Gálvez Chiú, fundadora e integrante del equipo del Centro  de Estudios Convivencia (CEC), así lo confirma.
A continuación, el resto de aquel escrito de 2012:
“No es que el régimen necesite excusas ni pretextos, pero el posible uso al que faculta la nueva legislación se suma a una vieja estrategia: repetir una y otra vez que en Cuba no hay presos de conciencia, opositores políticos o disidentes del sistema, sino simples mercenarios, delincuentes y sujetos sin escrúpulo que se aprovechan de una situación creada por el imperialismo norteamericano.
Aunque la estrategia no es nueva, resulta efectiva a la hora de buscar una justificación para decir que, en el orden represivo, se han producido cambios en la isla y ya no hay oleadas represivas como la de la Primavera Negra. No se trata de convencer a nadie, sino de buscar argumentos para la comodidad de gobiernos y propagandistas.
Las nuevas tácticas de la policía política van en dos direcciones: una más directa y brutal y otra que pasa por la puesta en marcha de supuestos instrumentos legales que justifican un arresto o una condena. De forma esquemática puede afirmarse que si, por un lado, se reproducen los procedimientos y actuaciones que caracterizaron a la dictadura de Fulgencio Batista, por el otro se consolidan los métodos que en la actualidad se emplean en China. Retroceso y avance con igual objetivo: no permitir la menor pérdida de control.
La actuación brutal se define por los golpes, vejaciones, arrestos temporales y esa especie de secuestros exprés que duran varias horas y suelen ocurrir en fechas alegóricas o en anticipación a actividades de la oposición pacífica. Por lo general, su  acción se caracteriza por ser realizada por un grupo que actúa dentro del Gobierno, pero que bordea la propia legalidad que el sistema establece. Su paramilitarismo está dado no por formar un grupo independiente de la policía política, ya que son miembros de ella en la mayoría de los casos, sino por sus métodos: no identificarse a la hora de efectuar detenciones, la violencia incontrolada y el crear inseguridad como instrumento de contención.
En el afán para convertir en delincuentes a las víctimas, el Gobierno cubano se ha empecinado por décadas en difamar a los opositores, rebajarlos en su condición ciudadana y reducirlos a seres antisociales. Con frecuencia echa mano a una serie de recursos viejos pero eficaces: la divulgación de mentiras, que en ocasiones se apoyan en elementos aislados de verdad, pero que en su totalidad presentan un panorama falso; la visión desplazada que deforma la perspectiva de conjunto y la demonización del enemigo. No hay originalidad en este empeño, utilizado con éxito anteriormente por la Alemania nazi, la Unión Soviética de Stalin y la China de Mao y la actual.
Ahora la nueva ley fiscal podría ser empleada también con el objetivo de castigar a quienes expresan opiniones contrarias.
No es decir que la ley se creara con el único interés de contener a disidentes y opositores pacíficos. Tampoco afirmar que el anticastrismo justifica la evasión fiscal. Es, simplemente, reconocer que en un sistema totalitario la aritmética puede tener también razones perversas y el expediente judicial motivos políticos. Por otra parte, no es algo que ocurra o vaya a ocurrir solo en Cuba, pero el Gobierno de la isla tiene un historial que basta no solo para la sospecha: es capaz de crear temor, o terror.
Por supuesto que puede argumentarse que hay una manera fácil de evitar una acusación de fraude fiscal, y es simplemente con el pago de impuestos.  A ello se puede responder que tanto en Cuba como en otros gobiernos totalitarios, tras el cobrador de impuestos puede aparecer o coincidir el policía político.
“Cuando demandamos a la Agencia Tributaria para que explicaran el porqué de la imposición de multas tan desproporcionadas tuvimos que enfrentarnos a un sinfín de problemas con la policía. Durante el proceso legal, me llevaron ante el juez para interrogarme, lo que me permitió comprobar hasta qué punto manipulan, abiertamente y a todos los niveles, las normas”.
Aún esta no es la respuesta de un cubano. Son palabras del artista y disidente chino Ai Weiwei, en una entrevista aparecida en El Cultural, del diario español El Mundo.
Weiwei ha dicho que Pekín ha ido contra él no por el dinero sino por “motivos políticos”. “Quieren que la gente piense que soy un evasor de impuestos, que soy un mentiroso o lo que sea”, de acuerdo a declaraciones publicadas en el periódico español El País.
Lo ocurrido a Weiwei puede ser el preludio chino a la situación en que a partir de ahora vivirán periodistas independientes como Yoani Sánchez.  Ya pasó la hora de las advertencias y amenazas, ahora solo queda la espera”.
La espera ya se ha cumplido. Gálvez fue condenada a tres años de privación de libertad, que posiblemente cumpla bajo la forma de arresto domiciliario y le fue decomisada su vivienda, según confirmó la economista a 14ymedio, una decisión judicial que asegura “no le sorprende y que estaba esperando”.
Ai Weiwei fue liberado el 22 de junio de 2011, bajo la condición de no viajar al exterior —un castigo que ahora también sufrirá Gálvez—, y seis años más tarde, en julio de 2017, logró viajar a Argentina, para preparar una exposición retrospectiva de su obra en noviembre. En la actualidad se encuentra en Suiza, donde hasta el 28 de enero se podrá ver otra retrospectiva en la ciudad de Lausana. El artista chino continúa su lucha con su obra, la foto y la palabra.
En igual empeño, y con sus medios propios, persistirá Karina Gálvez. 

lunes, 25 de septiembre de 2017

Trump y su lista negra


El presidente Donald Trump emitió en la noche del domingo 24 de septiembre un nuevo veto migratorio, que entrará en vigor el 18 de octubre. Su objetivo no se limita a reemplazar el anterior, y evitar así que claudique la medida, sino tiene un carácter mucho más amplio.
Ante todo hay que tener en cuenta que la acción presidencial se lleva a cabo tras que el Tribunal Supremo —luego de la designación del conservador Neil Gorsuch— desbloqueara la orden anterior, paralizada en las cortes. El Supremo aún no ha dicho la última palabra al respecto (se espera que lo haga en las próximas semanas), pero que una segunda orden (bloqueada al igual que la primera) entrase en vigor a finales de junio (su vigencia era de 90 días) significó un espaldarazo a Trump.
Aunque lo más importante de la decisión del Supremo fue la admisión, como argumento, de la amenaza para la seguridad, así como la decisión de que el interés nacional debía prevalecer sobre el posible daño que pudiese causar el veto a viajeros y refugiados. Por lo tanto, aunque esta decisión no es aún final, poco cabe esperar que se modifique en su esencia con la actual configuración del Tribunal.
Para decirlo en pocas palabras, la Corte Suprema le ha dado luz verde a Trump, y los pocos cambios que ha introducido en la orden —los que mantendrá vigente y alguno que pudieran incluir en lo adelante— no van a cambiar en lo fundamental el objetivo que se trazó desde el inicio de su Gobierno, y durante su campaña, el actual presidente de Estados Unidos.
Al mismo tiempo, y con la ampliación a otros tres países (Chad, Corea de Norte y Venezuela), la nueva orden —en lo que respecta a los dos últimos— debilita la acusación de islamofobia, aunque por supuesto ello no impide dejar de considerar el aspecto xenófobo de la medida.
Sin embargo, y a partir del resultado de todo el proceso legal, el carácter de permanencia es el elemento clave de esta nueva orden ejecutiva.
Cuando Trump dio a conocer su veto, al principio de su mandato, la Casa Blanca se apresuró a afirmar el carácter temporal de la excepción y la necesidad de tiempo para establecer nuevas normas. Al parecer, estas normas ya han comenzado a ser establecidas, pero las mismas se limitan a instrumentar el objetivo de lo que en un primer momento se anunció que regiría solo por un tiempo: un cierre de fronteras. El nuevo texto tiene un carácter definitivo.
El segundo aspecto, de singular importancia de la medida, es que abarca a ocho países (Sudán sale), a los cuales trata de forma diferenciada.
Mientras que los ciudadanos de Irán, Libia, Siria, Yemen, Somalia, Chad y Corea del Norte tienen casi imposibilitada la entrada a EEUU (en el caso de Irán se permiten que prosigan los programas de intercambio de estudios), por el simple hecho de haber nacido en esos países, en lo que respecta a Venezuela la prohibición se aplica a los funcionarios gubernamentales y sus familiares.
A todo lo anterior hay que agregar que la lista será revisada cada 100 días y la salida dependerá de la mejora de los “problemas detectados”, según lo decida el Gobierno de Trump.
Saltan a la vista tres diferencias fundamentales entre esta nueva lista y la ya existente, de países que apoyan, financian o permiten en sus territorios el establecimiento de grupos terroristas. Mientras que en la anterior el énfasis se hace en los gobiernos, aquí se establece sobre los ciudadanos. El segundo punto es que, al ser una orden ejecutiva, prescinde por completo del Congreso. En el caso de la lista del Departamento de Estado, la salida o entrada de un país se presentaba al cuerpo legislativo, y aunque en última instancia el Senado no tenía que emitir un voto de aprobación al respecto, el proceso llevado a cabo se caracteriza por una amplitud ausente aquí, donde Trump “ordena y manda”. Por último, la nueva medida establece la posibilidad de convertirse en una especie de colcha de retazos, donde se irán agregando prohibiciones y requisitos de acuerdo al momento.
En este sentido, y a manera de ejemplo, no es difícil vaticinar que en Miami un sector del exilio comenzará a abogar por incluir a Cuba en la lista, y que al igual se le ocurra ampliar la prohibición no solo a funcionarios gubernamentales y sus familias, sino también a artistas (un aspecto que continúa siendo álgido en la ciudad). Quedan abiertas las apuestas para ver cuándo saltará  el reclamo ante el anuncio de la potencial visita de Mariela Castro a EEUU, algo que ya ha ocurrido en varias ocasiones.
Cabe especular también que, en el caso de Venezuela, aunque la orden se refiere solo a los funcionarios gubernamentales, crezcan las dificultades para que cualquier venezolano que quiera viajar de visita a EEUU pueda realizarlo.
El hecho de que ya se anuncie de que, en el caso de Venezuela se establecerá un mayor control para la entrada de cualquier ciudadano de ese país a suelo norteamericano, se traducirá en la práctica en una tramitación mucho más ardua, donde tanto el Gobierno de Trump como el régimen de Nicolás Maduro competirán para hacerle más difícil, o imposible, el viaje a los venezolanos. 

Corre, conejo


Una de las características del presidente venezolano, Nicolás Maduro, es su falta de originalidad. Otra, peor, es el modelo que copia.
Hace una semana el mandatario anunció el Plan Conejo, con el objetivo de incentivar la cría de ese animal en espacios urbanos para dar de comer a los venezolanos. La “idea” —las comillas son indispensables para no ofender el raciocinio— recuerda peligrosamente los disparatados planes económicos de Fidel Castro, que siempre culminaban en fracaso: el “Cordón de La Habana”, la siembra de café en los balcones de la capital, los cruces experimentales de razas vacunas, los cultivos exóticos, las vacas enanas.
En ocasiones tales planes daban pie al tradicional humor, como cuando quiso sustituir las reses por ovejas y el pueblo comentó que “Fidel había cambiado la vaca por la chiva”, pero en general significaron perdida de tiempo, esfuerzos y recursos. Quizá el motivo fue en parte —además de megalomanía— el entretener a la población, recurrir a uno de los instrumentos que siempre utilizó con éxito: la distracción. No hay que dudar que Maduro persiga igual fin y en resumidas cuentas se limite a dar otra muestra de la lección aprendida.
Lo grave es que al gobernante venezolano no se le puede oír en serio, si bien tampoco hay que tomarlo a broma. Cualquier referencia a su torpeza clásica no debe terminar en la burla fácil. En su lugar obliga al análisis frente a un desastre mayor: el problema que enfrenta un país al tener al mando alguien de pobre razonamiento, cultura nula y restringida capacidad de expresión, así como lo expuesto de las circunstancias que han permitido que este individuo acapare el poder.
No es que Maduro destaque por su impericia verbal, lo cual de por sí es negativo, sino que es un inepto. Lo malo no se limita a que no sabe gobernar, sino que no deja gobernar a otros que sí saben.
Más allá de la falta de saber, lo que importa es el engaño, el mentir no simplemente por ignorancia sino por aferrarse al poder.
Ahora Maduro habla de criar conejos como cuando el gobierno chavista se lanzó a desarrollar los cultivos hidropónicos, en edificios y terrenos baldíos, y creó un ministerio específicamente dedicado a la agricultura urbana. Proyectos sin futuro, empeños torcidos, al igual que aquel del fallecido mandatario Hugo Chávez, con la propuesta de revertir el movimiento migratorio del campo a la ciudad en Caracas y la intención de que quienes apenas sobrevivían —y sobreviven— en las villas miseria que rodean a la capital se trasladaran a idílicas zonas rurales —no importa si eran zonas áridas y despobladas— e iniciaran una nueva vida trabajando la tierra o en talleres artesanales.
Ante la incapacidad para conducir a la nación de una forma independiente, a Maduro no le queda más remedio que copiar a sus dos únicos modelos: Chávez y  Castro.
Chávez —invocando a Simón Rodríguez— proclamaba que Latinoamérica “debía ser original”. Su discípulo es todo menos eso. Aunque el problema con el Plan Conejo no es que sea más o menos original, novedoso o peculiar (conejos se crían en todas partes) sino que no va a funcionar, como no funciona nada en el país.
La falta de sagacidad del mandatario constituye una fuente de inseguridad constante para Venezuela, pero ese hecho no lo detiene: lo que quiere es que lo reconozcan como miembro de esa élite (Castro, Chávez) donde el mando se asume como una aventura y no como un deber administrativo.
El presidente venezolano debería, al menos, conocer este diálogo:
—Si de veras quieres saberlo, se fue por... allí.     
—¿Quién?     
—El conejo blanco.   
—¿De veras? 
—¿De veras qué?     
—Qué se fue.
—¿Quién?
—El conejo.
—¿Cuál conejo?
Lástima que Maduro  nunca haya leído a Alicia, ni los conejos a Updike.
Este texto, con el título de “Maduro, conejo loco” y una línea final algo diferente, apareció en el Nuevo Herald, el lunes 18 de septiembre de 2017.

La comezón del exilio revisitada

A veces en el exilio a uno le entra una especie de comezón, natural y al mismo tiempo extraña: comienza a manifestar un anticastrismo elemen...