En una conferencia sobre comunicación
celebrada hace un par de años en La Habana, Abel Prieto dijo que la internet
era un “derecho social” y destacó la necesidad de promover el acceso a la red
entre los que menos tienen, como repitiendo una mala novela hemingwayniana.
La terca realidad y los intereses de ese
mismo gobierno del que Prieto forma parte van por otro rumbo. Finalmente la
internet llegará a los hogares en Cuba, pero solo para los que tienen, más,
mucho más: the ones that have. (Ernest
Hemingway, To Have and Have Not).
Durante años el discurso del Gobierno
cubano, al hablar de internet, redes sociales y telefonía inalámbrica ha mezclado
una dosis de represión y cautela, cuyos límites varían de acuerdo al momento.
En una época incluso se llegó a considerar
a los teléfonos móviles como instrumentos ideales para labores “subversivas”,
al afirmar que durante la “insurrección armada” en Siria, los celulares “especialmente
promovidos por Estados Unidos, permitieron establecer coordenadas y ubicar
blancos civiles y militares, que ocasionaron incalculables pérdidas a las
fuerzas leales al gobierno de entonces”, según afirmó un editorial de Cubadebate en 2012.
Pero desde entonces la utilización de los
celulares se ha extendido, han surgido puntos de conexión a través de wifi y
multiplicado hasta el cansancio las fotos de cubanos con teléfonos móviles. Digamos
que se ha impuesto algo de flexibilidad, aunque por supuesto que cuesta dinero,
mucho dinero (los que menos tienen, de Prieto, Hemingway y Cía. no entran en esa
cuenta).
En esa trama compleja que es la vida
cotidiana en la isla, al menos tres esferas giran alrededor de una llamada
local o al exterior, ese recorrido en la red y cualquier correo electrónico.
La primera es la más simple, porque se
hace cada vez más intrascendente, y son los comentarios de gente como Prieto o
canales como Cubadebate, que sirven
de pericón del momento.
“Debemos promover, Cuba, el ALBA, la CELAC,
otros actores progresistas de la comunidad internacional, la difusión de un
pensamiento descolonizador sobre el uso de estas tecnologías”, afirmó el de
nuevo ministro (ahora, no entonces) en la clausura de una conferencia
internacional celebrada en La Habana.
La segunda es una situación económica
creada, donde la propiedad estatal existe junto con la coordinación
burocrática; pero donde también están presentes un sector privado nacional, que
vive constantemente amenazado aunque se beneficia al poder satisfacer
necesidades que el sector estatal no cubre, y una esfera inversionista y
administrativa capitalista internacional, sin la cual en la actualidad no
sobrevive la nación.
La tercera se rige por el principio
represivo de que, en un régimen totalitario, el ejercer un pensamiento
independiente de forma pública resulta peligroso. La difusión de ideas y
opiniones, que van en contra de la corriente del pensamiento impuesto desde el
poder —aunque no fomenten la subversión— no puede ser tolerada.
La primera explica torpezas, mientras la segunda
y la tercera definen cambios. Si el gobierno cubano ha decidido extender el uso
de internet a los hogares, algo que hasta ahora supuestamente rechazaba
ideológicamente al enfatizar el objetivo “social”, es porque considera que
cuenta con los medios de control necesarios para permitir la expansión; además
de partir de la premisa de que los límites de “lo permitido” están lo
suficientemente interiorizados en los internautas.
Lo demás es hablar de tarifas —excesivas—
y velocidades de descarga, factores que con el tiempo se irán modificando como
ocurrió en este país (el atraso en años, precios y tecnología es característico
de Cuba). Lo importante es que la internet toca (tocará) a las puertas, y si para
un miamense ello es pasado desde hace mucho tiempo, para un cubano es algo de
futuro. Aunque no deja de ser un futuro sin muchas esperanzas, para los que no
tienen.